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9. José Antonio Pagola –I. Jesús histórico

–¿Los Evangelios, concretamente, son históricos?

–Contesta el Vaticano II: «La santa madre Iglesia ha mantenido y mantiene con firmeza que los cuatro Evangelios, cuya historicidad afirma sin dudar, narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó hasta el día de la ascensión» (DV 19).

Reforma o apostasía. Este blog viene señalando en el edificio de la Santa Iglesia los lugares afectados por aquellas ruinas más peligrosas, que con más urgencia exigen remedio. Por eso he tratado con especial insistencia de los errores doctrinales, porque son los más ruinosos para la Iglesia, ya que afectan a su propio fundamento.

De los 75 artículos publicados hasta éste en mi blog, más de 30, los últimos, han tratado de los errores doctrinales más difundidos hoy en la Iglesia: teólogos disidentes y teólogos ortodoxos no combatientes (42-44), reprobaciones tardías (45-47), indigenismo teológico desviado (48-50), errores en cristología, liturgia y moral (Olegario, Borobio, Flecha, 51-55), grandes rebajas arrianas y pelagianas del cristianismo (Schillebeeckx, modernistas, etc. 57-60), voluntarismos pelagianos o semipelagianos (61-65), luteranismo y quietismo (66). Es necesario reafirmar hoy la verdad católica sobre gracia-libertad (67-71), como lo hace Sta. Teresa del Niño Jesús (72-75). Sin embargo, por algunas consideraciones prudenciales, he ido demorando hasta ahora un tema que de suyo habría que haber examinado al principio: las falsas interpretaciones de la Sagrada Escritura.

Analizaré, pues, ahora como ejemplo la obra de Pagola sobre Jesús. Pero aviso desde el principio que sus errores no son propiamente suyos, personales. Los hallamos ya formulados de modo casi igual en sectores liberales protestantes del siglo XIX y en algunos modernistas. Los encontramos también en González Faus, S. J., Jon Sobrino, S. J., Torres Queiruga y en un gran número de teólogos actuales españoles y extranjeros. Son errores ampliamente difundidos en parroquias, catequesis, comunidades de religiosos o de laicos. El «caso Pagola», por tanto, es sólo una anécdota en esa selva de innumerables errores. Y únicamente elijo analizarlo por la extraordinaria difusión de su obra.

Don José Antonio Pagola (Añorga, Guipúzcoa, 1937), sacerdote diocesano de la Diócesis de San Sebastián, ha sido profesor en la Facultad de Teología del Norte de España, sede de Vitoria. Durante el episcopado de Mons. José María Setién en su diócesis, hasta el 2000, fue muchos años Vicario General, y algunos, Rector del Seminario. Siendo Obispo de la diócesis Mons. Juan María Uriarte, Pagola ha sido director del Instituto de Teología y Pastoral. Ha publicado un gran número de obras, y sus escritos tienen una amplísima difusión en diversos diarios y revistas, así como en internet.

Jesús. Aproximación histórica (Editorial PPC, Madrid septiembre 2007, 542 páginas) ha sido sin duda la obra más notable de Pagola, y tuvo en pocos meses ocho ediciones. Ya en diciembre de 2007, Mons. Demetrio Fernández, entonces obispo de Tarazona, publicó una nota reprobatoria: El libro de Pagola hará daño, y un cierto número de autores publicamos también poco después artículos en el mismo sentido. La Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, con la autorización de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, hizo también graves objeciones a la obra (18-VI-2008) en una Nota de clarificación sobre el libro de José Antonio Pagola, «Jesús. Aproximación histórica». Posteriormente, en septiembre de 2009, con el nihil obstat de Mons. Uriarte, se publicó en PPC una «9ª edición renovada»; pero poco después la misma Editorial mandó retirarla de las librerías. Los comentarios míos que siguen remiten a la edición 4ª, de 2007.

Un método histórico y exegético inaceptable. La aproximación histórica a Jesús implica necesariamente una exégesis bíblica, ya que los datos fundamentales que el investigador tiene sobre Jesús están en la Sagrada Escritura. Ahora bien, como no sea de la mano de la Iglesia, no es posible entrar en el jardín de las Escrituras sin pisotear las flores. Por eso el Concilio Vaticano II afirma un principio fundamental para la interpretación verdadera de la Sagrada Escritura: Tradición, Escritura y Magisterio «están unidos y vinculados, de tal modo que ninguno puede subsistir sin los otros» (DV 10). Pagola, por el contrario, prescindiendo del marco tradicional y eclesial, busca a Jesús ateniéndose al historicismo racionalista y a una cierta exégesis crítica, que se quedan al servicio de su propia ideología teológica. La Nota de la Comisión de la Fe señala en esta mala metodología

«a) la ruptura que, de hecho, se establece entre la fe y la historia [él hace con frecuencia que la historia niegue lo que la fe afirma]; b) la desconfianza respecto a la historicidad de los evangelios [la niega siempre que afirman algo que él quiere negar]; y, c) la lectura de la historia de Jesús desde unos presupuestos [ideológicos] que acaban tergiversándola» (nº 3). Es, pues, un libro, según Mons. Demetrio Fernández, «que presenta a un Jesús vaciado y rellenado, según la técnica de la desmitologización promovida por R. Bultmann, y que otros autores han seguido en las últimas décadas: E. Schillebeeckx, J. Sobrino, etc., cada uno a su manera… Por ese camino podemos presentarnos un Jesús a nuestra medida y a nuestro gusto, según la moda del momento, y hacerlo además con argumentos de crítica histórica… Es como si la Iglesia hubiera adulterado el mensaje y tuviéramos que acudir a las fuentes más puras para reencontrar al Jesús perdido, y todo ello so pretexto de historicidad. Esto me suena a prejuicio de A. Harnack, historiador protestante liberal [1851-1930], maestro de R. Bultmann [1884-1976]».

Benedicto XVI, en el prólogo de su libro Jesús de Nazaret, después de valorar debidamente el método exegético histórico-crítico, advierte que las «reconstrucciones de Jesús» que se intentan a veces ateniéndose a tal método, sin otros apoyos mayores, son falsas. «Quien lee una tras otra algunas de estas reconstrucciones puede comprobar enseguida que son más una fotografía de sus autores y de sus propios ideales que un poner al descubierto un icono que se había desdibujado». Así sucede en este caso. La aproximación histórica del libro que ahora examinamos no nos muestra el verdadero rostro de Jesús, sino el rostro de don José Antonio Pagola.

Los Apóstoles dan testimonio de lo que han «visto y oído» (Jn 19,35; 1Jn 1,1-3; Hch 2,22; 4,20; 5,32; Catecismo 126 y 515)). Pagola, por el contrario, estima que si se busca la verdad histórica de Jesús, es preciso prescindir de todo testimonio de la fe. Es por tanto necesario ignorar la luz que da sobre Jesús la Iglesia, todavía indivisa, en los siete primeros Concilios ecuménicos. Antes, es preciso ignorar todo lo que sobre Él dicen los profetas del Antiguo Testamento. Y más aún, ni siquiera hay que tener en cuenta lo que dicen de Jesús en el Nuevo Testamento aquellos que convivieron con él durante años, como Pedro, Juan y Mateo. Pagola contradice sus testimonios siempre que no encajan en su personal cristología. Si los Apóstoles, por ejemplo, afirman que «vieron», que «tocaron» a Jesús, y que «comieron» con él después de su resurrección, él no tiene ningún inconveniente en negar la veracidad de esas afirmaciones apostólicas. Todo eso no sucedió porque no pudo suceder.

Y es que estima que estos modos de hablar de Cristo, al proceder de creyentes, no son neutrales, no dan, pues, la verdad histórica de Jesús, sino que, desde el punto de vista estrictamente científico, están ya contaminados por la fe católica, que se fue desarrollando en los primeros discípulos después de la resurrección. Una investigación rigurosa de la figura histórica de Jesús exige no tenerlos en cuenta.

Pagola intenta, pues, a veinte siglos de distancia, una «aproximación histórica» a Jesús, que emplea únicamente el método histórico-crítico y otros métodos complementarios –el acercamiento sociológico, la antropología cultural, algunas claves de la teología de la liberación y del feminismo–. Solo deja que le acompañen en su tarea un cierto número de exegetas de su elección y algunos teólogos progresistas. No ignora «el testimonio neutral de los escritores romanos» (485), como Flavio Josefo y Tácito, que hacia el año 100 hablan de Jesús. Y también tiene en cuenta los Evangelios apócrifos. Pero preserva escrupulosamente el carácter científico de su investigación histórica, protegiéndola de todo testimonio de la fe, aunque éste proceda de los propios compañeros de Jesús, como Juan o Mateo, o de discípulos directos de los Apóstoles, como Clemente Romano o Ignacio de Antioquía, o casi directos, como Justino o Ireneo.

Por otra parte, tengamos claro desde el principio que Pagola une a esta «aproximación histórica» a Jesús la exposición de muchas doctrinas de teología dogmática y moral, que con bastante frecuencia son inconciliables con la fe católica. Sus errores, pues, no se circunscriben a la cristología. Lo iremos comprobando en seguida.

Jesús nunca pensó en fundar la Iglesia. Lo afirma Pagola como si fuera una verdad científica, históricamente demostrable. «Jesús no dejó detrás de sí una “escuela”, al estilo de los filósofos griegos, para seguir ahondando en la verdad última de la realidad. Tampoco pensó en una institución dedicada a garantizar en el mundo la verdadera religión. Jesús puso en marcha un movimiento de “seguidores” que se encargaran de anunciar y promover su proyecto del “reino de Dios”» (467). «Jesús no pretendió nunca romper con el judaísmo ni fundar una institución propia frente a Israel. Aparece siempre convocando a su pueblo para entrar en el reino de Dios» (474-475). Menos aún pensó en establecer una comunidad con autoridades sagradas propias.

«En el movimiento de Jesús desaparece toda autoridad patriarcal y emerge Dios, el Padre cercano que hace a todos hermanos y hermanas. Nadie está sobre los demás. Nadie es señor de nadie. No hay rangos ni clases. No hay sacerdotes, levitas y pueblo. No hay lugar para los intermediarios. Todos y todas tienen acceso directo e inmediato a Jesús y a Dios, el Padre de todos […] Sus seguidores, hombres y mujeres, se sientan en corro alrededor suyo; nadie se coloca en un rango superior a los demás; todos escuchan su palabra y todos juntos buscan la voluntad de Dios» (291). «Por eso en ninguna de las tradiciones evangélicas se presenta a alguien desempeñando algún tipo de función jerárquica dentro del grupo de discípulos. Jesús no ve a los Doce actuando como “sacerdotes” con respecto a los demás» (292).

Omite Pagola que Jesús, de entre todos sus discípulos, constituyó mediante elecciones personales el grupo de los Doce, encabezados por Pedro, dándoles una especial autoridad de «atar y desatar» (Mt 16,19; 18,18). Ese dato, por lo visto, no tiene para él fuentes históricas fidedignas que lo acrediten. Sin embargo, es un dato que no sólo es cierto en la Escritura, sino que también está confirmado por el hecho de que hallamos ya al principio iglesias locales regidas por Obispos, presbíteros y diáconos. Por eso, de ser cierto lo que Pagola afirma, habría que concluir que Pedro, Pablo, Clemente romano, Ignacio de Antioquía, o veinte siglos más tarde, el Vicario General de San Sebastián, malentendieron o traicionaron «el proyecto de Jesús», ostentando abusivamente en la comunidad cristiana una autoridad espiritual falsa.

Consta, en efecto, que ellos presidieron y gobernaron pastoralmente sus Iglesias, que afirmaron su autoridad apostólica (2Cor 10,1-11), y que llegaron a excomulgar en casos extremos (1Cor 5,1-5), cumpliendo lo dispuesto por Jesús (Mt 18,15-18). Desde el mismo inicio de la Iglesia, rompieron, pues, «el corro» igualitario proyectado por Jesús, estableciendo una Jerarquía apostólica (hierarchia, sagrada-autoridad; del griego, hieros, sagrado, y arkhomai, yo mando).

Por el contrario, en la visión de Pagola, no es Cristo el fundador verdadero de esa gran institución sagrada que es la Iglesia, «sacramento universal de salvación» (Vat II: LG 48; AG 1). Él nunca pensó en fundarla. La Iglesia nació de los hombres, de ciertas necesidades históricas concretas. Por eso Pagola omite el acontecimiento de Pentecostés, contrario a su tesis:

«Jesús ni pudo ni quiso poner en marcha una institución fuerte y bien organizada, sino un movimiento curador que fuera transformando el mundo en una actitud de servicio y amor» (292). «Nunca pensó en un grupo cerrado y excluyente. No quería formar con ellos una comunidad de “elegidos” de Dios» (293). «Lo que más le interesa a Dios no es la religión, sino un mundo más humano y amable» (465). «Pertenecer a la Iglesia es comprometerse por un mundo más justo» (466). «Seguir a Jesús pide desarrollar la acogida. No vivir con mentalidad de secta. No excluir ni excomulgar» (467).

Jesús «no quiso, ni pudo» impulsar una fuerte institución, una Iglesia… Pero resulta que muy pronto una Iglesia, cada vez más fuerte y extendida, se formó de hecho en gran parte del entorno mediterráneo.Ya ven ustedes: quienes excusan el Jesús de Pagola, alegando que un estudio histórico es algo muy distinto de un tratado teológico, tendrían que comenzar por reconocer que su aproximación a Jesús no es histórica, sino que es en gran medida arbitraria. Está al servicio de unas doctrinas teológicas y morales falsas. Dios mediante, lo seguiremos comprobando.