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Salmo 43 (44). Por tu causa nos degüellan

Se trata de una lamentación y súplica en tiempo de derrotas y desgracias nacionales. Recordando lo que Dios hizo por su pueblo (vv.2-9), se constata el presente calamitoso (vv.10-17), que se hace más duro porque el pueblo es derrotado precisamente en una época de fidelidad (vv.18-27). En efecto, si en otros salmos las desgracias sufridas hacen tomar al pueblo conciencia de su pecado, aquí es lo contrario: «todo esto nos viene encima sin haberte olvidado ni haber violado tu alianza… ni se desviaran de tu camino nuestros pasos» (vv.18-19); más aún, «por tu causa nos degüellan» (v.23).
Lo que en el salmo queda como un enigma: «¿por qué?» (vv.24.25), se esclarece en la revelación del NT. La Iglesia es perseguida precisamente por causa de su fidelidad a Cristo: «Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros… Como no sois del mundo… por eso os odia el mundo» (Jn 15, 18-21). «¿Qué gloria hay en soportar los golpes cuando habéis fallado? Pero si obrando el bien soportáis el sufrimiento, esto es cosa bella ante Dios» (1Pe 2,20), pues ese es el ejemplo de Cristo, un sufrimiento injusto soportado con y por amor (1Pe 2,21-24).
La angustia y desazón del salmo encuentran sentido a la luz de Cristo: «Todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo será perseguido» (2Tim 3,12; cfr. 1Tes 3,2-4). Lo que era vivido con amargura y decepción, se convierte –sin perder su carácter misterioso– en motivo de gozo: «Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos» (Mt 5,10-12; 1Pe 3,14.17; 4,12-16).
San Pablo cita el v.23 en Rom 8,36 para indicar cómo en medio de la persecución permanecemos envueltos y sostenidos por el amor de Dios (cfr. También 2Cor 4,11: la persecución es fecunda, porque nos une a la muerte de Jesús que es portadora de vida). Aunque somos enviados «como ovejas en medio de lobos» (Mt 10,16; cfr. V.23 del salmo), Jesús insiste: «No temáis» (Mt 10, 26.28.31), pues en medio de la persecución Él mismo nos protege. La tribulación se convierte en grito de victoria: «¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?» (Rom 8,35), ya que en la cruz misma está la victoria: «En todo esto salimos plenamente vencedores gracias a Aquel que nos ha amado» (Rom 8,37).