fundación GRATIS DATE

Gratis lo recibisteis, dadlo gratis

Otros formatos de texto

epub
mobi
pdf
zip

Descarga Gratis en distintos formatos

5. Cómo debemos resistir a la tentación

Venga de donde viniere la tentación –del demonio, del mundo o de nuestras malas inclinaciones–, y preséntese como quiera, debemos resistirla con valentía y sobre todo con presteza. Nuestro bienaventurado Padre se nos muestra como modelo de esta generosa resistencia.
Todos sabemos cómo un día, tentado por el recuerdo de los placeres mundanos, se despojó de sus vestidos y revolcándose en un zarzal quedó su cuerpo ensangrentado [S. Gregorio, DiáIog., l. II, c. 2]: acto que tal vez no tiene parejo en los anales de la santidad, y muestra su gran fuerza de ánimo. El santo Patriarca sabía, pues, por experiencia lo que era la tentación, y cómo se la resiste. Ahora bien, ¿qué nos aconseja? Empleando el lenguaje de su ascesis, diremos que nos provee de tres «instrumentos» para combatir: «Velar a todas horas sobre la propia conducta; estar firmemente persuadidos de que Dios nos está mirando en todo lugar; estrellar en Cristo, sin demora, los malos pensamientos que nos sobrevengan» (RB 4).
La vigilancia nos estaba ya sumamente recomendada por el mismo Señor: «Vigilad» (Mt 26, 41). ¿Cómo obtenerla? Con el espíritu de compunción. Cuando el alma lo posee está siempre en guardia. Conociendo por propia experiencia su flaqueza, siente horror a cuanto puede llevarla a ofender de nuevo a Dios. Animada de este temor, llena de amor, se mantiene en vela para esquivar cuanto podría apartarla de este Dios, «que día y noche se preocupa de ella».
Y como desconfía de sí misma acude a Cristo: «orad» (Mt 26,41). «El verdadero discípulo de Cristo –dice nuestro bienaventurado Padre– es aquel que, rechazando de las puertas de su corazón el espíritu maligno, con su misma sugestión lo aniquiló» (RB, pról.). Y ¿cómo haremos impotente al maligno y su malicia? «Arrancando los primeros renuevos de las sugestiones diabólicas y estrellándolas en Cristo» (RB, pról.). San Benito compara los malos pensamientos a renuevos del diablo, padre del pecado; y nos dice que hay que rechazarlos y reducirlos a la nada estrellándolos contra Cristo tan luego como se manifiesten: mox ad Christum allidere (RB 4).
Mox, esto es, al instante: las sugestiones hay que sofocarlas en cuanto aparezcan; si las mimamos, arraigan y después carecemos de energía para resistirlas. Es más fácil vencerlas al principio que cuando por descuido se las ha dejado desarrollar. Son «renuevos» que hay que quebrar, esto es, débiles y como recién salidos, fáciles de destruir. Con la expresión «estrellar contra Cristo» el bienaventurado Padre recuerda el anatema del Salmista contra Babilonia, la ciudad pecadora: «Dichoso el que arrebate tus hijos y los estrelle contra las piedras» (Sal 136,9).
[San Jerónimo (Ep. XXII, 6), san Hilario (in Ps. 136, 14) y san Agustín emplean la misma imagen: «¿Quiénes son los párvulos de Babilonia? Los malos deseos nacientes… Mientras son pequeños… estréllalos contra la piedra... La piedra era Cristo». Interpretación del Sal 136,21]. Y Cristo, según san Pablo, «es la piedra angular de nuestro edificio espiritual» (Ef 2,20).
Acudir a Jesucristo es, en efecto, el medio más seguro de vencer las tentaciones: el demonio teme a Cristo y tiembla ante su cruz. ¿Somos tentados contra la fe? Digamos al momento: «Cuanto reveló Jesucristo lo aprendió del Padre; es el Unigénito que, del seno del Padre, vino a manifestarnos los secretos que Él sólo conocía: ésa es la verdad. Sí, Señor mío, Jesús, yo creo en Vos; pero aumentad mi fe».
¿Somos tentados contra la esperanza? Miremos a Jesús en la cruz, hostia propiciatoria por los pecados de todo el mundo. Es el Pontífice santo, y «que por nosotros entró en el cielo y siempre intercede en favor nuestro» (Heb 7,25). Él ha dicho: «Al que viniere a Mí, no le rechazaré» (Jn 6,37). ¿Se insinúa en nuestro corazón un sentimiento de desconfianza? ¿Quién nos ha amado más que Cristo? «Me amó y se entregó a mí» (Gál 2,20). Cuando el demonio nos inspire sentimientos de orgullo miremos a Cristo Jesús: era Dios y con todo se anonadó y humilló hasta la muerte ignominiosa del Calvario. ¿Y habría de ser el discípulo de mejor condición que el maestro? (Lc 6,40). ¿Es el amor propio el que nos sugiere deseos de venganza? Miremos también a Jesús, nuestro modelo, en su pasión: «No apartó su rostro de los que le escupían y golpeaban» (Is 50,6).
Si el mundo, cómplice del demonio, nos lisonjea con halagos pecaminosos, vanos y pasajeros, refugiémonos junto a Jesús, a quien Satanás osó prometer la gloria y el mundo entero si quería adorarle: «Señor Jesús, lo abandoné todo por ti, por seguirte más de cerca; no permitas que jamás me aparte de ti». [Ordinario de la Misa: Oración antes de la comunión]. No hay tentación que no pueda vencerse con el recuerdo de Cristo: mox ad Christum allidere. Y si la tentación persiste, si va acompañada especialmente de sequedad y tinieblas espirituales, no desfallezcamos: es señal de que Dios quiere vaciar nuestra alma de sí misma para ensanchar su capacidad divina y colmarla de su gracia: «Le podará para que dé más fruto» (Jn 15,2); como los discípulos, gritemos de todas veras a Jesús: «Sálvanos, Señor, que perecemos» (Mt 8,25).
Si lo hacernos así en el momento de la tentación, mox, cuando es todavía floja; si especialmente nuestra alma se mantiene en aquella actitud de arrepentimiento habitual que constituye la compunción, estemos seguros de que el demonio será impotente contra nosotros; la tentación nos servirá únicamente para mostrar nuestra fidelidad, fortalecer nuestro amor, y hacernos más gratos al Padre celestial.