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II. La naturaleza humana en Cristo, esposa del Verbo

En Cristo la naturaleza humana realiza perfectamente las características por las cuales San Bernardo reconoce a la esposa del Verbo. –La naturaleza humana en Jesús no tiene personalidad propia. –Está totalmente entregada al Verbo. –No vive sino para Él. –De Él depende en absoluto. –Fecundidad admirable de esta divina unión. –Esta unión es el modelo de la del alma con el Verbo.
Ven los Padres de la Iglesia, en el Cantar de los Cantares, el símbolo de la inexplicable unión que existe en Jesús, entre el Verbo y la naturaleza humana.
El Verbo, Sabiduría eterna, es el Esposo; Él mismo se elige una esposa: la naturaleza humana. El virginal e inmaculado seno de María es el tálamo nupcial donde se realiza esta maravillosa unión, tan maravillosa y elevada, que no admite otro autor que el mismo Espíritu Santo, tan íntima que está sellada por el Amor substancial.
Si consideramos la santidad humana en esta condición de unión con el Verbo, veremos que realiza admirablemente y con una plenitud eminente las características por las cuales quiere San Bernardo que sea reconocida la esposa del Verbo.
Cabe manifestar que la naturaleza humana en Jesús es completamente despojada de sí misma, desligada de toda criatura: relictis omnibus. Sabemos con certeza que es auténticamente humana, que pertenece completamente a nuestra raza; Jesús es «hombre perfecto» como es «Dios perfecto»: Perfectus Deus, perfectus homo (Símbolo atribuido a San Atanasio). La naturaleza humana en Jesucristo es integral: alma inmortal unida a un cuerpo de carne, con sus facultades, sentidos y potencias. «Excepto en el pecado, en todo lo demás Cristo es semejante a los hombres sus hermanos»: Debuit per omnia fratribus similari... absque peccato (Hb. 2,17;4,15).
Sin embargo, esta humanidad no posee nada propio; se pertenece tan poco que ni siquiera goza de personalidad; hasta se encuentra desprovista de lo que en nosotros constituye el centro más íntimo de esta plenitud de autonomía que forma el yo y es como el complemento de la naturaleza racional individual. En verdad hay en Jesús dos naturalezas, pero una sola persona, la persona divina del Verbo, que reemplaza eminentemente la personalidad humana y la suple. ¿Dónde buscar y hallar, para una naturaleza humana un desprendimiento tan absoluto? Relictis omnibus.
Así pues, no teniendo nada de propio ni perteneciéndose a sí misma; la naturaleza humana de Jesús «se adhiere al Verbo con todas sus potencias» Verbo votis omnibus adhaerere. El lazo que los une no puede explicarse; fuera del abrazo inefable que une a las Tres Divinas Personas en la unidad esencial de su naturaleza, no existe unión más íntima, ni abrazo más estrecho que éste. La santa humanidad es realmente una sola cosa con el Verbo; por eso todo es común entre ellos: las acciones propias de la naturaleza humana participan de la única y substancial belleza que resplandece en las obras de la eterna Sabiduría, y adquieren ese valor trascendental e infinito inherente a las obras del mismo Dios. Tan una sola cosa es con el Verbo, que por Él debemos adorarla como divina.
Unión indisoluble que, una vez realizada, permanece eternamente; la muerte misma no ha sido capaz de quebrantarla, y ahora, y en toda la eternidad, los elegidos contemplan, admiran, cantan y adoran la Humanidad unida al Verbo.
¡Cuán absoluta es la posesión de esta humanidad por el Verbo! Mas también ¡cuán plena es la donación de sí misma realizada por la naturaleza humana y en sus actos libres, qué exaltación de amor hacia el Verbo! Entre ella y el Verbo existe la más perfecta y constante comunicación de ideas, de sentimientos, de voluntad y de acción. Toda su vida, toda su actividad, lo mismo que su ser de naturaleza, están consagrados a la gloria del Verbo, «viven por el Verbo», Verbo vivere. Si recibe del Verbo la vida y sus dones más sublimes, en cambio le hace total entrega de sí misma y de sus acciones. Lo que Cristo dice de su vida de Verbo para con el Padre, la santa Humanidad puede decirlo, con la proporción debida, de su vida para con el Verbo: «Mi doctrina no es mía», (Jn. 7, 16) sino de aquel que está unido a mí; «Yo no juzgo por mí mismo, sino según los juicios de quien me posee en sí mismo...; obro como le veo obrar...» (Jn 5, 19.30).
Es asimismo un instrumento en las manos de Dios, pero un instrumento de una perfección y docilidad admirables; ella es «regida por Él»: Verbo se regere.
No teniendo personalidad propia en el modo de ser, tampoco la posee en cuanto al dominio de la actividad. «El Verbo preside todo, todo está bajo su mano... No es que el Verbo se ha rebajado, es que el hombre (la naturaleza humana) ha sido elevado; inmutable e inalterable, domina en todo y por todo a la naturaleza que le está unida. De ahí que, en Jesucristo, el hombre, sometido en absoluto a la dirección del Verbo que lo eleva hasta sí, no tiene más que pensamientos y acciones divinos. Todo cuanto piensa, todo cuanto quiere, todo cuanto dice, todo cuanto oculta en su interior, todo cuanto manifiesta al exterior, está animado por el Verbo y es por consiguiente digno del Verbo...» (Bossuet, Discurso sobre la Historia Universal, parte 2ª, Cap. XIX: Jesucristo y su doctrina).
La santa humanidad es para el Verbo el canal de sus gracias; por ella se manifiesta a los hombres, les revela sus divinos secretos y derrama en sus almas las palabras de la sabiduría, y por ella manifiesta la Bondad eterna y el indefectible Amor.
No poseyendo nada que le sea propio, toda su riqueza consiste en entregarse al Verbo, para que éste pueda vivir aquí abajo en cuanto hombre, en brindarle todo cuanto pueda contribuir a inflamar y atraer los corazones y a conquistar su Reino. Es así como vive sólo para la gloria del Verbo, que se entrega completamente a Él con dependencia absoluta, pero llena de amor, hasta la muerte. Pues por ella, sobre todo, posee el Verbo lo que no se encuentra ni puede encontrarse en su divina opulencia: el poder sufrir, expiar y morir por los hombres.
¡Qué bien pudo decir la Humanidad al Verbo en el primer instante de unirse a Él: «Tú eres para mí un esposo de sangre»! Sponsus sanguinum tu mihi es (Ex 4,25). Entregada a Él para ejercitar con Él y en Él todo cuanto es voluntad del Padre, no ha cesado durante toda su existencia en el mundo de tender hacia ese «bautismo de sangre» (Lc 12,50), que debía consumar la fecundidad maravillosa e inagotable de esta inexplicable y trascendental unión.
Por la muerte la Humanidad ha «concebido del Verbo lo que ella para el Verbo debía dar a luz»; de Verbo concipere quod pariat Verbo. De la muerte surgió la vida; del corazón traspasado de Jesús ha brotado el río de agua viva que debe regocijar la ciudad de las almas después de haberlas engendrado para la gracia.
Fruto de esta unión consumada en el Calvario entre el Verbo y la naturaleza humana, es la Iglesia y la multitud de los elegidos; multitud que san Juan llama innumerable (Ap 7,9); elegidos que «han sido rescatados de entre todas las razas, pueblos, lenguas y naciones» (Ap 5,6) por la Sangre divina, para constituir el reino eterno, glorioso y resplandeciente del Esposo y de la Esposa.
¿Y quién ha sido el autor de esas obras admirables, sino el amor, el amor del Verbo por la humana naturaleza, el amor de la santa humanidad por el Verbo? La unión entrambos no se realiza sino por la acción del Espíritu Santo, que es Amor substancial; éste es quien los reúne en el seno de la Virgen que «concibe del Espíritu Santo». El Amor ha inaugurado esta unión; el Amor la ha consagrado y sellado; el Amor la conserva; el Amor la realiza aún hoy día. Cristo, declara San Pablo, «se ha ofrecido como hostia inmaculada por el movimiento del Espíritu...» (Hb. 9,14).
A grandes rasgos, tal es el inefable misterio de las bodas divinas entre el Verbo y la naturaleza humana. Misterio que es a la vez el origen y el modelo de la unión del Verbo con las almas consagradas a Dios. Única por su carácter específico, la unión hipostática de la Encarnación resulta universal, por una extensión mística. Jesucristo, Dios y hombre, Verbo Encarnado, contrae con las almas, bien que, en diversidad de grados, esta unión en la cual es Él el esposo y el alma la esposa.
La condición de esta esposa es ciertamente inferior –y en cierto modo infinitamente inferior–* a la existente entre la naturaleza humana y el Verbo; a pesar de ello, es tan elevada y tan singularmente fecunda, que arrebata y transporta las almas que gozan de ella.
* En Jesús, la unión del Verbo con la naturaleza humana es sustancial y personal, es la de dos naturalezas en la unidad de persona. En el alma, la unión con el Verbo es, por su. naturaleza, accidental y moral, es decir, que la criatura humana conserva la personalidad en el dominio del ser; la unión con el Verbo se realiza en la actividad (conocimiento, amor y obras).
¡Oh Señor! si el Salmista ha podido proclamar que «honráis con exceso a vuestros amigos» (Ps 138,17), ¿qué alabanzas serán suficientes para celebrar la infinita condescendencia de vuestro amor hacia las almas que os dignáis llamar a la imitación de vuestra santa humanidad en calidad de esposas?