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Salmo 22 (23). Tú vas conmigo

Una de las expresiones más intensas y emotivas de la seguridad, la paz y la calma que brotan de la confianza en Dios. Este aparece como Buen pastor (vv.1-4) y como anfitrión que acoge al huésped (vv.5-6). Rezumando serenidad y confianza absoluta, es uno de los salmos más conocidos y apreciados por los creyentes.
Las sugerentes imágenes que aparecen en el salmo encuentran en Cristo (que se presenta a sí mismo como Buen Pastor: Jn 10,1-18; cfr. 1Pe 2,25; 5,2-4) su más perfecta realización. En el camino de la vida atravesamos cañadas oscuras, pero Cristo Buen Pastor va conmigo (Mt 28,20), me guía y me precede (Jn 10,4), me conforta y me sostiene. Nos apacienta en las fuentes tranquilas de la gracia («el que tenga sed, que venga a Mí y beba»: Jn 7,37); en medio de los enemigos y peligros, nos prepara la mesa de la Eucaristía y nos unge con el perfume de su Espíritu… «todos los días de mi vida» (cfr. Mt 28,20). Como es el Buen Pastor que conoce y ama a sus ovejas (Jn 10,14-15), podemos descansar «en las verdes praderas» de la oración, sabiéndonos conocidos y amados por Él. En cuanto Buen Pastor que da la vida por las ovejas (Jn 10,11), nos guía «por el sendero justo» y nos lleva a «habitar en la casa del Señor por años sin término», es decir, para toda la eternidad.
La apertura de las expresiones simbólicas («fuentes tranquilas», «reparar las fuerzas», la «mesa» y la «copa», la «unción») hace fácil y natural su aplicación a los sacramentos cristianos.
Las intensas expresiones de confianza («nada me falta», «nada temo», «me sosiega», «vas conmigo», «me hace recostar», «me conduce», «repara mis fuerzas»…) encuentran su mejor eco en los versos de santa Teresa de Jesús: «Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: sólo Dios basta».
El destino final del pastoreo de Cristo es el cielo. No nos ahorra las oscuridades, pruebas y tentaciones de esta vida, pero nos sostiene en ellas hasta llevarnos a «habitar en la casa del Señor». Si somos ovejas dóciles a su voz, el destino final es el Paraíso, aunque hayamos estado perdidos (cfr. Lc 23,43), pues es su especialidad buscar a la oveja perdida hasta encontrarla, cargando con ella llenos de gozo hasta introducirla en la Casa del Padre (Lc 15,4ss).