Habacuc 1,2-2,4
Me pondré de centinela para escuchar lo que me dice
San Bernardo
Sermón 5 sobre diversas materias 1-4
Leemos en el Evangelio que en cierta ocasión,
al predicar el Salvador y al exhortar a sus discípulos a participar de su
pasión comiendo sacramentalmente su carne, hubo quienes dijeron: Este modo
de hablar es duro. Y dejaron ya de ir con él. Preguntados los demás
discípulos si también ellos querían marcharse, respondieron: Señor, ¿a quién
vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.
Lo mismo os digo yo, queridos hermanos. Hasta ahora para algunos es evidente que las palabras que dice Cristo son espíritu y son vida, y por eso lo siguen. A otros, en cambio, les parecen inaceptables y tratan de buscar al margen de él un mezquino consuelo. Está llamando la sabiduría por las plazas, en el espacioso camino que lleva a la perdición, para apartar de él a los que por él caminan.
Finalmente, dice: Durante cuarenta años aquella generación me asqueó, y dije: «Es un pueblo de corazón extraviado». Y en otro salmo se lee: Dios ha hablado una vez. Es cierto: una sola vez. Porque siempre está hablando, ya que su palabra es una sola, sin interrupción, constante, eterna.
Esta
voz hace reflexionar a los pecadores. Acusa los desvíos del corazón: y en él
vive, y dentro de él habla. Está realizando, efectivamente, lo que manifestó
por el profeta, cuando decía: Hablad al corazón de Jerusalén.
Ved, queridos hermanos, qué provechosamente nos advierte el salmista
que, si escuchamos hoy su voz, no endurezcamos nuestros corazones. Casi
idénticas palabras encontramos en el Evangelio y en el salmista. El Señor nos
dice en el Evangelio: Mis ovejas escuchan mi voz. Y el santo David dice
en el salmo: Su pueblo (evidentemente el del Señor), el rebaño que
él guía, ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón».
Escucha, finalmente, las palabras del profeta Habacuc. No usa de eufemismos, sino de expresiones claras, pero que expresan solicitud, para dirigirse a su pueblo: Me pondré de centinela, en pie vigilaré, velaré para escuchar lo que me dice, qué responde a mis quejas. También nosotros, queridos hermanos, pongámonos de centinela, porque es tiempo de lucha.
Adentrémonos en lo íntimo del corazón, donde vive Cristo. Permanezcamos en la sensatez, en la prudencia, sin poner la confianza en nosotros, fiándonos de nuestra débil guardia.