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Salmo 106 (107). Gritaron y los salvó

Se trata de una gran liturgia comunitaria de acción de gracias. La repetición de dos estribillos («gritaron al Señor en su angustia y los arrancó de la tribulación»: vv.6.13.19.28; «den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres»: vv. 8.15.21.31) da la clave del salmo: cuatro situaciones de dificultad extrema en las que Dios ha intervenido salvando (vv.4-9; 10-16; 17-22; 23-32); probablemente alude a casos bien determinados, pero presentados con rasgos tan genéricos que hace susceptible su aplicación a diferentes circunstancias. La última parte (vv.33-41) celebra el poder de Dios que castiga y salva, cambiando la suerte de los hombres para favorecer a los pobres y transformando incluso los elementos de la naturaleza. Concluye con una invitación a meditar estos hechos para mejor comprender la misericordia del Señor.
La dinámica interna en el salmo responde a una lógica presente a lo largo de toda la historia de la salvación: situación penosa (peligro o sufrimiento), clamor y súplica a Dios, intervención divina que libera, consiguiente acción de gracias al Dios que es misericordioso y hace maravillas con los hombres. Este dinamismo engloba los dos modos fundamentales de la relación del hombre con Dios: la petición que brota de su indigencia y la gratitud que deriva de los favores recibidos. ¿No es acaso esa también la realidad experimentada por cada uno de nosotros en su pequeña historia de salvación? ¿No lo descubrimos en la experiencia de nuestros hermanos?
El v.20 afirma: «envió su palabra para curarlos, para salvarlos de la perdición». Muchos textos de la Escritura nos hablan de la eficacia de la Palabra de Dios (Is 55,10-11) y de su poder sanador (Sab 16,12). En efecto, por medio de su palabra Dios sana y consuela, libera y da esperanza, alegra y vivifica… Pero la Palabra es el mismo Jesucristo, que, hecha carne en la plenitud de los tiempos (Jn 1,14), ha sido enviada por el Padre para salvarnos de la perdición, más aún, para «buscar y salvar lo que [ya] estaba perdido» (Lc 19,10). En Él se realiza la liberación de toda negatividad humana que el salmo contempla («angustia», «oscuridad y tinieblas», «cadenas», agotarse la vida, tocar las puertas de la muerte, incapacidad de la propia pericia…)