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9. San Ignacio de Loyola –1

–¿Qué, ya se cansó de titular estos posts con “el lenguaje de»?

–Así es. Pero sigo en las mismas, mostrando en algunos hombres de Dios ejemplos de lucidez y valentía para dar el testimonio de la verdad al mundo de su tiempo.

Entregados a la guía del Espíritu Santo. En el siglo XVI, bajo la acción de Dios, uno de los principales protagonistas de la Reforma de la Iglesia fue San Ignacio de Loyola (1491-1556). Su conversión maravillosa se produjo en 1521, poco después de que Martín Lutero en 1517 fijara sus 95 tesis protestantes en la puerta de la Schlosskirche, iglesia del Palacio, en Wittemberg. Ya se ve que el Señor suscita a Ignacio de Loyola y a su Compañía de Jesús con la grandiosa misión de ser defensores y difusores de la fe católica en un tiempo gravemente amenazado por la herejía y el cisma.

Sin embargo, Ignacio y sus compañeros tardaron bastante en conocer esta propia misión suya en la Iglesia. Durante no pocos años pensaban más en Jerusalén que en Roma, y querían establecerse en Palestina, al servicio de cristianos y de infieles. El P. Nadal escribía en 1563 que Ignacio «era llevado suavemente a donde no sabía, y no pensaba en fundar Orden alguna». Laínez confesará en una ocasión que «nuestra intención desde París aún no era de hacer congregación, sino dedicarse en pobreza al servicio de Dios y al provecho del prójimo, predicando y sirviendo en hospitales» (J. I. Tellechea, Ignacio de Loyola, Madrid, Cristiandad 1986,227).

La situación de Ignacio ya converso fue en un principio bastante precaria. El antiguo capitán inició sus estudios eclesiásticos ya mayor, a los 35 años de edad. En su breve estancia de Alcalá y Salamanca (1526-1527) tuvo muchos más problemas que estudios. Y cuando en 1528 marchó a París «solo y a pie», hubo de comenzar por el estudio del latín y humanidades, entre alumnos mucho más jóvenes, y «hallábase muy falto de fundamentos». Éstos y otros detalles de su vida los conocemos por la relación que le hizo Ignacio al P. Luis Gonçalves da Camara (Autobiografía 73). «Era también otro impedimento el pedir limosna para se mantener». Para remediarlo, iba Ignacio un par de meses en verano a Flandes «para traer con qué pudiese estudiar todo el año» (74-76). Si a todo ello añadimos que «daba ejercicios», en ocasiones, a varias personas a la vez y por separado, podemos concluir que tampoco en París pudo hacer sus estudios con calma y regularidad. Sin embargo, llegó a ser Maestro en Artes en 1535, a sus 44 años.

Por lo demás, y en buena parte por vocación personal, durante toda su vida San Ignacio fue un hombre de muy pocos libros. En su habitación solo tenía dos, el Nuevo Testamento y la Imitación de Cristo. Su norma era non multa, sed multum, y estaba convencido de que «no el mucho saber harta y satisface al alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente» (Ejercicios 2). Como San Ignacio, otros santos hubo en la historia de la Iglesia, San Francisco de Asís, San Francisco de Sales, que siendo hombres de lecturas muy limitadas, vinieron a ser los más influyentes de su tiempo, y en medio de las mayores turbulencias ideológicas, ellos supieron marcar en sus religiosos y en el pueblo cristiano el exacto norte evangélico. Convendrá que ciertos super-lectores de hoy, que van más por el non multum, sed multa, tengan en cuenta este dato.

Cristo y su Iglesia libran en la historia una enorme batalla contra el diablo y los suyos (cf. post 19). Ya en los Ejercicios espirituales, que serán siempre en Ignacio y en la Compañía la lectura fundamental del Evangelio, el antiguo capitán, que conoce bien los estragos que está sufriendo la Iglesia a causa principalmente de Lutero, en la meditación de las dos banderas hace un planteamiento bélico de la vida cristiana:

«El primer preámbulo [“para considerar estados”, esto es, para orientar la propia vida] es la historia: cómo Cristo llama y quiere a todos bajo su bandera, y Lucifer, al contrario, bajo la suya». Los dos campos que se enfrentan son Jerusalén y Babilonia. El tercer preámbulo es «pedir conocimiento de los engaños del mal caudillo y ayuda para guardarme de ellos, y conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán, y gracia para imitarle». El jefe de los enemigos «hace llamamiento de innumerables demonios y los esparce a los unos en tal ciudad y a los otros en otra, y así por todo el mundo, no dejando provincias, lugares, estados ni personas algunas en particular». Contra él y contra ellos, «el Señor de todo el mundo escoge tantas personas, apóstoles, discípulos, etc., y los envía por todo el mundo, esparciendo su sagrada doctrina por todos los estados y condiciones de personas» (Ejercicios 137-145).

La formación católica de los miembros de la Compañía es para San Ignacio el medio fundamental para colaborar en la Reforma de la Iglesia, «ad maiorem Dei gloriam». Ante todo y sobre todo, son los Ejercicios espirituales el medio ignaciano para forjar con la gracia divina hombres nuevos. Pero a ellos ha de añadirse todo el sistema formativo que Ignacio establece cuidadosamente en las Constituciones de la Compañía, y más concretamente en las Constituciones de los colegios. Casi podría decirse que Ignacio, en esos importantes documentos, manda hacer todo lo contrario de lo que él hizo en su tiempo primero de formación.

–Las Constituciones de la Compañía, en su IV parte, establecen minuciosamente cómo deben formarse espiritual y doctrinalmente los que se alistan para combatir bajo las banderas de Cristo. Los jesuitas han de apreciar extremadamente el estudio: «tengan deliberación firme de ser muy de veras estudiantes, persuadiéndose no poder hacer cosa más grata a Dios nuestro Señor en los Colegios, que estudiar con la intención dicha; y que cuando nunca llegasen a ejercitar lo estudiado, el mismo trabajo de estudiar, tomado por caridad y obediencia, como debe tomarse, sea obra muy meritoria ante la divina y suma Majestad».

«La doctrina que en cada facultad deben seguir sea la más segura y aprobada». Tal como están los tiempos, éste es un punto esencial. «Aquellos libros se leerán que en cada facultad se tuvieren por de más sólida y segura doctrina, sin entrar en algunos que sean sospechosos ellos o sus autores». Y «aunque el libro sea sin sospecha de mala doctrina, cuando el autor es sospechoso, no conviene que se lea; porque se toma afición por la obra del autor, y del crédito que se le da en lo que dice bien, se le podría dar algo después en lo que dice mal. Es también cosa rara que algún veneno no se mezcle en lo que sale del pecho lleno de él».

Los estudios deben incluir ordenadamente Humanidades, autores latinos y griegos, y otras ciencias, cánones y Concilios, alguna suma de Teología escolástica –en los Ejercicios menciona Ignacio como doctores escolásticos más recomendables a «Santo Tomás, San Buenaventura y el Maestro de las Sentencias» (363)–. Y «en la Lógica y Filosofía natural y moral y Metafísica se siga la doctrina de Aristóteles». Procúrese también, en orden a las misiones, al aprendizaje de otras lenguas, «caldea, arábiga, indiana».

«Quítense también los impedimentos que distraen del estudio, así de devociones y mortificaciones demasiadas o sin orden debida, como de cuidados y ocupaciones exteriores en los oficios de la casa, y fuera de ella conversaciones». Y por otra parte, «como no conviene cargar de tanto trabajo corporal que se ahogue el espíritu y reciba daño el cuerpo, así algún ejercicio corporal, para ayudar lo uno y lo otro, conviene ordinariamente a todos». Quizá sea San Ignacio el primer fundador que incluye en una Regla de vida religiosa «los ejercicios corporales» como una exigencia habitual.

–Las Constituciones de los Colegios, establecidas unos diez años más tarde (1549-1550), concretan más algunos puntos. San Ignacio sabe que el crecimiento en la vida espiritual y en el estudio han de ir juntos siempre, estimulándose mutuamente. Como dice San Pablo, es preciso «guardar el misterio de la fe en una conciencia pura» (1Tim 3,9). Oración y estudio, ejercicio de las virtudes y estudio.

Pero, sin embargo, no quiere que sus estudiantes hagan, como él había hecho en Manresa, siete horas diarias de oración de rodillas. Él quiere que, además de las oraciones vocales obligadas, se ocupen en «la meditación y oración mental, los que de ella son capaces [atención: “los que de ella son capaces”] , hasta tres cuartos de hora, o a lo más una hora, que cada uno emplee en su cámara, en el mejor modo que supiere». «Téngase advertencia que no se diviertan del estudio por devociones demasiadas para estudiantes». Y «ninguno haga más contemplaciones o oraciones, sin que el Rector se lo permita y ordene».

Cuídese ante todo la santidad de vida. «Los que fueren aptos para estudiar, se ayudarán… en especial de lo que hace para la pureza de la conciencia, pues “en alma artera no entrará la sabiduría” (Sab 1,4)… y de la oración, que pida gracia para bien proceder en el estudio a gloria divina».

Más aprovecharán los estudiantes con unos pocos profesores excelentes que con una caterva de mediocres: «Procúrese que tomen la doctrina más aprobada y sigan los mejores autores en cualquier facultad, y antes entiendan bien pocos, que corran por muchos no tan bien entendidos; que la mucha variedad no ayudaría». «En las cosas más fructuosas y útiles para nuestro instituto, y según los tiempos más necesarias, es bien se ponga mayor estudio, como sería en la materia de sacramentos y otras cosas morales, o controversias con heréticos, etc.»

«Quítense otros impedimentos del estudio, cual es padecer necesidad de cosas temporales», o en dedicarse demasiado a trabajos exteriores, asistenciales o de apostolado. Y por supuesto, «no haya en casa libros de amores y vanidades, ni armas, ni cosas de juegos, como tableros, naipes, dados, etc. De pelotas o bolas no parece habría inconveniente».

Un ejército pronto para «combatir los buenos combates de la fe» (1Tim 6,12), ésa es la Compañía de Jesús formada por San Ignacio y sus primeros compañeros. En la historia comprobamos tantas veces que la Reforma de la Iglesia, la que en un tiempo concreto necesita, viene realizada por Dios a través del Papa, de los Obispos, de Concilios de reforma, pero también por medio de hombres y de institutos santos. Toda Reforma católica ha de iniciarse muy especialmente procurando para los aspirantes al sacerdocio una buena formación doctrinal y espiritual, en la que se unan armoniosamente los estudios de humanidades, filosofía, Escritura, Tradición de padres y de santos, teología escolástica y positiva, historia, liturgia, cánones y Concilios, lenguas clásicas y modernas. Y en este sentido, el sistema ignaciano de formación eclesiástica vino a ser, bajo el influjo reformador del Concilio de Trento, modelo para toda la Iglesia tanto en los Seminarios diocesanos como en los Centros religiosos de formación.

En el próximo post, con el favor de Dios, recordaremos la acción de la Compañía en favor de la reforma de la Iglesia, de su difusión misionera, y en su lucha potentísima adversus hæreses.