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Sábado III semana de Cuaresma

Éxodo 40,14-36

Servimos a Cristo en los pobres

San Gregorio Nacianceno

Sermón sobre el amor a los pobres 14,38.40

Dichosos los misericordiosos –dice la Escritura–, porque ellos alcanzarán misericordia. No es por cierto la misericordia una de las últimas bienaventuranzas. Dichoso el que cuida del pobre y desvalido. Y de nuevo: Dichoso el que se apiada y presta. Y en otro lugar: El justo a diario se compadece y da prestado. Tratemos de alcanzar la bendición, de merecer que nos llamen dichosos: seamos benignos.

Que ni siquiera la noche interrumpa tus quehaceres de misericordia. No digas: vuelve, que mañana te ayudaré. Que nada se inter­ponga entre tu propósito y su realización. Por­que las obras de caridad son las únicas que no admiten demora.

Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, y no dejes de hacerlo con jovialidad y presteza. Quien reparte limosna, –dice el Apóstol–, que lo haga con agrado: pues todo lo que sea prontitud hace que se te doble la gracia del beneficio que has hecho. Porque lo que se lleva a cabo con una disposi­ción de ánimo triste y forzada no merece gratitud ni tiene nobleza. De manera que cuando hacemos el bien, hemos de hacerlo, no tristes, sino con alegría. Si dejas libres a los oprimidos y rompes todos los cepos, dice la Escritura; o sea, si procuras alejar de tu prójimo sus sufri­mientos, sus pruebas, la incertidumbre de su futuro, toda murmuración contra él, ¿qué piensas que va a ocurrir? Algo grande y admi­rable. Un espléndido premio. Escucha: En­tonces romperá tu luz como la aurora, te abrirá camino la justicia. ¿Y quién no anhela la luz y la justicia?

Por lo cual, si pensáis escucharme, siervos de Cristo, hermanos y coherederos, visitemos a Cristo mientras nos sea posible, curémosle, no dejemos de alimentarle o de vestirle; aco­jamos y honremos a Cristo, no en la mesa, solamente, como algunos; no con ungüentos, como María, ni con el sepulcro, como José de Arimatea; ni con lo necesario para la sepul­tura, como aquel mediocre amigo, Nicodemo; ni, en fin, con oro, incienso y mirra, como los Magos antes que todos los mencionados; sino que, puesto que el Señor de todas las cosas lo que quiere es misericordia y no sacrificio, y la compasión supera en valor a todos los rebaños imaginables, presentémosle ésta mediante la solicitud para con los pobres y humillados, de modo que, cuando nos vayamos de aquí, nos reciban en los eternos taber­náculos, en el mismo Cristo nuestro Señor, a quien sea dada la gloria por los siglos. Amén.