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–7– La Providencia misteriosa y sus modos de acción

–¿Cómo es posible que la Providencia divina gobierne los miles de galaxias y cada uno de los pajaritos?
–Todo lo que Dios creó, con su providencia lo conserva y lo gobierna. Parece imposible, pero así lo creemos, como la Virgen creyó la palabra del arcángel Gabriel: «Nada hay imposible para Dios» (Lc 1,37). Es omnipotente.

Somos muy torpes para creer de verdad que «en Dios vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28). Disminuimos en nuestro pensamiento la continua asistencia de Dios providente, reduciéndola a esporádicas ayudas, para que así nos resulte más fácil creer en ella.
No alcanzamos a ver nuestra vida cristiana como un niño que camina siempre llevado de la mano por su Padre, porque no es capaz de caminar solo. Pero ésta es la grande y gloriosa verdad, la que nos dice San Pablo en Hch 17,28.
Sigamos, pues, contemplando los grandes y gloriosos misterios de la Providencia divina.

–Providencia misteriosa
«Todo lo que Dios creó, con su providencia lo conserva y gobierna» (Vaticano I, Denz 3003). Infinito misterio.
Dice el Señor:
«Yo anuncio desde el principio lo por venir, y de antemano lo que aún no se ha hecho. Mis designios se realizan, y toda mi voluntad la realizo… Lo he dicho y haré que suceda, lo he dispuesto y lo realizaré» (Is 46,9-11).
Y confesamos nosotros en la fe:
«el Señor reina, vestido de majestad, el Señor, vestido y ceñido de poder: así está firme el orbe y no vacila» (Sal 92,1). «Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su trono sagrado» (46,9).
¡Todos los días confesamos varias veces esa verdad de fe!: «por Nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén». Pero no acabamos de enterarnos.
Nuestra fe cree, pero también para ella la Providencia es misterio insondable. Dios interviene continua e infaliblemente en el orden de causalidades intramundano. No cae en tierra un pajarito sin la voluntad de Dios (Mt 10,29). Causa el querer y el obrar bueno de los hombres según sus designios de amor (Flp 2,13). Infinito misterio.
Así lo afirma el Catecismo:
«El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina Providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia.
«Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: «nuestro Dios está en los cielos y en la tierra, y todo cuanto quiere lo realiza» (Sal 115,3). Y de Cristo dice: «Si Él abre, nadie puede cerrar; si Él cierra, nadie puede abrir» (Ap 3,7). «Hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero solo el plan de Dios se realiza» (Prov 19,21)» [303].
Este misterio de la Providencia es tan grande que muchos cristianos ni se atreven a contemplarlo y meditarlo. De tal modo que acaban por no pensar en él, y lo olvidan, viviendo como si no lo creyeran.

+Los santos contemplan continuamente este formidable misterio, y en él fundamentan su acción de gracias, su adoración de Dios, su confianza inalterable, su paz y alegría, su audacia apostólica. Y todos los cristianos debemos imitarlos, como nos enseña el Catecismo:
«Así Santa Catalina de Siena dice a «los que se escandalizan y se rebelan por lo que les sucede»: «Todo procede del amor [de Dios], todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin» (Diálogo 4, 138)». Todo y siempre.
«Y Santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”» (Epist. ad Aliciam Allington, VIII-1534)» [313].
Por tanto, hemos de conocer y reconocer el amor de Dios en todo lo que sucede. Hemos de darle gracias «siempre y en todo lugar». Sin ningún miedo, sin ninguna duda o restricción mental. Por esa convicción de la fe «nos atrevemos a decir» en el Padrenuestro: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo».

+Misteriosa, inescrutable
Todo es providencia y amor de Dios; y por eso mismo todo es para nosotros un inmenso misterio.
«¡Qué insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién conoció el designio del Señor? O ¿quién fue su consejero?» (Rom 11,33-34).
¿Cómo no va a ser misterioso para nosotros el plan de Dios en cada caso? ¿Cómo vamos a entender nosotros lo que Dios quiere, hace o permite, es decir, lo que sucede en el mundo y en la Iglesia?… ¿Entiende un perro lo que hace su amo cuando está jugando una partida de ajedrez? Pues mucha más distancia hay de la inteligencia divina a la humana, que de la humana a la animal.
«No son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos, dice el Señor. Cuanto son los cielos más altos que la tierra, tanto están mis caminos más altos que los vuestros, y por encima de los vuestros, mis pensamientos» (Is 54,8-9).
El niño pequeño piensa que su madre le está castigando sin causa alguna al ponerle una inyección, cuando en realidad le está dando más vida y fuerza. El salvaje que entra a mirar en un quirófano, piensa que un criminal, vestido con bata y con media cara tapada, está atormentando cruelmente a un pobre hombre atado e indefenso, abriéndole con un cuchillo las entrañas.
Habrá que explicarle que se trata de un médico, y que no lo está matando, sino que está salvando la vida de un enfermo. Y habrá que ver si lo entiende y lo acepta.
Mysteria semper erunt mysteria. Pero la imposibilidad de «comprender» los misterios de Dios en su providencia no nos impide investigar a la luz de la razón y de la fe los modos en que ese gran misterio se produce. Investigar, meditar y contemplar la Providencia divina, especialmente mirando a Cristo en la Cruz.
* * *
–Dios en su providencia ordinaria
Dios despliega los planes de su providencia a través de las criaturas inanimadas, que Él sostiene en el ser y en el actuar, según las leyes que en ellas ha impreso. Catecismo:
«Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador que Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas segundas» (Flp2,13; cf. 1Cor 12,6) [308].
En cuanto a la criatura libre, el hombre, cuando y como Dios quiere, permite la acción del malvado, o la impide, iluminando su mente, cambiándole el corazón, paralizando su mano con el terror o la enfermedad. Y Él impulsa con su gracia a los buenos, para que enseñen la verdad, para que alerten del error y del mal, frenen los abusos, promuevan el bien de mil maneras, sosteniendo los buenos empeños y dándoles perseverancia. Dios permite que Saulo persiga a la Iglesia naciente, pero suscita en Pablo, camino de Damasco, una conversión total de mente y vida.
Catecismo. «Dios es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve también del concurso de las criaturas. Esto no es un signo de su debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios todopoderoso. Porque Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios de otras y de coooperar así a la realización de su designio» (306). «Dios concede a los hombres incluso poder participar libremente en su providencia, confiándoles la responsabilidad de “someter” la tierra y dominarla» (307).
Muchas son las conversiones que Dios realiza en su providencia ordinaria. Los malos pasan por su gracia a ser buenos, y lleva a los buenos a ser santos. Del mismo modo ordinario, también son muchas sus intervenciones en respuesta a las oraciones de petición que se le dirigen. Los sacerdotes somos testigos privilegiados de estas acciones, que Dios realiza por su gracia en providencia ordinaria.
La clásica oración indulgenciada Actiones nostras quaesumus Domine, expresa bien que la Providencia divina, de modo ordinario y continuo, asiste con su gracia las obras buenas del cristiano: «es Dios quien obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito» (Flp 2,13).
Así reza esta formidable oración litúrgica: «Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que nuestro trabajo comience en ti, como en su fuente, y tienda siempre a ti, como a su fin» (or. Laudes lunes 1ª semana del Salterio en Tiempo Ordinario).
(Nota.–La traducción española de esta oración es deficiente. El texto original latino dice «ut cuncta nostra oratio et operatio»: para que todas nuestras oraciones y obras. El «todas» que se omite es muy importante).
* * *
–Dios en su providencia extraordinaria
Otras obras las realiza Dios en providencia extraordinaria. El Señor convierte, por ejemplo, en un instante de gracia irresistible, la mente y el corazón de Saulo, que va a Damasco como perseguidor de los cristianos, cambiándolo en el gran apóstol Pablo.
Por tanto, todo lo que sucede está dispuesto por Dios en providencia ordinaria o extraordinaria. Todo, siempre, continuamente. «¿Quién puede resistir su voluntad?» (Rm 9,19). Nada escapa a la guía omnipotente de la Providencia divina. Todos los bienes son causados por Dios, y ningún mal desborda su permiso, porque cuando lo da Dios, es siempre para el bien de los que le aman (Rm 8,28). Nada sorprende o se impone al Señor de la creación y de la historia.
Dios «ha hecho al pequeño y al grande, e igualmente cuida de todos» (Sab 6,7). Nada sucede en este mundo, grande o pequeño –la concepción inmaculada de María o el asesinato de Jesús en la Cruz, la construcción de una Catedral o el establecimiento o la caída de un imperio, y por supuesto, los terremotos, los descubrimientos científicos, las guerras–…
Nada, nada acontece sin la voluntad positiva o permisiva de un Dios omnipotente, que nos ama inmensamente y que todo lo gobierna con sabiduría y amor. Así se contemplaba la Providencia divina ya en el Antiguo Testamento.
*Yahvé lo afirma: «El pasado lo predije de antemano: de mi boca salió y lo anuncié; de pronto lo realicé y sucedió». Y ahora el futuro «te lo anuncio de antemano, antes de que te suceda te lo predigo» (Is 48,3-5).
*Y los fieles lo creemos y lo confesamos: «El Señor reina, tiemblen las naciones» (Sal 98,1). «El Señor frustra los proyectos de los pueblos, pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad» (32,11). «El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables» (96,1).
¿Quién podría acusar a Dios, que así nos habla y se nos revela, de alardear de una continua acción providente infalible que no tiene? Confesemos, pues, con alegría: oh Dios, «tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad» (Sal 144,13).
* * *
Dios gobierna a veces en providencia extraordinaria, por medio de sus milagros.
En toda la Biblia, la Tradición y el Magisterio apostólico se afirma la realidad histórica de los milagros, así como su fuerza apologética. Sin embargo, modernamente esas dos cualidades se han puesto en duda o negado, incluso entre escrituristas y teólogos «católicos». Tal error es muy grave, y prefiero dedicarle el próximo capítulo.
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Señor, «que se alegren los que se acogen a ti con júbilo eterno. Protégelos, para que se llenen de gozo los que aman tu nombre. Porque tú, Señor, bendices al justo, y como un escudo lo rodea tu favor» (Sal 5,12-13).