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Mínimo influjo actual de los católicos en política

–¿Y cuándo nos va hablar del empeño de los católicos, de algunos al menos, en la acción estrictamente política?
–Ahora mismo inicio el tema. Me sigue usted en este blog como la sombra al cuerpo, y adivina mis próximos pasos. Partiremos de lo que ya dije (95):

«Es muy escaso el influjo actual de los cristianos en la vida política de las naciones de Occidente, todas ellas de antigua filiación cristiana. Son muchos los católicos que ven hoy con perplejidad, con tristeza y a veces con resentimiento hacia la Jerarquía pastoral, cómo la presencia de los laicos en la res publica nunca ha sido tan valorada y exhortada en la enseñanza de la Iglesia como en nuestro tiempo, y nunca ha sido tan mínima e ineficaz como ahora. No pocas naciones actuales de mayoría cristiana, desde hace más de medio siglo, han ido avanzando derechamente hacia los peores extremos del mal, conducidos por una minoría política perversa y eficacísima. Esta minoría, en una y otra cuestión, con la complicidad activa o pasiva de políticos cristianos, ha ido imponiendo siempre sus objetivos y leyes criminales, como si la gran mayoría católica no existiera, y ¡apoyándose principalmente en sus votos! “Además de cornudos, apaleados”… Así ha logrado arrancar las raíces cristianas de muchas naciones, ha ignorado y calumniado su verdadera historia, ha encerrado el pensamiento y la vida moral de esas sociedades en unas mallas férreas cada vez peores y más constrictivas».

¿Cómo puede explicarse la inoperancia casi absoluta de los cristianos de hoy en el mundo de la política y de la cultura? Llevamos más de medio siglo elaborando «la teología de las realidades temporales», hablando de «la mayoría de edad del laicado», de su ineludible «compromiso político», que les ha de empeñar en «impregnar de Evangelio todas las realidades del mundo secular». Vaticano II puro… Y sin embargo, nunca en la historia de la Iglesia, al menos después de Constantino, el Evangelio ha tenido menos influjo que hoy en el pensamiento y las costumbres, el arte y la cultura, en el mundo de las leyes y de las instituciones, de la educación, de la familia y de los medios de comunicación social. ¿Cómo se explica eso?… No se llega a conocer algo si no se conocen sus causas: cognitio rerum per causas.

El gran desfallecimiento actual de la actividad política católica tiene tres causas fundamentales, que en el fondo son una sola:

1.– La amistad con el mundo, pues allí donde la Iglesia evita por principio el enfrentamiento con el mundo moderno, no es posible que se organice ninguna opción política cristiana. «¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemiga de Dios?» (Sant 4,4)… Una acción de los cristianos en el mundo secular, sobre todo si se produce en forma organizada –un gran partido, o aunque sea pequeño, una coalición de asociaciones católicas–, produce inevitablemente una cierta confrontación entre la Iglesia y el mundo. Y esto es lo que los Pastores y fieles mundanizados quieren evitar pasando por lo que sea. Cuando se exige, como norma indiscutible, que la Iglesia se relacione con el mundo moderno en términos de conciliación amistosa; cuando se pretende evitar por encima de todo cualquier confrontación con el mundo –y cualquier modo de persecución, claro–, entonces se hace totalmente imposible la acción política de los cristianos en el mundo. Y mucho menos, como digo, si se realiza en formas organizadas.

2.– El pelagianismo y el semipelagianismo implican una «evitación sistemática del martirio», lo que también paraliza la actividad política de los católicos. Ya describí este proceso (63). Evitan los cristianos el martirio para afirmar al hombre y por horror a la cruz. Piensan que hay que proteger sana y prestigiada ante el mundo «la parte» humana de la Iglesia, para que así pueda colaborar con «la parte» de Dios en la transformación de la sociedad. En otras palabras: estos cristianos, no queriendo ser mártires, se creen incluso con derecho a no serlo.

En el siglo XX se da una misteriosa paradoja. En él ha habido, con gran diferencia, más mártires cristianos que en todos los siglos precedentes. Pero en la Iglesia de nuestro tiempo, junto a esta muchedumbre de mártires, se ha dado también una multitud de apóstatas en número nunca conocido. La vocación al martirio ha sido rechazada por aquellos cristianos que han preferido aceptar en su frente y en su mano la marca de la Bestia liberal, para poder comprar y vender en el mundo (Apoc 13).

Y la vocación martirial ha sido muy particularmente escasa entre los políticos cristianos. No han luchado éstos por la verdad y el bien del pueblo. No se les ven cicatrices, sino prestigio mundano y riqueza. Sin mayores resistencias –pues tienen que «guardar sus vidas» cuidadosamente, para poder así servir al Reino de Cristo en el mundo–, han dejado ir adelante con sus silencios o complicidades políticas perversas. Han tolerado agravios a la Iglesia que no habrían permitido contra una minoría ecologista, islámica, budista o gitana. Se han mostrado incapaces no sólo de guardar en lo posible un orden cristiano, formado durante siglos en naciones de mayoría cristiana, sino que ni siquiera han intentado proteger lo más elemental de un orden natural, destrozado más y más por un poder político malvado. E incluso han obrado también en la misma dirección cuando han tenido una amplia mayoría parlamentaria, pues no querían perderla.

3.– El catolicismo liberal, desligando de Dios y del orden natural la voluntad humana, mundaniza mentes y conductas, y lleva necesariamente a la total esterilidad política. Ignora y desprecia la tradición doctrinal y espiritual católica, asimila las mentiras diabólicas del padre de la mentira, y por eso no tiene nada que dar al mundo secular. Entre estos católicos secularizados no hay ya filósofos ni novelistas, ni tampoco polemistas que entren en liza con las degradaciones mentales y conductuales del mundo actual, por el que sienten admiración y gran respeto. Así las cosas, estos católicos liberales son incapaces de actuar como cristianos en política, en el mundo de la cultura y de la educación, en los medios de comunicación. Son «sal desvirtuada, que no vale sino para tirarla y que la pise la gente» (Mt 5,13). Cuando los católicos más ilustrados, clero y laicos, asimilan el liberalismo y asumen la guía del pueblo, cesa completamente la acción política de los católicos.

Gracias a los católicos liberales, en pueblos de gran mayoría católica ha podido entrar en la vida cívica, sin mayores luchas ni resistencias, y legalizadas por el voto de los católicos, una avalancha de perversiones incontables, contrarias a la ley de Dios y a la ley natural. También el Poder anti-Cristo ha podido gobernar durante muchos decenios a pueblos de indudable mayoría católica, como México o Polonia, sin que los católicos liberales de todo el mundo se rebelaran por ello mínimamente.

La Bestia liberal no ha sido combatida suficientemente desde hace más de medio siglo. Y ésta es causa muy suficiente de que no sea hoy apenas posible la actividad política de los católicos en muchos países. «La tierra entera sigue maravillada a la Bestia», a quien el Dragón infernal le ha dado poder para «hacer la guerra a los santos y vencerlos» (Ap 13,3.7). En esta situación solamente un resto bendito de fieles mártires resiste a la Bestia y no admite su marca ni en la frente ni en la mano: son «los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (12,17).

Hubo un tiempo en que el Poder político era un bien; más tarde vino a ser un mal menor; actualmente es el mal peor que actúa en las naciones, y los católicos en modo alguno deben colaborar con él por acción o por omisión. Nada tienen que hacer los cristianos en planteamientos políticos laicos, que, como ya vimos, son de hecho laicistas (106). Lo único que pueden hacer es orar y combatir con todas sus fuerzas esos principios políticos falsos.

Cuando consideramos la actitud pasada de una buena parte de la Iglesia Ortodoxa en el mundo comunista del siglo XX, nos parece lamentable que no resistiera más abiertamente a la Bestia soviética. Pero cuando se considere dentro de unos años la actitud de algunas regiones de la Iglesia Católica frente a la Bestia liberal, parecerá lamentable que ésta no fuera mucho más denunciada y combatida. Dar la mano, la sonrisa y la imagen de concordia a políticos responsables de tantos crímenes –no pocos de ellos se dicentes cristianos–; elogiarlos incluso, p. ej., al terminar su ministerio; establecer con ellos acuerdos, que se declaran «satisfactorios»; no impedir que el voto de los católicos sostenga y haga posible tantas infamias; no promover fuerzas políticas operativas, capaces de combatir a la Bestia, todo eso se verá con pena, lamentación y vergüenza. Y las razones que puedan alegarse en justificación de esa actitud, «salvar la vida de la Iglesia, el mantenimiento de los sacerdotes y de los templos, la vida litúrgica, asistencial, apostólica», etc., no serán admitidas, sino que se estimarán falsas y cobardes.

Es ya necesario y urgente que los votos católicos se unan para procurar el bien común en la vida política. Es absolutamente intolerable que los votos católicos sigan sosteniendo el poder de la Bestia liberal. O dicho de otro modo: es una vergüenza que los católicos no hallen un cauce político en el que participar con su actividad y sus votos. No es admisible que en países de mayoría católica puedan tener representación política los comunistas, los ecologistas, los socialistas, los conservadores liberales, los regionalistas, etc., pero no los católicos, que se ven obligados a abstenerse de votar o a votar partidos malminoristas, que pronto vienen a ser malmayoristas.

–Ningún voto de católicos siga, pues, apoyando a los partidos malminoristas que sostienen la Bestia liberal, la que fomenta el divorcio, el aborto, la eutanasia, la educación laicista, el enriquecimiento cerrado a la ayuda de los países pobres, la fractura de la nación en regiones y partidos contrapuestos, y toda clase de atrocidades y perversidades. Pero para eso hay que crear la posibilidad de que los católicos puedan votar a un partido cristiano o bien a una coalición de partidos y asociaciones políticas cristianas, que se unan con un fin electoral.

–No es bastante en modo alguno que en una Iglesia local se promueva de vez en cuando un Congreso de políticos católicos, incapaces de formar una alternativa políticamente operante; ni basta con que se organicen algunas manifestaciones multitudinarias contra el Gobierno, o que incluso los Obispos publiquen Documentos que condenan gravemente ciertos engendros de la Bestia, pero sin condenarla a ella misma. Una docena de diputados verdaderamente católicos podrían obrar con más eficacia en la vida política de la nación que todos esos Congresos, manifestaciones y documentos episcopales.

–No basta en la situación actual con exhortar a los fieles a que «voten», y a que «voten en conciencia». Es necesario hacer posible una canalización del voto de los católicos, para que el pueblo fiel se empeñe positivamente en la promoción del bien común y en combatir el mal común. Sólo cuando se dé esa posibilidad el ciudadano cristiano se verá libre de la pésima necesidad de votar una y otra vez, durante generaciones, siempre males, sean males menores o mayores. ¿Hasta cuando esta cautividad y esta ignominia?

Algunos quieren hacernos creer que la Iglesia, a partir del Vaticano II, veta la unión de los católicos en organizaciones políticas. Eso enseñan falsamente aquellos Pastores y fieles cristianos que no quieren enfrentamientos de la Iglesia con el mundo moderno. Ellos son quienes impiden que los católicos formen asociaciones políticas, sean éstas o no confesionales. Ellos son los que abortan cualquier intento de unión del voto de los católicos apenas concebido. Prefieren con mucho que los católicos apoyen a partidos malminoristas. Ellos son los principales causantes del desfallecimiento postconciliar producido en la acción misionera y en la actividad política (104). Pero esa pasividad cautelosa y derrotista, frente a la prepotencia del mundo antiCristo, en modo alguno se deriva de la enseñanza del Concilio Vaticano II.

La Iglesia quiere que los católicos se asocien para actuar en la vida política, porque sabe que nada pueden hacer inmersos en partidos laicos que en realidad son laicistas. El último Concilio, según ya vimos (104), enseñó que es misión principal de los laicos cristianizar la vida social y política:

«El Vaticano II enseñó con especial insistencia en muchos de sus documentos que los laicos están llamados a “evangelizar y saturar de espíritu evangélico el orden temporal, de modo que su actividad en este orden sea claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación de los hombres” (AA 2). “Hay que instaurar el orden temporal de tal forma que, salvando íntegramente sus propias leyes, se ajuste a los principios superiores de la vida cristiana” (7). “A la conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena” (GS 43)». ¿Cómo podrán cumplir, ni de lejos, esa misión si se integran en organizaciones laicas, normalmente laicistas?

El Concilio Vaticano II quiere que «los laicos coordinen sus fuerzas para sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando inciten al pecado, de manera que todas estas cosas sean conformes a las normas de la justicia y más bien favorezcan que obstaculicen la práctica de las virtudes» (LG 36c). ¿Cómo podrán coordinar sus fuerzas los católicos si no es en un movimiento único o, mejor normalmente, en una coalición de asociaciones o de organizaciones de verdadera inspiración cristiana? La Iglesia sabe perfectamente que los laicos jamás podrán cumplir la misión política integrándose en partidos malminoristas, laico-laicistas. Lo sabe bien a priori, y aún más cierta está de ello a posteriori, comprobando la experiencia histórica de los últimos tiempos. Tienen absoluta necesidad de «coordinar sus fuerzas».

Así procedieron los católicos en el siglo XIX y en buena parte del XX, coordinándose en partidos, asociaciones, movimientos, alianzas, círculos políticos, congresos de actividad permanente. Fueron muchos aquellos cauces de la actividad política de los católicos, que, con mayor o menor fuerza y acierto, consiguieron a veces importantes victorias, librando batallas a veces muy fuertes y prolongadas. Los partidos laicistas tenían entonces que contar con el voto católico, porque muchas veces sin él ni siquiera podían gobernar.

Algunas voces en la Iglesia van ya afirmando la necesidad de que los católicos se unan y organicen para la acción política, viendo como algo patente que de otro modo el influjo católico en la vida de las naciones es mínimo, y que los pueblos se hunden más y más en la ruina. Como ha dicho en un artículoLuis Fernando Pérez Bustamante, los católicos tenemos derecho a que se oiga nuestra voz en las Cortes. No somos ciudadanos proscritos o de segunda categoría.

Limitando por un momento mi observación a los Obispos de España, recordaré tres intervenciones.

–Mons. Fernando Sebastián, arzobispo emérito de Pamplona, con gran escándalo de la progresía, se refirió en una conferencia dada en León (III-2007) a los pequeños partidos «que quieren ser fieles a la doctrina social de la Iglesia en su totalidad … Tienen un valor testimonial que puede justificar un voto. No tienen muchas probabilidades de influir de manera efectiva en la vida política, aunque sí podrían llegar a entrar en alianzas importantes […] Sí son dignos de consideración y apoyo». No fueron muchas las voces católicas que se atrevieran a apoyarle en doctrina tan «políticamente incorrecta». Pero tampoco le faltaron apoyos, como el artículo de Luis Fernando Pérez Bustamante Monseñor Sebastián y los hipócritas.

–Mons. José Ignacio Munilla, entonces Obispo de Palencia: «Por desgracia, nos estamos acostumbrando a la teoría del “mal menor”, como única fórmula de hacernos presentes en la vida pública. Sin embargo, lo razonable es que el mal menor sea algo transitorio –nunca definitivo–, y que al mismo tiempo los católicos vayamos dando pasos decididos hacia el bien […] Imagino que no hará falta declarar que no es vocación de los obispos la de conformar alternativas políticas, sino la de limitarse a dar orientaciones morales. Ahora bien ¿no habrá laicos católicos que se sientan llamados a ofrecer una alternativa política conforme al ideal cristiano, de forma que no nos veamos obligados indefinidamente a optar por el mal menor?» (Sobre la «Nota» de los Obispos, 3-II-2008).

–Mons. Demetrio Fernández, Obispo de Córdoba, en entrevista de El día de Córdoba (22-III-2010), a la pregunta de un periodista «ante la realidad política ¿qué es lo que echa en falta?», responde: «Hace falta más presencia de los seglares en la vida pública. Creo que los momentos actuales requieren, más que nunca, de personas valientes, que se lancen a la arena pública y digan bien alto que están ahí dispuestos a desgastarse por el bien común. Ha llegado el momento de que si hay un partido político de inspiración cristiana, católica, que salga a la palestra y que diga, sin miedo, con luz y taquígrafos, que se comprometen a hacer leyes en cristiano y a buscar consensos para defender a los más débiles de nuestra sociedad, sean inmigrantes, recién concebidos, enfermos».

Discrepan de esta orientación otras voces –próximas a extinguirse algunas, no todas–, portadoras todavía de un cierto espíritu postconciliar contrario al Concilio Vaticano II. Lo veremos en el próximo artículo. Ya pudimos comprobar que a) en el campo de la acción política hay notables discrepancias tanto entre los Obispos como entre los fieles, en buena parte porque b) es muy escasa la doctrina política de la Iglesia en el último medio siglo (100, al final). Y es indudable que, en este caso, a) y b) cumplen el principio de la causalidad recíproca: causæ ad invicem sunt causæ. Falta la doctrina porque falta la unanimidad, y ésta falta por falta de doctrina.