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2. Nadie se lo había imaginado antes

Hace cien años, en la primavera de 1898, el rey Luis IX, descendiente de los duques de Saboya, de quienes había heredado, entre otras cosas, la Sábana Santa, se preguntaba pensativo si habría hecho bien en aceptar una propuesta un poco extraña para aquellos tiempos: un fotógrafo que solicitaba con insistencia permiso para fotografiar la Sábana Santa. El fotógrafo era el abogado Secondo Pia, un aficionado que aseguraba estar bien preparado. Al final había prevalecido la sugerencia favorable de uno de los consejeros del rey: autorizarle, aunque no fuera más que por tener una copia fiel de aquella reliquia que milagrosamente había salido indemne de mil peligros.

El misterio de la fotografía se había descubierto pocos años antes, cuando algunos químicos advirtieron que los bromuros y cloruros de plata se ennegrecían al ser expuestos a la luz. Este descubrimiento significó el nacimiento de la fotografía. Cuando se fotografía, la luz imprime por un instante la placa bañada con estas sales, y la impresión es mayor en el lugar donde la imagen es más clara y menor donde es más oscura. Después del proceso de revelado, de la placa o del celuloide, las partes más luminosas se ennegrecen y las oscuras quedan claras, constituyendo el negativo fotográfico.

Por tanto, en el negativo de una fotografía, los puntos de luz y de oscuridad se encuentran invertidos: por ejemplo, el negativo de un joven de cabellos negros presenta las mejillas y la frente negras, mientras que las órbitas de los ojos, los labios y los cabellos son blancos. Igualmente, en el negativo fotográfico se invierte el lugar de la imagen, por un juego de rayos, estudiado por los físicos en la óptica geométrica, de modo que lo que está a la derecha pasa a la izquierda y viceversa. Por todo ello, aunque se conozca bien una cara, resulta difícil reconocerla, porque no estamos habituados a la inversión.

Para obtener el positivo con la distribución de los colores –reagrupados en los dos fundamentales, blanco y negro– conforme al objeto fotografiado, se filtra la luz a través del negativo, imprimiéndose en el papel, de tal modo que lo negro resulta blanco y lo blanco negro, y volviéndose a invertir el lugar de las imágenes (Cfr. G. Dalla Nora, Hanno fotografato il volto di Gesù, Elle Di Ci, Leumann, Torino 1975, 11).

En aquella época no existían los actuales equipos de fotografía, las polaroid, las instamatic; para una foto de precisión hacía falta un gran aparato, que imprimía en una placa emulsionada las primeras reproducciones en blanco y negro.

La tarea era muy importante, quizás incluso irrepetible, como para afrontarla a la ligera, por lo que en los meses anteriores a la fotografía de la Sábana, concertada para mayo, el abogado fotógrafo duplica su trabajo, para calcular el tiempo de exposición de las placas, la intensidad y posición de las luces, etc. Al acercarse el día establecido, se prepara en el presbiterio de la capilla donde va a ser expuesta la Sábana Santa un pequeño carril por el que pudiera desplazarse la plataforma con la cámara fotográfica. Era ésta una caja de madera, reforzada con tiras de metal, voluminosa, pues en su interior contenía una placa de 51 x 63 cm., con una lente Voigtländer. A los lados de la plataforma se encienden dos focos que llenan de luz la reliquia. Se colocan delante filtros transparentes de cristal esmerilado, para evitar los reflejos, y sobre la lente un filtro amarillo muy delgado.

El fotógrafo se mira instintivamente las manos, que tiemblan un poco; pero se siente sostenido por una fuerza superior a su misma fe. ¿Es una fuerza o una Presencia? No sabe qué contestar. Mientras saca del bolsillo un grueso reloj con cadena, reza una oración y luego empieza a cronometrar. La placa sensible está ya expuesta a la acción de los rayos luminosos. Pasan catorce interminables segundos y en ese momento sucede algo imprevisto: ¡un crujir seco advierte que el calor de las lámparas ha hecho saltar los filtros! Todo se ha echado a perder, y como ya han dado las dos de la tarde y dentro de poco la Catedral abre de nuevo a los visitantes que esperan fuera, es preciso concluir por hoy. Después de algunos días se vuelve a fijar fecha para fotografiar la Sábana, el 28 de mayo.

Ese día se comienza alrededor de las 21’30, pero debido a mil y un contratiempos imprevistos, son las 22’45 cuando el abogado Pia mueve hacia atrás la plataforma móvil, fijándola a una distancia aproximada de 8 metros y medio. Las dos lámparas dan una luz constante y los nuevos filtros la atenúan.

A las 11 de la noche Pia quita la tapa a la lente y expone la primera placa durante catorce segundos. Los dos reflectores proyectan una luz clara sobre el fondo parduzco de la Sábana y sobre las huellas de color ocre de aquel doble cuerpo extrañamente invertido en cuanto a la imagen y a la relación de luz y sombra. El cronómetro señala nuevamente los segundos reglamentarios y todo va bien hasta el final, por lo que el hombre situado detrás de la gran máquina puede dar un suspiro de alivio, aunque apenas esté en el principio del trabajo. Puede que fuera medianoche cuando termina la segunda fotografía, con un tiempo de exposición un poco más largo –veinte segundos–. Después recoge las placas y se apresura a volver a casa; después del fracaso del otro día, ha renunciado a instalar la cámara oscura en la misma sacristía. Quedan allí los ayudantes, que se encargarán de desmontar la plataforma (Cfr. J. Walsh, The Shroud, New York 1963, 26-30).

El mismo Pia describió, en una memoria de su extraordinaria aventura como pionero de la nueva técnica fotográfica, lo que sucedió después en el pequeño laboratorio doméstico. Orientándose más por la práctica que por el pequeño y tenue punto rojo encendido en un ángulo de la habitación, se acerca en la oscuridad al recipiente que contiene las soluciones preparadas para el baño de revelado.

La primera placa está en el baño por algunos minutos. El abogado cuenta uno a uno hasta catorce, intentando dominar la tensión que se había acumulado en aquellas horas de extrema concentración. Alzando la placa, todavía goteante, a la altura de sus lentes, siente un ligero malestar, que no sabe a qué es debido, pues en la superficie de la placa, preparada con la mezcla de gelatinas sensibles a la luz, se ha imprimido de hecho la doble imagen de la Sábana.

Pero le cuesta trabajo creer lo que ha sucedido: es como si se hubieran invertido las masas, las luces, las sombras, lo cual resulta normalísimo en otros mil casos, pero no ahora.

«Si hago una fotografía a un árbol del parque –se repetía a sí mismo– tendré que obtener el negativo de un árbol. Si retrato con la máquina una estatua, de la placa tendrá que resultar el perfil de la estatua, siempre en negativo... En cambio, la Sábana...»

Son unos momentos, en que su atención es absorbida por la búsqueda de algún dato que le ayude a comprender. Por ejemplo, se pregunta por qué el fondo de la Sábana no tiene aquel color blanco-sucio, típico de una tela de lino antigua, que ha quedado bien grabado en su retina y su memoria, a fuerza de estudiarlo... Aquel fondo se ha oscurecido hasta aparecer casi negro. ¿Se habrá confundido en el tiempo de exposición?

En la mente le asalta el temor de haber fallado una vez más, de haber estropeado la última ocasión, por culpa de un imprevisto. Al borde del desaliento, gira la placa, buscando de nuevo algún dato que sea descifrable a primera vista. El rostro, sí, aquel rostro tendría que decirle la verdad. Y las manos le empiezan a temblar, hasta hacerle temer que la placa pueda escapársele y hacerse pedazos.

«Encerrado en mi habitación oscura –contaba más tarde el abogado–, totalmente concentrado en mi trabajo, experimenté una intensa emoción cuando durante el revelado vi aparecer en la placa por primera vez el Santo Rostro, con una claridad tal que quedé helado».

Ni Pia ni ninguno de sus contemporáneos estaban preparados en absoluto para aquel encuentro. Él iba a hacer una copia fotográfica de la Sábana de Turín, de aquella imagen vagamente humana que durante dos mil años ha sido venerada como la sombra del Salvador Crucificado. Iba a hacer un trabajo devoto y honrado, más que propiamente artístico, procurando estar a la altura de la confianza que el rey y el arzobispo habían depositado en él, pero que en definitiva no suponía tampoco algo excepcional. Gracias a Dios, no era un aprendiz.

Pero he aquí que este hombre de fin del siglo XIX se encuentra cara a cara con la imagen de Cristo tal como pudo ser en realidad, la misma figura de Jesús que, con los ojos bañados en lágrimas, contemplaron largamente su madre María, el apóstol Juan, María Magdalena, los discípulos Nicodemo y José de Arimatea, mientras procedían a su sepultura en la sábana funeraria. El era el primero que, anulando en aquellos catorce segundos de exposición a la luz de los proyectores, los veinte siglos pasados, podía contemplar verdaderamente aquel cuerpo llagado, aquel rostro sorprendente.

El experto fotógrafo amateur tiene ahora en su mano la clave del misterio: la Sábana Santa se ha comportado delante del objetivo de un modo absurdo o, mejor dicho, extremadamente lógico, como un verdadero negativo fotográfico.

No hay duda: Alguien lo ha querido así. Como años más tarde observara el fotógrafo profesional Enrie, colega del abogado Pia, habiéndose encontrado delante de una realidad que tenía todos los caracteres de una imagen negativa, «la placa fotográfica no pudo haberse comportado de modo distinto».

En efecto, Enrie tuvo precisamente el encargo de repetir en 1931 la operación realizada con discreto éxito por el abogado Pia. El milagro de éste había sido sumamente valioso, pero se reducía a una sola visión de conjunto de toda la Sábana. Ahora se consideraba muy útil la reproducción más particularizada de los innumerables detalles en los que la figura del Hombre de la Sábana pudiera ser descompuesta, algo así como un mapa de la imagen. Asistido por otros expertos, Enrie obtuvo, con aparatos que con el tiempo se habían perfeccionado, doce perfectísimas fotos de la Sábana, que son las que hoy contemplamos.

Hay que tener presente que casi la totalidad de las distintas ciencias que se interesan por este tema se valen del auxilio que presta la fotografía, y principalmente por las ampliaciones –macrofotografías–, que permiten descomponer las fibras de un tejido en sus más pequeños partículas, y explorar la estructura interna de corpúsculos de naturaleza orgánica de pocos micrones de diámetro.