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Salmo 130 (131). Como niño en brazos de su madre

Uno de los salmos más cortos y, a la vez, más intensos y expresivos de todo el salterio. Todo en él rezuma paz y confianza. La imagen del niño que descansa plácidamente en el regazo de su madre transmite serenidad y seguridad. Se trata de un niño «destetado» o «saciado», que no se preocupa ni desasosiega por nada. El orante reconoce gozosamente sus límites y se apoya en Dios descansando en Él. Así puede peregrinar con confianza hasta su meta (es salmo de peregrinación).
Jesús ha dicho de sí mismo que es «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Él es «este niño» (Mt 18,4), quien como nadie ha vivido el espíritu filial y la confianza absoluta en el Padre, abandonándose totalmente en sus manos incluso en el momento más difícil de la muerte en cruz (Lc 23,46).
Y lo que ha vivido lo ha enseñado como camino regio e indispensable: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos» (Mt 5,3); «si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los cielos» (Mt 18,3p). La actitud radical y fundamental ante Dios es la confianza (Mt 6,25-34). Si ya el A.T. enseñaba: «no busques lo que te sobrepasa, ni lo que excede tus fuerzas trates de escrutar…» (Sir 3,17-24), Jesús añade que se revela a los humildes lo que se oculta a los soberbios (Lc 10,21). Por lo demás, esta confianza en Dios se puede prolongar en confianza en la Virgen y en la Iglesia, madres ambas.
En la historia de la espiritualidad cristiana muchos santos han resaltado esta confianza absoluta que llega hasta el abandono total en Dios; pensemos en san Claudio la Colombiere, Sta. Teresa del Niño Jesús o el beato Carlos de Foucauld… La humilde confianza pone al hombre en el lugar correcto ante Dios, permitiéndole ejercer su infinita paternidad. «El abandono es no preocuparse ya por uno mismo, sino mantenerse siempre orientado hacia Dios… dejar de buscarse a sí mismo en todas las cosas espirituales o físicas, dejar de buscar la propia satisfacción… ese espíritu de imparcialidad que no prefiere nada: ni personas, ni tiempos, ni lugares, sino que se adhiere a todo, lo acepta todo, se somete a todo… Es un medio tan sencillo para santificarse… ¡cuánta dulzura y paz se experimenta! ¡Cómo se comunica Él!... aquí se encuentra la verdadera felicidad… El alma que se abandona ha encontrado el paraíso en la tierra» (Sta. Teresa Couderc).