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3. Vergonzoso silenciamiento de la virtud del pudor

El silencio actual en la predicación del pudor rompe una tradición continua, como vimos, desde el Nuevo Testamento. Y este silenciamiento del Evangelio del pudor se hace tanto más incomprensible cuanto más hundido en la lujuria está el mundo moderno. ¿Cómo es posible que estando hoy gran parte del pueblo cristiano tan gravemente enfermo de lujuria casi nunca se le prediquen la castidad y el pudor?… La pregunta, en cierto modo, está mal planteada. Porque es al revés. La falta de predicación del Evangelio del pudor y de la castidad esla causa principal de la abundancia de la lujuria y del impudor en el pueblo cristiano y en el mundo pagano. Cuando un lugar se queda a oscuras, atribuimos esa oscuridad parcial o total a que a luz se ha debilitado o apagado. ¿No es ésa precisamente la causa principal de la oscuridad?

Cristo y sus Apóstoles salvan a los hombres, también del impudor, predicándoles el Evangelio. Únicamente la palabra de Cristo tiene poder para sanar al hombre podrido por el impudor y la lujuria. «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida» (Jn 8,12). «Padre, santifícalos en la verdad» (17,17). Y los Apóstoles, enviados a predicar el Evangelio, entendieron esto perfectamente.

San Pablo afirma que «el justo vive de la fe, la fe es por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo (Rm 1,17; 10,17). En Corinto, por ejemplo, encuentra una ciudad portuaria, donde abunda la riqueza y la lujuria –el culto a Venus es servido en la acrópolis por centenares de prostitutas sagradas; la sífilis es entonces llamada el mal corintio–. Halla, pues, el Apóstol un mundo pervertido, donde incluso la comunidad cristiana se ve afectada por esa peste viciosa (1Cor 5,1). Pero él no entiende la degradación corintia como un valor de la cultura griega, ni tampoco la ve como un dato social irreversible. Por el contrario, reacciona predicando con especial insistencia –más que en otros lugares– el Evangelio del pudor y de la castidad.

Es a los corintios a quienes el Apóstol predica castidad y pudor como algo exigido por su condición de miembros de Cristo: «el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo… ¿No sabéis acaso que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?… El que se une al Señor se hace un solo espíritu con él. Huid la fornicación» (1Cor 6,7-8). Les recuerda igualmente su condición de templos del Espíritu Santo: «¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, y que habéis recibido de Dios? No os perteneceis, pues habéis sido comprados ¡y a qué precio! Glorificad, pues a Dios, en vuestros cuerpos» (6,19-20). Y es a los corintios, precisamente, a quienes más gravemente amenaza –«no os engañéis»– con la condenación eterna que espera a los adúlteros, fornicarios y sodomitas (3,16-17; 6,9-11).

Las causas que silencian hoy el Evangelio del pudor, ésas mismas son las causas del impudor actual. Señalo solamente algunas de ellas, aunque, lógicamente, todas se implican entre sí:

–el hedonismo, el horror a la Cruz, hoy autoriza a los cristianos a gozar lo más posible del mundo presente, sin diferenciarse en nada de aquellos que «no sirven a Cristo, nuestro Señor, sino a su vientre» (Rm 16,18). Se avergüenzan del Evangelio del pudor y de la Cruz (Rm 1,16) aquellos predicadores y aquellos fieles cristianos infieles, que no quieren sufrir por el pudor la marginación, el rechazo o la burla de los mundanos.

–el pelagianismo es también enemigo del pudor, porque los que no ven al hombre como un ser herido por el pecado original, inclinado al mal, y necesitado, por tanto, de una austera vida evangélica, que evite para él y para los otros tentaciones indebidas, no ven en el pudor sino una mogigatería deleznable.

–el modernismo progresista estima que acerca del pudor y la castidad la enseñanza de la Biblia, de la Tradición cristiana, del Magisterio apostólico y de los santos, es un error funesto; y que el impudor casi total del presente es «una conquista irrenunciable», un crecimiento en la verdad, una liberación de mentalidades cristianas oscurantistas, erróneas y morbosas. En la cuestión del pudor, como en tantas otras, el mundo tiene la razón y la Iglesia está en el error.

Por eso, el extremo impudor en muchos cristianos actuales, más y antes que una relajación moral de la voluntad y de los sentidos, es una enfermedad mental, una herejía, una sujeción al Padre de la mentira.

–Algunos alegan que, estando los hombres hoy tan lejos de la fe, hay que predicarles las verdades fundamentales, y no estas otras, como el pudor, mucho menos importantes, y que, por el contrario, constituyen un lastre pesado en la tarea de la evangelización, por la reacción tan adversa que su proposición suscita en los mundanos. Para esta objeción hay dos respuestas:

1ª, Es cierto que la predicación de las grandes verdades de la fe –la Trinidad, Cristo, la Iglesia, el bautismo, la esperanza de la vida eterna, etc.–, han de llevar la primacía en la evangelización, pues su ignorancia deja sin fundamento la vida moral cristiana, también el pudor. Pero hay que predicar la fe y la moral juntamente, como lo hace el Apóstol, p. ej., en su carta a los Romanos: él denuncia en ella breve y contundentemente el mal del mundo, también y con insistencia el pecado de la lujuria (1-2), y pasa a anunciar ampliamente la salvación por la gracia de Cristo, y las maravillas de la vida cristiana (3-16).

2ª Es cierto, sí, que, pudor y castidad se integran en la virtud de la templanza, y que ésta es la menos alta: es el primer peldaño en la escala de la perfección espiritual. Ahora bien, si careciendo de la necesaria ayuda de la Palabra divina, los fieles cristianos no son capaces de superar ese primer peldaño, se ven impedidos ya desde el principio para ir más arriba en su ascensión espiritual. Se quedan en tierra.

Por eso mismo, pues, porque pudor y castidad están entre las virtudes más elementales, por eso es preciso predicarlas con fuerza a los cristianos desde el principio, es decir, sobre todo a los principiantes, que son todavía carnales (1Cor 3,1-3). Es lo que hacía el Apóstol. Solamente así superarán con la gracia de Dios el culto al cuerpo, y quedarán abiertos y dispuestos a gracias mucho más altas. Sin salir de Egipto, no hay modo de entrar en el desierto, y menos de llegar a la Tierra prometida. La pobreza pertenece también a la virtud de la templanza, de acuerdo; pero si no se predica y se libera a los hombres de su congénito culto a la riqueza, ni siquiera se asoman al Reino, porque no pasan de su puerta de entrada, que es la pobreza. No es posible seguir a Cristo –ser cristiano– si no se le prefiere a todo, y si no hay disposición de dejarlo todo, aún a sí mismo, para seguirle (Lc 14,26-27.33). No es posible adquirir el tesoro escondido en el campo, Cristo, si no se vende todo lo que uno tiene (Mt 13,44-46).

–Otros dicen: guardemos hoy silencio sobre el pudor y la castidad, pues demasiado se habló en otro tiempo de esas virtudes. Es decir, corrijamos el (presunto) exceso del pasado en la predicación del pudor y de la castidad, eliminando hoy la predicación de esas virtudes. Es absurdo. Es mucho peor el remedio que la enfermedad.

–Otros argumentan: quienes hoy incurren en impudor, no tienen culpa, pues lo ignoran. Por tanto, mejor será dejar a los hombres en la ignorancia, sin crearles nuevos problemas de conciencia. Una niña pequeña, por ejemplo, que ya a los tres o cinco años es vestida y educada en el impudor por su madre, que ignora el pudor –le quitan a la niña el pudor antes de que pueda tenerlo–, cuando sea mayor será inculpable de un impudor acerca de cuya maldad sufre una ignorancia invencible. A estas alegaciones puede responderse por reductio ad absurdum: si este mismo argumento se aplica a los ricos injustos, educados desde niños en unas injusticias enormes, a los hombres de un pueblo que considera naturales la esclavitud, la antropofagia y la poligamia, etc., la conclusión es evidente: cese la predicación del Evangelio. Y efectivamente, podemos comprobar que eso es lo que sucede a quienes van por ese camino: han cesado de evangelizar a los pueblos. Han dado muerte a las misiones.

* * *

Pero quizá la causa principal del silenciamiento del pudor está en la negación de la vocación de los laicos a la santidad. Teóricamente se afirma con frecuencia que laicos y religiosos están llamados a la santidad. Nadie lo niega: el Concilio Vaticano II insistió muy especialmente en la vocación universal a la santidad (LG cp. V). Pero prácticamente son muy pocos los que, sobre todo en referencia a los laicos, se atreven a indicar los medios precisos para llegar a la santidad en la vida laical. Más bien hablan y actúan como si a los laicos les permitieran, más aún, les recomendaran que, siendo seglares, vivan como los seculares, es decir, mundanicen sus modos de vida para ser fieles a su vocación, evitando diferenciarse de sus conciudadanos. Vengamos a ver estos principios falsos aplicados al tema del pudor.

Por supuesto, esta actitud es contraria a la enseñada por Cristo: «vosotros no sois del mundo, sino que yo os elegí del mundo, y por eso el mundo os aborrece» (Jn 15,19). San Pablo: «no os configuréis con este siglo, sino transformáos por la renovación de la mente, procurando conocer cuál es la voluntad de Dios, buena, grata, perfecta» (Rm 12,2). Habéis de ser «hijos de Dios sin mancha, en medio de esta generación mala y pervertida, entre la cual aparecéis como antorchas en el mundo, llevando en alto la Palabra de la vida» (Flp 2,15-16). Apliquemos estas normas fundamentales al tema del pudor en quien vive en el mundo secular.

El pudor en las religiosas y en las cristianas seglares ha de ser pleno, total, aunque se manifieste en modos diversos

–Las religiosas fieles a su vocación son dóciles al Espíritu de Jesús en todos los aspectos de su arreglo personal, al que no dedican más atención que la estrictamente necesaria. Sus hábitos reunen las tres cualidades evangélicas precisas: expresan el pudor absoluto, la pobreza conveniente y la dignidad propia de los miembros de Cristo. Son, pues, plenamente gratas a Cristo Esposo, porque viven según su Espíritu.

–Y el vestido y arreglo de las cristianas laicas han de tener esas mismas cualidades, pudor, pobreza y bella dignidad. Y así ha sido en la historia de la Iglesia. Si examinamos un buen libro de Historia del vestido en Occidente, comprobaremos que el vestir de las religiosas y el de las mujeres seglares, con las diferencias convenientes –más adorno y color en las seglares–, ha guardado una clara homogeneidad durante muchos siglos. Por eso, cuando uno y otro modo se hacen clamorosamente heterogéneos –unas visten con pudor y otras, muchas, con la indecencia siempre creciente de las modas mundanas–, eso indica que se ha descristianizado en gran medida el arreglo personal de las mujeres laicas. El espectáculo que algunas jovencitas cristianas y sus acompañantes dan a veces, concretamente, en las celebraciones parroquiales de la confirmación y del matrimonio, es hoy con frecuencia una gran vergüenza para la Iglesia, y hace pensar si la palabra sacramento no se habrá cambiado en sacrilegio. Apostasía e impudor van de la mano.

Muchas mujeres cristianas ofenden habitualmente los tres valores propios del vestido cristiano: pobreza, pudor y dignidad. Cuántas mujeres seglares gastan demasiado en vestidos, adornos y también en tiempo dedicado a su embellecimiento. Cuántas aceptan modas muy triviales, que ocultan la dignidad del ser cristiano, templo de la Santísima Trinidad, miembro de Cristo. Y cuántas veces, hasta las mejores, se autorizan a seguir las modas mundanas, también aquéllas que no guardan el pudor, aunque ellas vayan un pasito detrás.

Y alegan, «somos laicas, no religiosas». Pensando que visten con menos indecencia que la usual en las mujeres mundanas –lo que puede ser verdad–, ya piensan que visten con decencia –lo que es falso–. Una vez más, «lo bueno es enemigo de lo mejor». Llevarán, por ejemplo, traje completo de baño cuando solo algunas mujeres más atrevidas vistan bikini; pero cuando el bikini lo viste la mayoría femenina, ellas lo aceptan, aunque en un modelo algo más decentito, etc. Siguen así la moda mundana, que acrecienta cada año más y más el impudor, y lo hacen con la conciencia en paz, porque «no escandalizan», 1.-como si esto fuera siempre del todo cierto, y 2.-como si la misión de los laicos cristianos en este mundo consistiera en «no escandalizar». Por lo demás, no les hace problema de conciencia asistir asiduamente con su decente atuendo a ciertas playas y piscinas que no son decentes, sino que son lugares escandalosos, ocasiones próximas de pecado, escuelas excelentes del impudor y la lujuria.

Y estas mujeres laicas mundanizadas, a veces pertenecientes a alguna asociación laical católica, son las que, según dicen, «insertándose en las realidades seculares, pretenden ir transformándolas según el plan de Dios»… Puros cuentos. Estas cristianas ignoran que con su atuendo no han de limitarse a no escandalizar –que, por lo demás, también escandalizan no pocas veces–, sino que han de intentar de todo corazón agradar a Cristo Esposo, al que se entregaron sin condiciones en el bautismo; han de pretender manifestar a Jesús plenamente en ellas, también en su apariencia exterior; han de expresar del modo más inteligible su condición celestial (1Cor 15,45-46), como miembros de Cristo y templos de su Espíritu; y en fin, deben pretender «abstenerse hasta de la apariencia del mal» (1Tes 5,22).

Los laicos están llamados a la santidad, como lo están sacerdotes y religiosos: «vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14). Pero cuántos son los que ignoran la santidad, la perfección evangélica, la luminosidad interior y exterior a que Dios les llama con tanto amor. Concretamente la mayoría de los seglares no tienen ni idea de la grandeza de la vocación laical. El Señor quiere hacer en ellos maravillas, pero ellos no se lo creen, y no le dejan. ¡Claro que el camino laical es un camino de perfección cristiana!; pero lo es cuando se avanza por el camino santo del Evangelio, no si en tantas cosas se anda por el camino secular del mundo por comodidad, fascinación, oportunismo, falta de espíritu de testimonio martirial, en una palabra: horror a la Cruz.

Post post. –Partiendo del texto del Génesis, «Dios los vistió», en estos artículos he centrado de hecho las consideraciones y ejemplos acerca del vestido. Pero como ya señalé al principio, el pudor ordena en la castidad toda una variedad de actitudes, no solamente el vestir, sino también miradas, gestos, conversaciones, relación entre novios, espectáculos, confidencias, vida conyugal, campamentos, lecturas, vestuarios deportivos, internet y tantos otros aspectos de la vida humana.