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Medios comunes
«Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48), dice el Señor. Ahora bien, esta perfección que el Redentor quiere para nosotros sólamente es posible conseguirla si usamos ciertos medios, que nos capacitan para asimilar la santidad de Dios.
Hay medios comunes para la perfección, y que por tanto se refieren a todas las fases de la vida espiritual, pues de ellos están necesitados lo mismo incipientes y adelantados que perfectos. 5 Estos medios son como el fundamento del edificio de perfección que se pretende construir, y marcan las líneas principales por las que los directores espirituales deben conducir con toda seguridad a sus penitentes.
De entre los medios comunes para la perfección cristiana cabe destacar algunos principales, como son:
-el deseo de perfección, -la conformidad con la voluntad de Dios, -la dirección espiritual, -la lectura espiritual, -la oración y presencia de Dios, -la penitencia sacramental, -el examen de conciencia, -la eucaristía, -y la devoción a la Santa Virgen María.
El deseo de perfección
Santo Tomás define este deseo como un movimiento afectuoso de la voluntad, tendente a los bienes espirituales que todavía no se poseen. Según esto, si un cristiano no desea la perfección, su voluntad no es capaz de moverse afectuosamente. Por eso es imposible que haga progresos en su vida espiritual (STh I-II, 12,6).
De hecho, la experiencia que nos da la vida de los santos hace notar que sin un deseo de perfección reavivado con frecuencia, la vida interior se debilita. Por eso el deseo constituye el inicio de la realización humana.
«Vea, pues, el Director que estos deseos han de ser la primera piedra que ha de echar en el alma de los penitentes, en quienes quiere levantar el bello edificio de la perfección cristiana. Ésta ha de ser la semilla de aquel árbol que ha de producir fruto de toda virtud, y sobre todo la manzana de oro de la divina caridad. Sin esta piedra fundamental, y sin esta semilla fecunda, es necedad pensar que pueda conseguir su intento».I,46
San Pablo nos da un ejemplo bien significativo de voluntad de perfección cuando dice de sí mismo: «No es que la haya alcanzado ya, es decir, que haya logrado yo la perfección, sino que la persigo por si le doy alcance, por cuanto yo mismo fui alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo no creo haberla aún alcanzado; pero dando al olvido lo que ya queda atrás, me lanzo en persecución de lo que tengo delante, corro hacia la meta, hacia el galardón de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús» (Flp 3,12-14).
San Agustín, comentando estas palabras del Apóstol, llega a decir: «Ésta es nuestra vida: que nos ejercitemos por el deseo. Pero en tanto nos ejercita el deseo en cuanto apartamos nuestros deseos de amor del siglo» (Tr. Ev. Jn. 4,6).
Ahora bien, para que estos deseos conduzcan eficazmente a la deseada perfección es necesario que nunca desfallezcan, sino que siempre sean firmes y estables en el cristiano, para que puedan impulsar continuamente los trabajos del edificio de la perfección. Para ello son recomendables dos cosas:
-El uso frecuente de las meditaciones, en las que se conoce cuánto merece Dios ser amado, la grandeza de sus beneficios y de su amor, que tanto fuerza tienen para excitar el corazón a un amor recíproco. En las verdades de la meditación se descubre el horror de los pecados y la deformidad de los defectos. Por eso es necesario un ejercicio estable y frecuente de las meditaciones, para que el corazón se inflame siempre en los deseos de perfección.
-La renovación continua del propósito de caminar hacia la perfección. Estas resoluciones renovadas hacen crecer la fortaleza de la voluntad. «Repite siempre con la mente la renovación de caminar a la perfección, como si jamás hubieses comenzado, ni puesto la mano en tan bello trabajo».I, 70
-Avisos al Director espiritual. Es función muy principal del Director espiritual despertar en las almas que se le confían el santo deseo de la perfección cristiana. Aunque también en esto debe observar una gradualidad prudente:
«Acerca de introducir las almas al camino de la perfección, proceda el Director con prudencia, con buen órden, y con destreza; porque de otra suerte, no conseguirá el intento deseado.[...] Si la persona se halla aun envuelta en culpas graves, o aprisionada con los lazos de afectos y ocasiones malas, no está cietamente en disposición de que se le deba hablar de perfección. En tal estado, es menester curar primero el alma de la heridas mortales de sus pecados, y volverla a la vida de la gracia».I,75
La conformidad con la voluntad de Dios
Ejercitarse en la conformidad con la voluntad de Dios es el medio que más contribuye a la perfección cristiana, porque es lo que nos une más íntimamente a Dios. Y entendemos esa conformidad como una total y amorosa sumisión a Dios.
Por lo demás, la voluntad de Dios se nos manifiesta a través de los mandamientos, las prohibiciones y los acontecimientos queridos o permitidos por DiosIV,234. En cuanto a esto último, sabemos bien por la fe que nada sucede en este mundo que no haya sido previsto y querido, o al menos permitido, por Dios desde toda la eternidad. Y Dios no puede querer ni permitir cosa alguna en una persona que no esté de acuerdo con el fin para el que fue creado.
Dios quiere que su voluntad sea perfectamente cumplida por sus criaturas, y éstas sólamente podrán darle total cumplimiento en el amor, que es la plenitud de la ley. Así nos lo enseña la Escritura: «Los que temen al Señor procuran agradarle, y los que lo aman se sacian de su ley» (Ecli 2,16). Y también: «si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (Jn 14,15).
Sobre el amor a Dios dice San Gregorio Magno: «Si a cada uno de vosotros se pregunta si ama a Dios, con todo aplomo y seguramente responderá: "Sí, yo le amo". Pero en el mismo principio de la lectura habéis oído que la Verdad dice: "Todo el que me ama cumplirá mis mandamientos". Por tanto, la prueba del amor es la realización de las obras. Y así el mismo San Juan avisa: "Si alguno dice: sí, yo amo a Dios, y no observa sus mandatos, es un mentiroso" (1Jn 4,20). Amamos, pues, de veras a Dios y guardamos sus mandamientos cuando refrenamos nuestras concupiscencias, porque quien todavía se derrama en deseos ilícitos, sin duda no ama a Dios, puesto que contraría su voluntad» (Hom. Ev. Jn. 30, 1)
-El primer motivo para conformarse a la voluntad de Dios es sin duda que Él merece infinitamente que cumplamos su voluntad. II,242 Por el hecho de ser Creador de todo cuanto existe, Dios es también Señor de todo, y tiene un supremo señorío sobre nosotros. Por eso Él mismo dice: «guardaréis todas mis leyes y todos mis preceptos, y los cumpliréis. Yo soy el Señor» (Lev 19,37).
-El segundo motivo, el más poderoso, se fundamenta en la suma bondad de Dios. En efecto, «el motivo más poderoso de esta santa conformidad, el que debemos tener siempre fijo en nuestra mente, es sin duda el hecho de que Dios es el Sumo Bien, que merece que todas las criaturas se conformen a su querer».IV,252
De esta conformidad depende nuestra felicidad, pues la voluntad de Dios es la regla suprema de la perfección cristiana, y atenerse a ella significa amar al mismo Dios. Ahora bien, sólamente es posible concretar en nuestra vida esa conformidad santa tomando a Cristo mismo como Modelo y como Ayuda, pues él no hizo otra cosa que cumplir en todo la voluntad de su Padre (+Mc 14, 36).
La voluntad de Dios es la regla suprema de la perfección, y seremos, pues, tanto más perfectos, cuanto más nos conformemos a su voluntad.
-Avisos al Director espiritual. En cuanto a la conformidad con la voluntad de Dios, ha de asegurarse el Director de que sus dirigidos estén libres de pecados graves, y debe comenzar a inciarlos en los sentimientos de amor a Dios. En todo caso, esa conformidad y ese amor deben llevar a una intención recta y pura. IV,290
Más aún, ayuda mucho a la conformidad con la voluntad divina formar el hábito de que todas las operaciones, grandes o pequeñas, sean realizadas con la intención de agradar a Dios, pues obrando así, también se orientarán a Dios las cosas que no proceden de libres elecciones. El Director, por otra parte, debe ayudar a sus discípulos para que unan conformidad y confianza en Dios, pues ésta facilita mucho la primera.IV,291
La dirección espiritual
La dirección espiritual es el arte de conducir a las almas progresivamente, desde el comienzo de la vida espiritual hasta su perfección (I,194).
-La dirección es moralmente necesaria, si bien es cierto que ha habido en la historia de la Iglesia personas que llegaron a la perfección sin ayuda humana. Pero como dice San Agustín, «el no ser dirigido por otro es algo que sólamente debemos admirar en el santo, cuya conducta no depende ya de ningún hombre, sino del mismo Dios» (Com. Salm. 133,1). En general, pues, ha de considerarse la necesidad de la dirección según aquello de San Bernardo: «aquél que se constituye maestro de sí mismo se hace discípulo de un necio» (Epist. 87,7).
La Sagrada Escritura muestra claramente la necesidad de ciertas mediaciones humanas. Dios, a través de su ángel, envía Pedro a Cornelio (Hch 10,5), y a Pablo, en su conversión, lo remite a Ananías, para que le muestre lo que debe hacer (9,6). Y el mismo San Pablo dice: «somos embajadores de Cristo, y es Dios quien os exhorta por medio de nosotros» (2Cor 5,20). Es esto «tanta verdad que en las cosas pertenecientes al espíritu nos quiere Dios sujetos, abiertos, y dependientes de sus ministros, siempre que podamos consultarlos»I,97.
La dirección espiritual nos ayuda tanto a vencer en el combate contra las tentaciones, como a ejercitar con firme perseverancia las virtudes. Por otra parte, la necesidad de un guía espiritual procede sobre todo del amor propio, pues a causa de sus pasiones se oscurece el entendimiento (I,105).
-El Director espiritual debe tener ciertas cualidades: ha de tener
1º, conocimiento de la buena doctrina espiritual, para no inducir a error al conducir a otro por los caminos del Señor.
2º, bondad de vida, virtudes, y concretamente humildad, pues «Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes» (1Pe 5,5).
Y 3º, experiencia de vida perfecta, adquirida en sí mismo y en la dirección de otras personas. Por eso, ninguno debe hacerse guía espiritual si no es discípulo en la escuela del Espíritu; ni debe enseñar perfección a otros aquel que nunca la ha practicado en sí mismo.I,8.107
Son las mismas cualidades que a los Directores exigen Santa Teresa de Jesús (Camino 5,2) o San Juan de la Cruz (prólogo Subida 4-5; Llama 3,30-31).
Junto a ello, el Director espiritual ha de cumplir siempre su ministerio bien consciente de que el mismo Dios es el Artífice principal de la dirección espiritual, y pues sólo Él puede transformar el corazón de los hombres. El Director, pues, ha de procurar con todo empeño ser dócil al Espíritu Santo, pues él sólo ha de ser un instrumento eficaz de Dios en el servicio de las almas.
-El dirigido, por su parte, debe procurar ciertas cualidades, como la claridad y apertura de corazón, la humildad y la obediencia al Director, con el que debe tener una relación de verdadera confianza.I,625
-El ministerio del Director es múltiple. Una de sus funciones importantes es ayudar al discípulo a leer con provecho los libros santos.
«Insinúe, pues, el Director a sus penitentes que acabada la lección espiritual, den gracias a Dios por las luces y afectos devotos que les ha comunicado; y que después recojan algun sentimiento que les ha hecho más impresión para ruminarlo entre día y también para considerarlo más atentamente, y penetrarlo más vivamente en sus meditaciones».I,150
El Director ha de lograr que sus discípulos no tengan dificultad para desvelarle los secretos de su corazón, y estén prontos a seguir sus consejos y ejecutarlos. Para ello, el Director, si ha de ganar para sí y para Dios el alma de sus penitentes, ha de «revestirse de entrañas de misericordia», como dice San Pablo (Col 6,12) (I,121). Ha de imitar a Jesucristo, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), que en el trato con los hombres no buscaba su propia glora (+Jn 8,50), sino sólamente la gloria del Padre (17,4).
La lectura espiritual
La lectura de libros santos ayuda mucho en la búsqueda de la perfección cristiana. Dice Scaramelli, siguiendo a San Bernardo, que «la lectura, es como el manjar espiritual aplicado al paladar del alma: la meditación después lo mastica con sus discursos: la oración prueba el sabor».I,131
Los libros sagrados ayudan a la oración, infunden en el entendimiento ideas nobles de superación y progreso, y encienden en el corazón el fuego santo del amor. Por otra parte, «los pensamientos buenos que llenan nuestra mente con la sagrada lectura echan fuera los pensamientos inútiles, vanos o perversos, que abundantemente crecen en la tierra de nuestro corazón».I,131
La lectura espiritual es captar con ánimo atento aquello que la Sagrada Escritura o los libros buenos nos enseñan. Y aunque los libros espirituales, así como las vidas de santos, nos proporcionan una riqueza incalculable, la Sagrada Escritura debe ocupar siempre el primer lugar, pues la fe nos la muestra como el manantial de espiritualidad que Dios ha puesto a disposición de los hombres. El mismo Señor nos asegura que «las palabras que os dije son espíritu y vida» (Jn 6,64).
La lectura santa nos enseña lo que debemos hacer, lo que hemos de evitar, y nos muestra el camino que debemos seguir para llegar a nuestro santo fin, que es la caridad perfecta. San Agustín enseña que para vivir santamente hemos de orar y leer: «en la oración hablamos a Dios, en la lectura de los libros santos es Él quien nos habla» (Serm. 12,2). Él mismo declara que en buena parte su conversión se debió a la lectura espiritual, en la que Dios le comuninicó la luz decisiva y le arrancó del pecado (Confesiones VIII, 6,14).
La lectura espiritual fue considerada siempre por los Padres como medio muy importante de santificación. Y así dice San Gregorio, que «los libros espirituales son como un espejo que Dios pone ante nosotros, para que viéndonos en él, corrijamos nuestros errores y nos adornemos de todas las virtudes» (Moralia II,1).
Ahora bien, para que la lectura sea realmente provechosa no ha de reducirse a un estudio teórico, sino que ha de ser un ejercicio espiritual para alimentar al hombre, que «no vive sólamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Dt 8,3; Mt 4,4). Ha de ser también una lectura asidua, que preste luz, fuerza y estímulo continuos. Y ha de hacerse con vivo deseo de perfección y de poner en práctica lo que la lectura enseña. Por eso han de evitarse con cuidado la curiosidad inútil, la vanidad intelectual o la actitud crítica.I,144
La oración y presencia de Dios
-Naturaleza de la oración. Hay oración en la medida en que captamos la presencia amorosa de Dios. Y en la oración se condensan los dos medios precedentes, ya aludidos: el deseo de perfección y la conformidad con la voluntad divina. En efecto, la oración cristiana busca la presencia de Dios, la unión con Él, y la sumisión amorosa a su voluntad, en la que consiste la perfección espiritual. Ésa es para los Padres la esencia de la oración: «una elevación del alma a Dios».
San Bernardo estima que la oración de súplica debe ir precedida de la meditación, pues «la meditación nos hace ver lo que nos falta, y la oración nos lo alcanza. La primera nos muestra el camino, y la segunda nos conduce por él. La meditación nos hace ver los peligros que nos amenazan, y con la eficacia de la oración los evitamos, por la gracia de nuestro Señor Jesucristo» (Serm.I Nacim. S. Andrés). I,213
Santo Tomás pone en el Bautismo el punto de partido de la oración cristiana, pues es en ese sacramento en el que se nace a la gracia, la cual es necesaria para elevar continuamente el corazón a Dios, para perseverar en el camino de Cristo, y para entrar en su reino. Tomemos ejemplo de Jesús, que una vez bautizado, ve en la oración los cielos abiertos (Lc 3,21) (STh I-II, 107,10; 109,10).
-Necesidad. De hecho, la oración es un medio necesario para la vida cristiana, pues sin la ayuda de Dios el alma no puede permanecer en su amistad. Son muchos, en efecto, los impulsos procedentes de las pasiones que nos precipitan hacia el mal; muchos los atractivos de los objetos exteriores que nos convidan a lo que es nocivo; y muchos los asaltos con que nos empujan al mal nuestros infernales enemigos. Así las cosas, «nuestro frágil ser terreno, si no es protegido por la mano omnipotente de Dios, no puede mantenerse en su gracia».I,252
Ahora bien, esta ayuda de la gracia, tan necesaria para conservarnos en la amistad con Dios, no se da de ordinario si no a quien pide y ruega por ella. De ahí que la Sagrada Escritura expresa esta necesidad de orar siempre sin desfallecer: «Vigilad y orad para que no caigáis en la tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es flaca» (Mt 26,41). «Velad, pues, en todo tiempo y orad, para que podáis escapar a todo lo que va a suceder y para poder comparecer ante el Hijo del Hombre» (Lc 21,36). «Sed perseverantes y vigilantes en la oración, acompañada de acción de gracias» (Col 4,3).
Es ésta una doctrina muy tradicional en los Padres. Y así San Gregorio Nacianceno afirma que «debíamos pensar en Dios tantas veces como respiramos. Haciendo así, tendríamos hecho casi todo y habríamos casi asegurado nuestra perfección» (Orationes 1) Y santa Teresa: quienes «se pudieren encerrar en este cielo pequeño de nuestra alma -donde está el que lo hizo, y la tierra- y acostumbrar a no mirar ni estar adonde se distraigan estos sentidos exteriores, crea que lleva excelente camino» (Camino 28,2).
-Objeto de la petición. Santo Tomás hace ver que en la oración, cuando estamos en la intimidad de Dios, hemos de pedirle ante todo los bienes espirituales, es decir, la gracia habitual, las virtudes y los siete dones del Espíritu Santo. Éstos son los verdaderos bienes, los que nos hacen absolutamente buenos y los que nos conducen a la felicidad eterna.
-Condiciones de eficacia. Y para que la oración suplicante sea eficaz debe reunir tres condiciones: fe, humildad y perseverancia. En efecto, la oración no se apoya en los méritos de quien reza, sino principalmente en la fe. Así dice el Señor: «todo cuanto pidiéreis con fe en la oración, lo recibiréis» (Mt 21,22). Y Santiago: «si alguno de vosotros se halla falto de sabiduría, pídala a Dios, que a todos da generosamente y sin reproches, y le será otorgada. Pero pida con fe, sin vacilar en nada, que quien vacila es semejante a las olas del mar, movidas por el viento y llevadas de una a otra parte« (Sant 1,5-6) (+STh II-II, 83,5).
Esa fe en la oración significa confianza en Dios, y sin ella no nos concede lo que le pedimos. Es fe que reside tanto en el entendimiento cuanto en la voluntad. En el entendimiento, en cuanto que el hombre cree con toda la firmeza de su mente que Dios le concederá por su bondad aquello que pide. Por eso, « cuanto mayor es esta esperanza fundada en fe, tanto más segura está la persona de que serán oidas las súplicas que en la oración presenta al trono de la divina clemencia».I, 247
Y en cuanto a la humildad, cuando elevamos nuestro corazón a Dios hemos de tener en cuenta nuestras propias miserias y la infinita misericordia de Dios. Estos dos afectos, humildad y confianza, son las alas que elevan la oración hasta Dios. Hallamos maravillosos ejemplos de humildad y confianza en oraciones, como la del profeta Daniel (Dan 9,18) o en la del publicano (Lc 18,9-14).I,247
Finalmente, la oración ha de ser perseverante, pues para que el hombre pueda realizarse, constante debe ser su contacto con Dios. Por lo demás, Dios promete darnos cuanto le pedimos, pero no sabemos cuándo nos concederá esos bienes, y por eso hemos de perseverar en la oración continua. [39] «Es cierto que prosiguiendo nosotros en rogar y pedir, tarde o presto nos ha de conceder todo lo que no se opone a nuestra eterna salud; porque la promesa de Dios no puede faltar».I,251
-Presencia de Dios. La oración, como hemos dicho, sólamente es auténtica si tiene a Dios presente.
En efecto, «no hay cosa que más ayude a hacer bien la oración mental o vocal que estar en la presencia de Dios, porque cuanto más nos acercamos nosotros a Dios nuestro primer principio y primer orígen de toda perfección, tanto más perfectos nos hacemos: cuanto más nos apartamos de él con la mente y con el corazón, tanto más imperfectos y miserables somos. Una rama, para que produzca su fruto, es menester que esté siempre unida a su tronco; porque el tronco es a la rama, como el alma al cuerpo, principio y causa de sus operaciones. Así para que el hombre cristiano produzca actos de perfección y frutos de vida eterna, es necesario que esté, cuanto más posible le fuere, unido a Dios con la mente, y le tenga presente con el pensamiento; porque él es la primera y principal causa de todo su espiritual adelantamiento».I,276
Muy importante es, pues, para la perfección cristiana guardar siempre la presencia del Señor. Así se lo enseña Dios a Abraham: «anda en mi presencia y sé perfecto» (Gén 17,1). Y también lo dice la Palabra divina por el profeta: «oh hombre, bien te ha sido declarado lo que es bueno y lo que de ti quiere Yavé: hacer justicia, amar el bien, y andar humilde en la presencia de tu Dios» (Miq 6,8).
De hecho, el que está íntimamente persuadido de que Dios ve todas sus acciones, se esforzará para evitar hasta el más leve pecado, no queriendo ofender la dignidad de la Majestad divina en modo alguno, ni con actos exteriores malos, ni tampoco con movimientos desordenados interiores. Por el contrario, intentará hacerlo todo con la máxima perfección. Procurará andar recogido y devoto, como corresponde a quien está siempre ante la Presencia divina trinitario. Y en esa Presencia gloriosa hallará la fuente continua de su fortaleza y energía para el combate espiritual. Por eso, este ejercicio de la presencia de Dios, bien practicado, mantiene el alma constantemente en espíritu de oración.
La presencia de Dios se capta en actos de la fe, ya que por ésta nos hacemos conscientes de que Dios está en medio de nosotros, y nos nos mira no tanto en lo que concierne a los movimientos corporales, sino a los movimientos internos de la mente y el corazón. El ejercicio de esta divina presencia puede actualizarse con la ayuda de alguna imaginación material y sensible que represente vivamente a Dios, o bien imaginando su presencia como Sumo Bien, Suma Bondad y Suma Grandeza. La presencia de Dios formada así es más perfecta y más segura, pues no se mezcla en ella la fantasía. Pero aquella en la que se usa la imaginación es recomendable a los principiantes, pues aunque sea menos perfecta que la otra, les es muy útil y provechosa.I,166
-Avisos al Director espiritual. Mucho debe insistir el Director en la oración y la presencia de Dios. Ésta ayudará mucho a evitar la menor falta deliberada, y a procurar agradar en todo al Señor. Las jaculatorias son oraciones muy provechosas para levantar frecuentemente el corazón a Dios, así como también el tener a la vista el Crucifijo o alguna otra imagen santa.
En los principiantes son frecuentes las recaídas en las mismas faltas. Y con ellas se desaniman fácilmente y se hacen pusilánimes. Por eso el Director ha de ayudarles a aprender a luchar contra los malos hábitos con el arma de la oración y la súplica, recordando las promesas de Cristo sobre la eficacia de la oración, que siempre es escuchada por Dios: «pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá, porque todo aquel que pide recibe» (Lc 11,9). Dios fallaría a sus promesas si no respondiera las súplicas que se le dirigen con fe y humildad, confianza y perseverancia. Por eso Jesús asegura a los apóstoles: «en verdad, en verdad os digo que todo lo que pidáis a mi Padre en mi Nombre, Él os lo concederá» (Jn 16,23).
La penitencia sacramental
La búsqueda de la santidad, con el deseo de la perfección, la conformidad con la voluntad divina, la lectura espiritual y la guía de un Director, se ve grandemente ayudada por el sacramento de la penitencia.
Recordemos que la penitencia es una virtud sobrenatural, referida a la justicia, por la que el cristiano detesta su pecado y hace firme propósito de evitarlo en el futuro. Y la penitencia sacramental, ejercitada en la confesión frecuente, es un medio muy eficaz para purificar el corazón y crecer en el espíritu de Cristo. Es, precisamente, la pureza del corazón lo que permite entrar más adentro en la caridad divina.
«No da el Señor en esta vida el don de la perfecta caridad, sino a aquellas almas, que limpias de faltas, han llegado a ser en sus ojos puras, blancas e inmaculdas: y cuanto es mayor esta limpieza, tanto es más fino el oro de la caridad que les comunica».I,308
La pureza de corazón implica una vigilancia cuidadosa sobre las propias acciones, para no caer en más pecados. Pero si éstos se reproducen, ha de ejercitarse en un cuidado solícito por purificar el alma de las nuevas faltas cometidas. En efecto, «si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de todas las iniquidades» (1Jn 1,9).
Por otra parte, si bien es cierto que los sacramentos obran con eficacia propia (ex opere operato), también es cierto que para producir su mayor fruto requieren las disposiciones buenas del sujeto (ex opere operantis). La disposición fundamental es en la penitencia sacramental la contrición sincera, juntamente con el firme propósito de la enmienda.
La verdadera contrición consigue así no sólamente la remisión total de los pecados cometidos, sino también el aumento de la gracia santificante, que impulsa a ir más adelante en el camino de la perfección. Pero ha de ser una contrición sinceramente humilde, como la del publicano arrepentido de sus pecados (Lc 18,13). Y para merecer el perdón, ha de estar llena de fe y esperanza en Dios.I,316-323
Con la penitencia sacramental, el cristiano recobra las fuerzas perdidas por el pecado, y si éste le había alejado de Dios, retorna a Él nuevamente y consigue la pan interior.
-Avisos al Director espiritual. Es conveniente que el padre espiritual administre regularmente el sacramento de la penitencia a sus discípulos, inculcándoles siempre una sincera contrición, que ha de ser permanente (STh III, 83,1).
El examen de conciencia
«El examen cotidiano de la conciencia suele ser practicado por aquellas personas que desean la pureza del corazón y el adelantamiento en la perfección».I,355
«Al fin del día, dice San Basilio, cumplidas ya todas las obras que pertenecen al cuerpo y al espíritu, debe cada uno, antes de echarse a dormir, examinar con ánimo atento la propia conciencia, para hallar todas las culpas cometidas en aquel día. San Efrén explica esto con la semejanza del negociante, el cual mañana y tarde ajusta sus cuentas, y porque desea que sus negociaciones caminen prósperamente, examina diligente cuál sea la ganancia y cuál la pérdida de su mercancía... Finalmente, concluye, hallando algún pecado o falta, lo debe borrar con el arrepentimiento y lavarlo con las lágrimas de la contrición».I,356
Así, en nuestro pequeño mundo de potencias y sentidos, cada uno debe rendir a la persona estricta cuenta diaria de sus acciones y omisiones. «Después, corrija con un vivo arrepentimiento todo aquello que hallare desordenado y pecaminoso, y vuelva a ordenarlo todo con un resuelto y constante propósito de la enmienda».I,357
«San Gregorio dice que quien no examina cada día lo que hace, lo que dice y lo que piensa, no está presente a sí mismo; esto es, vive a lo tonto; y por consiguiente, vive totalmente olvidado de su perfección» (Hom. 4 in Ezech.). «San Ignacio de Loyola, no contento con examinarse dos veces al día, conforme a la enseñanza de los Padres antiguos, no dejaba pasar hora del día en que no se recogiese dentro de sí mismo, y averiguase menudamente cuanto había dicho, pensado y obrado, arrepintiéndose de cualquier átomo de falta que descubriese... Y así hubo quien llegó a decir que la vida de Ignacio era un perpetuo examen de su conciencia».I,359
Es, pues, evidente que «sin este examen de conciencia no se puede adquirir la perfección; porque sin esta cotidiana averiguación no pueden arrancarse de nuestra alma los vicios, los pecados y las faltas a que está inclinada, y tampoco pueden crecer las virtudes, y mucho menos puede brotar en nuestro corazón la hermosa flor de la divina caridad».I,363
Por otra parte, «examinándonos a menudo, no superficialmente, sino con cuidado y con espíritu interior de contrición, nos libraremos del severo y riguroso juicio que se debe hacer de nosotros en el tribunal de Dios».I,366
-El modo ignaciano de examinar la conciencia tiene cinco partes:
1ª.- La persona se pone en la presencia de Dios, y con un acto de fe y de adoración, le da gracias por todos los beneficios recibidos en ese día.
2ª.- Pide a Dios luz para conocer sus culpas y defectos. Petición muy necesaria, pues, como dice San Gregorio, «el amor propio nos lisonjea y nos oscurece los ojos de la mente, para que no veamos nuestras faltas, o no las miremos por entero y las tengamos por menores de lo que son» (Hom. 4 in Ezech.).I,370
3ª.- Hace diligente examen de cuantos pecados o imperfecciones haya cometido en ese día.
4ª.- Hace el acto de dolor y contrición de las faltas cometidas. «Si hallas, dice San Juan Crisóstomo, que en el discurso del día has hecho alguna obra buena, rinde a Dios afectuosas gracias, porque es don suyo. Mas si encuentras culpas y pecados, bórralos con el arrepentimiento y las lágrimas» (In Psalm. 50 hom. 2).I,372
Y también, según aconsejan los santos, cuando en el examen la persona descubre alguna falta notable, «se imponga a sí misma alguna penitencia».I,373 En efecto, «ha sido siempre costumbre de los siervos de Dios imponerse a sí mismos alguna mortificación para castigo y enmienda de los yerros cometidos».I,374
5ª.- Hace resolución de no ofender más a Dios. Y en esto «los propósitos deben descender a defectos particulares, para que sean provechosos». Más aún, «es menester también averiguar el origen de nuestras faltas, y cavar hasta lo profundo para hallar la raíz de donde nacen estos malos renuevos, a fin de arrancarlos del corazón. ¿De qué sirve sacudir las hojas o cortar las ramas del árbol infructuoso? Si no se arranca la raíz, de nada sirve, porque tornará en breve a reverdecer con toda su hojarasca, más lozano que antes. Así, poco sirven los propósitos, mientras no se corta la causa y el origen de donde nacen nuestros defectos».I,376
-El examen particular constituye una práctica especialmente provechosa. Como «no es posible abatir de una vez todas las pasiones que reinan en nosotros», por eso dice Casiano, con muchos maestros de la vida espiritual, «debemos principalmente poner la mira en aquella pasión o vicio que más nos domina, resueltos a hacerle guerra con todas las fuerzas de nuestro espíritu».I,377 Y «después que hubiéremos vencido una pasión, o nos hubiéremos enmendado de alguna falta, emprenderemos el vencer otra, y después otra. De esta manera, poco a poco, iremos subiendo a lo alto de la perfección».I,378
En cinco actos puede realizarse, según enseña San Ignacio en los Ejercicios, este examen particular:
1º.-Haga la persona por la mañana un propósito firme y fuerte de no caer en aquel defecto del que quiere enmendarse.
2º.-Si cae en él durante el día, haga un acto de arrepentimiento. Los monjes antiguos acostumbraban «anotar los defectos luego que los cometían».I,380
3ª.- Por la noche, al hacer el examen general del día que ha pasado, haga «examen especial de aquel defecto que ha emprendido desarraigar con el examen particular». Y vaya anotando los resultados del examen en un librito.I,381
4º.- Pasadas algunas semanas, examine en sus anotaciones el número de las veces en que ha caído un día y otro, comparando unos con otros, y viendo si se enmienda, empeora o progresa. Si adelanta, «dé gracias a Dios, tome ánimo y procure con mayor esfuerzo la total y perfecta enmienda. Pero si no hallare alguna mejora, piense en poner nuevos medios», más atención, más frecuentes súplicas y añadir alguna penitencia corporal.I,382
5º.- «Impóngase a sí mismo alguna mortificación, en proporción a las caídas en que hubiera incurrido».I,383
-Avisos al Director espiritual. Primera. Muestre el Director a sus dirigidos que la práctica del examen puede ser realizada por todos los cristianos de buena voluntad. Insístales en su necesidad: «ninguno debe eximirse», pues «es propiedad de todas las cosas humanas el irse siempre empeorando, y al fin, si no se restauran, reducirse a la nada».I,384
Segunda. «Es doctrina de los santos que este examen se haga dos veces al día, por la mañana y por la noche». Pero si la persona no puede fácilmente con ello, hágalo una vez por la noche, al terminar el día. Y si no tiene capacidad para llevar examen particular, trate al menos de descubrir las faltas más notables cometidas en el día.
Tercera. «El examen particular podrá aconsejarse a personas que, libres de las ataduras de pecados graves, comienzan a aspirar a la perfección, ya que éste es un medio muy eficaz para conseguirla».I,387
Y en las cuentas que el dirigido le ofrezca, procure el Director advertir cuál es su pasión dominante, «y haga que aplique a él primero el examen particular». Por otra parte, procure que el dirigido se aplique ante todo a corregir sus defectos exteriores, pues con frecuencia causan escándalo, y también «porque son más fáciles de enmendar que los defectos internos, los cuales están más radicados en el ánimo, y casi identificados con nosotros».I,587
Cuarta. Cuide que el dirigido le informe de los resultados de su examen particular. Señálele, si conviene, las mortificaciones y penitencias apropiadas. En casos extremos, desaconséjele la comunión.
Quinta. Cuando se advierte en el dirigido reacciones de desánimo y desfallecimiento por no conseguir los adelantos deseados y por haber recaídas, «desvanezca el director de sus corazones estas vanas sombras de timidez. Enséñeles a humillarse con paz y a no desanimarse cuando se ven frágiles, y a poner en Dios toda su esperanza... Hágales entender que, si bien debemos cooperar nosotros con todas nuestras industrias a la estirpación de nuestros defectos y a la victoria de nuestras pasiones, pero que todo esto ha de ser don de Dios, y ha de venir de sus benéficas manos. No hace Dios tales gracias a quien se desanima y acobarda, sino solo a quien, desconfiando de sí, pone la confianza en Su Majestad».I,389
La eucaristía
-Eucaristía y perfección.Cuando tratábamos del deseo de perfección, decíamos que la esencia de la perfección cristiana consiste en el santo amor, es decir, en participar de una manera cada vez más plena y perfecta en la vida divina, que se nos comunica por la gracia.
Pues bien, esta gracia brota del corazón de Cristo, que es su Fuente, donde reside en plenitud la gracia que se nos comunica por los sacramentos, y especialmente por la eucaristía, ya que en ésta se da Cristo a sí mismo como alimento de las almas. Asociándose íntimamente el cristiano a Cristo en la eucaristía, tiene así acceso a todos los tesoros de la santidad.
Por eso Santo Tomás afirma que la eucaristía es el medio principal para alcanzar en la vida cristiana la perfección de la caridad. Si el bautismo es el principio de la vida espiritual, y los otros sacramentos la defienden y acrecientan, ningún sacramento tiene una eficacia santificadora comparable a la eucaristía, pues en la comunión se recibe no sólamente la gracia, sino la Fuente misma de donde brota (STh III, 33,3).
La eucaristía, sigue diciendo Santo Tomás, viene a ser la consumación de la vida espiritual, y recibida con frecuencia y piedad, es el medio principal para el perfeccionamiento de las almas. Si nuestra perfección substancial consiste en unirnos con nuestro último fin, eso significa que el hombre es perfecto en la medida en que esté íntimamente unido con su Dios, que es el fin para el que ha sido creado. Y tanto más es perfecto cuanto más estrechamente se une con Él por el vínculo de la caridad. Ahora bien, éste es el efecto propio del sacramento de la eucaristía (STh ib.).
Y así como el sacramento del bautismo se llama sacramento de la fe, virtud fundamental del cristiano, en el que halla principio la vida espiritual, la eucaristía se dice sacramento de la caridad, a través del cual, uniéndose el alma con Dios por el amor, se da la consumación de la vida espiritual, que por el sacramento se va transformando (STh III, 75,1).
-Disposiciones para la comunión. El cristiano ha de realizar la comunión eucarística en las disposiciones debidas. En primer lugar, ha de estar en gracia de Dios. Y en segundo lugar, ha de ir a ella lleno de devoción, porque de otra manera no podría recibir de esa unión con Jesús los frutos copiosos de la perfección. Ha de llevar, pues, en su corazón una fe viva, una profunda humildad, y un hambre y sed sinceros de comulgar.I,411-413 La fe viva, concretamente, como vemos en los Evangelios, es la condición indispensable que Cristo exige antes de conceder cualquier gracia, aunque sea material (+Mt 8,8; Mc 10,51).
-Efectos. Recibiendo así a Cristo en este sacramento, crecen en el alma las disposiciones saludables, que son a su vez efectos santos producidos por la misma eucaristía. «Si en la santísima eucaristía íntimamente nos unimos con el cuerpo, y con el espíritu Jesucristo, que es nuestra verdadera vida, como hasta ahora he mostrado; se sigue luego, que de comer frecuentemente este divino manjar, debemos transfundir en nosotros los efectos de una perfecta vida espiritual».I,397
Cuatro son los efectos propios de la eucaristía: fortalece el alma, la libera de sus contrarios, acrecienta en ella la gracia y le causa gozo.I,387 Por tanto, la eucaristía repara las ofensas cometidas contra el Señor y es alimento que nos estimula a ir siempre adelante, hasta el fin de nuestra peregrinación. Por eso ella es, sin duda, el centro de toda la vida cristiana.
-Avisos al Director espiritual. El Director debe estar atento a que los dirigidos, al participar en la eucaristía, tengan siempre las condiciones necesarias, de modo que nunca se acerquen a ella si están en pecado mortal.I,340-343
La devoción a la Santísima Virgen María
Santo Tomás dice que «la palabra devoción proviene de la forma verbal devovere (sacrificar); ... y no es otra cosa que una voluntad propia de entregarse a todo lo que pertenece al servicio de Dios (STh II-II, 82,1).
También en el ámbito humano se da, en forma análoga, una devoción, que puede dirigirse a los santos, o que incluso puede darse en los súbditos hacia los señores, como aquellos judíos que, declarando su devoción a los romanos, decían : «no tenemos otro rey que el César» (Jn 19,15) (+II-II, 82,2).
Pues bien, entre las devociones a los santos, sobresale especialísimamente la devoción a la Virgen María, como muestra Scaramelli en tres pasos.
-1. La devoción a la Virgen es eficacísima y necesaria
«De esta devoción yo no temo nada en afirmar que es un medio eficacísimo, antes bien de ley ordinaria necesario, no sólo para salvarse viviendo cristianamente, sino también para hacer grandes progresos en la perfección cristiana. Porque aquellas mismas razones con que nos enseñan los santos, que la devoción a la Reina de los cielos es medio eficacísimo para conseguir la salud eterna, muestran evidentemente que es medio poderosísimo para conseguirla con perfección; quiero decir, con grande aumento de gracia y de caridad, y con grande ensalzamiento en la gloria celestial».I,445
La devoción a la Virgen María, en este sentido, es una señal cierta de destinación a la visión beatífica. Por eso la Iglesia, en su liturgia, aplica a María aquellas palabras de la Escritura sagrada: «El que me halla, ha hallado la vida, ha logrado el favor de Yavé» (Prov 8,35).
En efecto, «quien me halla por medio de una sincera devoción, dice la Santísima Virgen, no encuentra deleites y placeres viles; sino que halla la vida de la gracia, que es un tesoro inestimable; halla la gloria del paraíso, que es un placer inmortal».I,447
En este sentido dice San Atanasio: «Más se debe a María que a Eva el nombre de Madre de los vivientes [Gén 3,20], porque si aquélla primera madre nuestra infeliz recibió un bello título por habernos dado una vida frágil, mucho más se debe dar tan ilustre nombre a María, nueva Eva, y nuestra afortunadísima Madre, que alcanza a sus devotos la vida nobilísima de la gracia, y la vida felicísima de la gloria; y es para ellos prenda segura de predestinación a la vida eterna» (Sermo in Annuntiationem Deiparæ)I,447
Por consiguiente, María, nuestra Madre, procura la vida de la gracia y de la gloria a quien la honra con filial afecto. Y así podemos decir que es imposible que se condene aquel cristiano que vive bajo la protección de María y que tiene siempre sus ojos puestos en ella.I,448
-2. Razones de la eficacia de esta devoción a la Virgen
Haciendo suya la enseñanza de los santos, da Scarmelli dos razones principales para explicar la eficacia excelsa de la devoción a María:
«La primera es que la Virgen Santísima puede conseguir de Dios toda la gracia que mire a nuestra salud eterna. La segunda, que la Virgen quiere, en efecto, conseguir las tales gracias a sus devotos. Puestos estos dos puntos, no puede quedar duda alguna de que la devoción a la gran Madre de Dios sea medio eficacísimo para la salvación, y casi aquel viento próspero y favorable que nos conduce al puerto a gozar de nuestro eterno descanso». I,451
Por medio de María, Dios nos concede todas las gracias que le pedimos. Y en esto existe una diferencia muy importante entre la intercesión de María y la de los santos, en general.
«Ésta es la diferencia que hay entre el patrocinio de los Santos y el de su Reina, que los ruegos de aquéllos se apoyan sólamente en la misericordia y bondad de Dios, sumamente inclinado a favorecerlos. Pero los ruegos de María se fundan además de eso en un cierto derecho, que ella tiene en sí misma de alcanzar lo que pide; porque siendo Madre de Dios, parece, que casi de justicia le deba su divino Hijo conceder todo lo que pide a favor de sus devotos».I,452
Es la ya tradicional doctrina, expuesta tan felizmente por San Bernardo en aquel famoso sermón del acueducto: «Con todas las fuerzas de nuestro corazón, con nuestros más vivos sentimientos y anhelos, veneremos a María, porque es voluntad del Señor que todo lo recibamos por María... Busquemos la gracia y busquémosla por María, porque ella encuentra siempre lo que busca y jamás decepciona» (En la natividad de María 7-8).
María, por otra parte, siendo Madre de todos, no pido sólamente a su querido Hijo por aquéllos que son sus devotos, sino que siendo Madre de todos los creyentes, a todos los tiene presentes en sus súplicas, sobre todo a los más necesitados de su ayuda, es decir, a los que caminan lejos de Cristo.
«La Virgen ayuda de hecho en la presente vida a todos sus devotos, así buenos como malos, con tal que siendo malos, tengan voluntad de enmendarse y de ser buenos. Ayuda a los buenos, conservándolos en la gracia. Ayuda a los malos, reduciéndolos misericordiosamente a la gracia. Ayuda a todos unos y a los otros en la hora de la muerte, con defenderlos de las tramas y asechanzas de los enemigos infernales. Y a unos y a los otros ayuda después de la muerte, acogiendo sus espíritus en la patria celestial».I,455
Una vez más, es la misma enseñanza de San Bernardo, en el sermón que hemos citado: «¿Quieres contar con un abogado ante Él? Recurre a María. María es la humanidad totalmente pura, no sólo por carecer de toda mancha, sino por tener una sola naturaleza. Y no tengo la menor duda en afirmar que también será escuchada por su reverencia. El Hijo atenderá a la Madre, y el Padre al Hijo. Hijos míos, ella es la escala de los pecadores, ella el gran motivo de mi confianza, ella el fundamento inconmovible de mi esperanza» (ib. 7).
Todas estas verdades nos muestran que, efectivamente, la devoción a María Santísima es uno de los medios más poderosos y seguros que tenemos para alcanzar la salvación y la perfección evangélica. De ahí la importancia de que vivamos siempre bajo el amparo de la Madre de todas las gracias.
-3. Medios para acrecentar la devoción a la Virgen
«Dos cosas nos hacen devotos para con los personajes de la tierra, y prontos para hacerles todo acto de servicio y obsequio: la primera, la estimación que tenemos de sus méritos; y la segunda, el amor que tenemos a sus personas. Y éstos son puntualmente los dos motivos que hacen pronta a nuestra voluntad para obsequiar a la Reina de los cielos, y por consiguiente la hacen devota de María. Ahora, pues, así como para encender un leño u otra materia combustible, no hay otro modo que arrimarla al fuego, así para encender nuestra voluntad en aquella devoción para con la Virgen que la hace fácil para honrarla, no hay otro modo que acercarla a menudo, por medio de la meditación o lectura sagrada, aquellos motivos que son más aptos para engendrar en ella una gran estima, un tierno amor para con tan gran Señora».I,478
Ahora bien, los motivos más aptos para encender en nosotros una gran estima para con María, y que siempre hemos de tener presentes, son éstos:
-El alto puesto que Ella tiene en el cielo, como Reina de los ángeles y Emperatriz del mundo.
-La plenitud de su gracia y la alteza de su gloria.
-Su admirable limpieza de toda mancha actual y original.
-Su prodigiosa virginidad y otras mil dotes y prerrogativas suyas.
Todos estos aspectos, frecuentemente meditados, ayudan a crecer en la devoción a la Virgen, y junto a ellos, «no es menos eficaz motivo para despertar afectos de amor y devoción con María, la certeza que tiene de salvarse, y aun de salvarse con perfección, cualquiera que, tributándole devotos obsequios, merece su protección».I,480
La Virgen María se nos muestra así, en palabras de San Agustín, como una escala preciosa que une la tierra con el cielo: «La Virgen es una escala para la cual Dios baja del cielo a la tierra, y por la cual los hombres han de subir de la tierra al cielo» (Sermo de Nativitate).I,480
María Santísima puede conseguirnos todo lo que ayude a nuestra perfección cristiana. Tenerle devoción es señal de predestinación. Y esa devoción consiste en mantenerse lejos del pecado, y en ofrecerle frecuentes obsequios internos y externos.I,468
-Avisos al Director. En la formación espiritual de los cristianos y en su impulso hacia la perfección es sumamente importante que arraiguen bien en la devoción a la Virgen María. Y a ello debe dedicar el Director una atención cuidadosa.
«Si desea el Director que estos actos de recurso a la Santísima Virgen sean eficaces para quitar los defectos y para introducir las virtudes, procure que vayan unidos con una grande confianza, semejante a aquella que un hijuelo tiene en su madre, de quien sabe que es amado tiernamente; porque, fuera del grande ánimo que de esta esperanza recibirá la persona para combatir varonilmente y obrar con valor, tendrán mayor fuerza los ruegos para alcanzar de la Virgen el socorro, no habiendo cosa que tenga más eficacia para ganar el corazón de Dios y de su Madre que la viva fe».I,488