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Conclusión

El Catecismo para la Iglesia católica ha trazado las líneas fundamentales de la existencia del alma y sus implicaciones teológicas. Ha mantenido los datos básicos sin los cuales uno no se puede decir en comunión con la fe católica: El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, posee una unidad personal en una dualidad de principios: el cuerpo, que proviene de los padres, y el alma, que es directamente creada por Dios. En su carácter trascendente se basa su dignidad espiritual y sagrada, base y fundamento de toda ética. Siendo el alma espiritual e inmortal, subsiste después de la muerte hasta unirse al mismo cuerpo que tenemos y que resucitará al final de la historia. El hombre resucitará con el mismo cuerpo con el que ha vivido, a semejanza de Cristo resucitado.

La transfiguración del Cuerpo de Jesús no es sino una situación cualitativa que presupone la identidad del mismo cuerpo. De igual manera, nuestros cuerpos transformados en gloria, seguirán siendo los mismos cuerpos con los que hemos vivido. A Dios, creador de todo, le sobra poder para salvar nuestros cuerpos históricos.

No se puede decir que el Catecismo haya dado preferencia teológica a una línea en contra de otras, pues el Catecismo metodológicamente no ha querido entrar en cuestiones teológicas; lo que hace sencillamente es recoger los datos de la Tradición que toda explicación teológica tiene que tener en cuenta como punto de partida. Tampoco se puede afirmar que el Catecismo sea simplemente un nivel de afirmación de la fe distinto del teológico, de modo que éste pudiera contradecir lo que el Catecismo enseña. Es cierto que son dos niveles diferentes: la regula fidei y la intelligentia fidei. Uno se limita a exponer los datos básicos de la fe y el otro trata de profundizar teológicamente en ellos; pero no constituyen una doble verdad, como si uno pudiera contradecir al otro.

El Catecismo deja abierta la posibilidad de una ulterior profundización del tema en aras a explicar adecuadamente esa unidad personal en la dualidad de principios. Personalmente, estoy convencido de que la solución teológica al problema deberá inspirarse en la cristología. En el campo de la cristología ocurría que, mientras la escuela de Antioquía distinguía bien la naturaleza divina y la humana de Cristo, sin saber unirlas adecuadamente, la escuela de Alejandría conseguía esta unidad en detrimento siempre de la integridad de la naturaleza humana. Calcedonia mantiene la integridad de ambas naturalezas en una unidad de persona, que hace de bisagra de las mismas, como único sujeto gestor de ambas. ¿No podríamos pensar también en algo análogo en el campo antropológico? ¿Por qué no buscar la solución que trate de mantener la integridad del cuerpo y del alma en la unidad personal de un único sujeto que gestione ambos? Ante el dualismo de un cuerpo y alma separados, no vale como solución conseguir la unidad a base de sacrificar la naturaleza y la integridad del alma espiritual e inmortal. Aquí, como en cualquier otro problema teológico, es sumamente saludable el uso de la analogía de la fe.

Pensamos por lo tanto que hay aquí una tarea apasionante que, sabiendo dar cuenta de todos los datos de la fe, no sacrifique ninguno de ellos.