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La Sagrada Escritura se abre con el grito de júbilo de Adán al recibir el don de su esposa Eva («¡ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!»: Gen 2,23), y se cierra con la súplica ardiente de la Iglesia que clama por la venida de su Esposo Cristo («el Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven! ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!»: Ap 22,17.20).
En exégesis se habla de inclusión cuando un determinado texto bíblico (perícopa, sección o un libro entero) comienza y termina con palabras idénticas o parecidas (ejemplo: el prólogo de san Juan 1,1-18 comienza presentando el Verbo «vuelto hacia el Padre» y termina refiriéndose al Unigénito «vuelto hacia el seno del Padre».
Eso significa que forma una unidad literaria y nos da pistas importantes sobre el significado y la interpretación del texto en cuestión. Aquí podemos hablar de una «gran inclusión», pues nos referimos a la Biblia en su totalidad.
Desde este punto de vista, podemos concebir toda la Sagrada Escritura como un gran poema nupcial, una revelación del amor esponsal, que tiene como grandes centros el Cantar de los Cantares para el AT y el Evangelio de San Juan para el NT. Dicho con otras palabras: el tema nupcial atraviesa toda la Biblia. Y, como tal, nos proporciona una preciosa clave para su interpretación.
Cf. a este respecto el precioso libro de L. ALONSO SCHÖKEL, Símbolos matrimoniales en la Biblia, Estella 1997.