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Capítulo I. El marco histórico

La historia personal de un hombre no sólo no es ajena a su experiencia espiritual, sino que influye decisivamente en su desarrollo. Por ello, no obstante lo que permanece oculto en el misterio de la actuación de Dios sobre las almas, el conocimiento previo de ciertos hechos históricos que han marcado la vida religiosa del padre Voillaume nos permitirá una mejor comprensión de aquello que, a través de los años, fue formulando en torno a la oración.

Siendo René Voillaume Hermanito de Jesús y, más aún, fundador ante la Iglesia de esta Congregación que sigue las huellas de Charles de Foucauld, comenzaremos dando una síntesis del ideal y la misión a los cuales el Hno. Carlos de Jesús se sintió llamado durante su vida, y dejó como legado a su descendencia espiritual. Será éste el marco en referencia al cual René Voillaume habrá de desarrollar tanto su vocación contemplativa como su personal reflexión en torno a la oración.

1. Charles de Foucauld. Vocación, ideal y proyectos de fundación

El 1º de diciembre de 1916 moría en Tamanrasset el hermano Carlos de Jesús, después de haber buscado infructuosamente que alguien se le uniera para continuar «gritando el Evangelio con toda la vida» (Charles de Foucauld, Écrits spirituels, París 1947, 121). Quedaban, sin embargo, tras él, como semilla fecunda, sus ejemplos y sus escritos.

Vocación, ideal y misión

Nacido en Estrasburgo el 15 de septiembre de 1858, Charles de Foucauld, desde el momento mismo de su conversión –ocurrida en 1886–, no cesó de buscar el camino por el que realizar su vocación religiosa. Esto no habría de clarificarse, sin embargo, sino progresivamente.

«Tan pronto como creí que había un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa sino vivir para Él: mi vocación religiosa data de la misma hora que mi fe: ¡Dios es tan grande! ¡Es tal la diferencia entre Dios y todo aquello que no es Él! [...] Yo deseaba ser religioso, no vivir más que para Dios y hacer aquello que fuera lo más perfecto, sin importar qué... Mi confesor me hizo esperar tres años; [...] yo mismo no sabía qué orden elegir: el Evangelio me mostró que «el primer mandamiento consiste en amar a Dios con todo el corazón» y que había que encerrarlo todo en el amor; cada uno sabe que el amor tiene por efecto primero la imitación; quedaba, pues, entrar en la orden donde yo encontrase la más exacta imitación de Jesús. Yo no me sentía hecho para imitar Su vida pública en la predicación: yo debía, por tanto, imitar la vida oculta del humilde y pobre obrero de Nazaret. Me pareció que nada me presentaba mejor esta vida que la Trapa» (Id. Lettres à Henry de Castries, París 1938, 96-97).

Este texto resume admirablemente las intuiciones que habrían de acompañarlo, en tanto las profundizaba, a lo largo de toda su vida; pues a través de los años, no obstante «una marcha de etapas imprevisibles, su vocación espiritual permanece[rá] idéntica a sí misma» (R. Voillaume, Introduction a G. Gorrée, Charles de Foucauld. Album du centenaire, Lyon 1957, s.p.).

Fue efectivamente en la Trapa (1890-1897) donde hará los primeros intentos por realizar su vocación. Pasados varios años de vida cisterciense notará, sin embargo, que no encontraba allí toda la desnudez y abyección que perseguía, conforme a su vocación a la «vida de Nazaret». Es así como en 1893 le escribe al abate Huvelin, su director espiritual, diciéndole que se interroga sobre la posibilidad de formar una pequeña Congregación. No será sino pocos días antes del tiempo en que le hubiera correspondido pronunciar sus votos perpetuos, cuando recibirá –tras una larga y obediente espera– la dispensa del padre general para abocarse a la realización del ideal al que se sentía llamado.

Irá, pues, a Tierra Santa, donde permanecerá tres años al servicio de las clarisas de Nazaret (1897-1899) y de Jerusalén (1899-1900), dividiendo su tiempo entre el trabajo manual, la lectura y la oración. Consagra jornadas enteras a la oración y a la meditación del evangelio. Este período será para él como un largo retiro, y el noviciado de su vida espiritual futura.

Comienza a considerar la posibilidad de una fundación eremítica sobre el monte de las Bienaventuranzas, por lo que vuelve a Francia para prepararse a la ordenación sacerdotal, que habrá de recibir el 9 de junio de 1901.

En sus retiros preparatorios al diaconado y al sacerdocio, descubre que aquella vida de Nazaret que entendía ser su vocación, no debía llevarla a cabo en Tierra Santa sino entre las ovejas más abandonadas. En su juventud había recorrido Argelia y Marruecos; ningún pueblo le parecía más abandonado que éstos. Se instalará, pues, en Beni-Abbés, al sur de la provincia de Orán. Su vida adquiere aquí una modalidad diferente. Si bien no sale de su ermita, ésta, sin embargo, está abierta a todos. Su ideal, por entonces, no era

«ni un grande y rico monasterio ni una explotación agrícola, sino una humilde y pobre ermita donde unos pobres monjes pudieran vivir de algunas frutas y de un poco de cebada recogida con sus propias manos; en estrecha clausura, penitencia y la adoración del Smo. Sacramento, no saliendo del claustro, no predicando, pero dando la hospitalidad a todo el que venga, bueno o malo, amigo o enemigo, musulmán o cristiano... Es la evangelización no por la palabra, sino por la presencia del Smo. Sacramento, la ofrenda del divino Sacrificio, la oración, la penitencia, la práctica de las virtudes evangélicas, la caridad; una caridad fraterna y universal» (Ch. de Foucauld, Lettres à Henry de Castries, 83-84).

Beni-Abbés (1901-1905) representa, pues, una primera realización de su ideal; el Hno. Carlos está en busca de un equilibrio entre su vida monástica contemplativa y su deseo de irradiar el amor de Cristo entre los indígenas que lo rodean. Pero no será sino en Tamanrasset (1905-1916) donde encontrará el pleno desarrollo de su vocación. Hace construir su choza no lejos de la aldea, y no sólo no rehuye a los habitantes de la región, sino que va hacia ellos, busca contactos, hace visitas. Siempre está a disposición de sus vecinos y de sus visitantes. Es el amigo que se puede buscar a toda hora del día y de la noche. Hizo cuanto estaba a su alcance para insertarse verdaderamente en la región del Hoggar. Veía ya claramente que la suya era una vocación de presencia entre el pueblo, una presencia que quiere ser testimonio y transparencia del amor de Cristo.

Tenemos, pues, ante nosotros, una auténtica vocación contemplativa nutrida en la meditación evangélica y centrada en la adoración del misterio eucarístico –verdadero corazón del «pequeño Nazaret»–. Y, a la vez, una caridad apostólica al servicio de la salvación del prójimo, que no se expresa por la predicación ni por las obras organizadas, sino a partir de una amistad respetuosa, llena de hospitalidad y bondad, como irradiación del amor de Cristo hacia todos los hombres. Este segundo elemento fue el que más tiempo le llevó madurar; fue en los últimos años de su vida cuando encontró su más adecuada expresión. Así, al mismo tiempo que procuraba una vida de intimidad contemplativa con el Señor, no se separaba físicamente de los hombres y, en particular, de los pobres. Tal es la vida de Jesús en Nazaret: vida silenciosa, recogida, pobre, laboriosa, a la vez que abierta y plenamente accesible a todos los de su pueblo y de su aldea.

El Padre de Foucauld, fundador

El Hno. Carlos de Jesús pasó su vida religiosa pensando agrupar en torno suyo algunos hermanos que compartieran su vida. Pero esta idea, nacida en el tercer año de su período trapense, no la vería nunca realizada, aceptando el fracaso aparente de su deseo como una consecuencia de su indignidad.

En la carta que escribiera en 1893 al abate Huvelin, esboza por vez primera el ideal religioso que se sentía llamado a vivir. En junio de 1896 compone una pequeña Regla para los miembros de la Congregación que quería fundar, los «Hermanitos del Sagrado Corazón de Jesús».

Ya en Palestina, la abadesa de las clarisas de Jerusalén ayudará con su influencia a reavivar sus proyectos, y en 1899 redactará la Regla de los «Ermitaños del Sagrado Corazón», donde aparece un elemento nuevo: el acento sobre el sacerdocio y el apostolado, presentándose desde entonces la «vida de Nazaret», a la vez recogida y abierta, lugar de intimidad con Jesús y lugar de partida en misión. Dos años más tarde, una mejor advertencia de las exigencias de caridad universal que implica el sacerdocio, lo lleva a volver a la denominación «Hermanitos del Sagrado Corazón de Jesús».

En 1902 redacta la regla de las «Hermanitas del Sagrado Corazón».

En los últimos años de su vida, frente al fracaso de sus primeros proyectos, considera la posibilidad de una especie de misioneros laicos que pudieran instalarse entre los infieles para atraerlos a la fe por el ejemplo y la bondad, apoyando de este modo la tarea de los misioneros consagrados. Este proyecto data de 1909, y es con esta finalidad que suscitará una «Unión de Hermanos y Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús», para quienes escribirá su Directorio, y que a su muerte contaba con 49 miembros, constituyendo la única descendencia visible que dejaba en torno a su ideal. En 1924 se convertirá en la «Asociación Charles de Foucauld», de la cual nacerá, en 1949, la «Fraternidad Charles de Foucauld».

Finalmente, el 13 de mayo de 1911 escribirá una importante carta donde va a delinear por última vez el ideal de las Fraternidades (cf. Ch. de Foucauld, Lettres à mes frères de la Trappe, París 1969, 273-276)*.

*[Es preciso observar aquí, por otra parte, que si bien el Padre de Foucauld fue el inspirador de la fundación de los Hermanitos de Jesús, no puede, sin embargo, ser considerado propiamente como fundador, en el sentido que la Iglesia ha dado habitualmente a este término (cf. FPF, 13-14). Porque «en la historia de las fundaciones religiosas, él es el único que dio origen a sus congregaciones, muriendo» (Id. Aux Petits Frères de Jésus, en Petits Fréres de Jésus, Chapitre Général 1966, Compte-rendu 6/9/66, 1)].

Esta síntesis de la vida, el ideal y los proyectos de fundación del Padre de Foucauld nos permitirá seguidamente comprender los términos en que concibieron su vocación religiosa los Hermanitos de Jesús y el camino que, a través de los años, habrían de seguir, en busca de una mayor fidelidad al carisma recibido.

2. La realización histórica del ideal del Padre de Foucauld en los hermanitos de Jesús

René Voillaume. Manifestación progresiva de su vocación

El Padre Voillaume nace en Versalles el 19 de julio de 1905, en el seno de una familia de cómoda situación económica, aunque de vida austera. Allí vivirá hasta los nueve años, para luego residir en La Bourboule durante los años de la guerra del 14; aquí hará la primera comunión y será confirmado.

Introvertido y poco comunicativo, su infancia será solitaria y con marcada vocación a la lectura. Según él mismo reconoce, sus orígenes alsacianos y loreneses influyen por igual sobre su temperamento: «Eramos (mis hermanos y yo) poco comunicativos, tímidos, más bien retraídos, como lo son frecuentemente los loreneses, mientras que interiormente éramos sensibles y afectivos, aunque sin dejarlo aparecer. Yo sufriré por ello toda mi vida» (HIST, 1, 24).

Con clara inclinación por el saber científico, y atracción particular por la física y la mecánica, sus aptitudes para la ingeniería –su «primera vocación»– eran además favorecidas por el ambiente familiar, donde tanto su padre como sus tíos tenían esta profesión. Su interés por estas ciencias caracterizará los años de su adolescencia y primera juventud, al igual que su religiosidad, alimentada desde niño por una particular devoción a la Eucaristía.

Su vocación al sacerdocio, de la que hay ya signos durante su infancia, después de haber sido acallada por su pasión por las ciencias, se verá confirmada por un hecho misterioso del que es objeto cuando tenía 16 años, y que es juzgado por el mismo Voillaume como una gracia mística. Desde entonces ampliará el tiempo de oración, y su vida de unión con Dios estará especialmente representada por su devoción al Sagrado Corazón y al Smo. Sacramento.

Junto a este llamado al sacerdocio, nacía en él una vocación misionera. África ejercía sobre él una particular atracción y en esto no parece ajeno el hecho de que su hermana mayor, Margherite, hubiera entrado en 1921 en las Hermanas Misioneras de Nuestra Señora de África («Soeurs Blanches»).

Carecía, sin embargo, de claridad, a la hora de decidirse por una Congregación en particular, lo cual hizo que le aconsejaran entrar en el Gran Seminario de San Sulpicio, de Issy-les-Moulineaux, donde podría recibir una adecuada formación teológica y espiritual, en tanto maduraba su decisión. Ingresó, pues, en 1923, e hizo allí el bienio de filosofía, tras lo cual entró como novicio de los Padres Blancos en Maison-Carrée (Argel). Estará, sin embargo, sólo un año con ellos, pues la fragilidad de su salud le impedirá permanecer en África. Volverá, pues, al Seminario de Issy, con la esperanza de poder regresar con los Padres Blancos al terminar sus estudios, si su salud lo permitía.

A fines de 1927, otro hecho misterioso habría de influir decisivamente sobre su vida. Un arrobamiento de orden místico, que se repetirá durante varios meses, lo confirmaría en el carácter contemplativo de su vocación.

Tras las huellas de Charles de Foucauld

Parece oportuno retroceder ahora hasta el otoño de 1921, cuando aparece el libro de René Bazin sobre Charles de Foucauld. Su lectura, cuando contaba 16 años, causa en René Voillaume una profunda conmoción. Encuentra en la vida del Hno. Carlos de Jesús un eco providencial a sus aspiraciones a la vez misioneras y contemplativas. Pero sabía que la fragilidad de su salud no hacía pensable la imitación de aquella vida; de allí que entrara en Issy, buscando clarificar su vocación. Al ingresar posteriormente con los Padres Blancos, era consciente de que era el único camino por el que podría desembocar, si Dios lo quería, en una vida análoga a la de Charles de Foucauld.

Estando en Maison-Carrée, recibió una carta de un seminarista de Issy, confiándole su atracción por el ideal de Charles de Foucauld. A su vuelta al Seminario, conocerá otros con las mismas inquietudes, por lo que formarán un grupo, del que surgiría, años después, la base de la fundación en El-Abiodh.

Habiendo conseguido el manuscrito del Padre de Foucauld que contenía la Regla de 1899, comenzaron su estudio con la intención de elaborar, partiendo de ella, un proyecto de fundación.

René Voillaume, que había sido elegido para encabezar el grupo, es ordenado sacerdote el 29 de junio de 1929, pasando los dos años siguientes en Roma, donde realizará el doctorado en teología bajo la dirección del padre R. Garrigou-Lagrange.

Después de la preparación lingüística que la empresa requería y de un período donde abundaron los contactos, consultas y exploraciones, tomarán el hábito en la Basílica de Montmartre (8-9-33) y se instalarán en el pequeño oasis de El-Abiodh-Sidi-Cheikh, situado en el Sahara sud-oranés. Eran cinco sacerdotes: René Voillaume, Marcel Bouchet, Marc Guerin, Guy Champenois y Georges Gorrée. Todos, ex-alumnos de Issy. A ellos se agregaría alguien que, habiendo recorrido hasta allí un camino distinto al del resto, compartirá desde entonces la misma vocación, formando parte del grupo fundador. Se trataba de un convertido, discípulo y amigo de Jacques Maritain, quien no deseando dar a conocer su nombre por razones personales vinculadas a su pasado, será conocido por todos desde entonces como «frère André» (1904-1986). Más tarde, cuando sus estudios sobre islamología y mística comparada comiencen a publicarse, aparecerán bajo el seudónimo de «Louis Gardet».

La Fraternidad de El-Abiodh-Sidi-Cheikh

Centrados en la Regla de 1899 –aunque en muchos aspectos, adaptada–, los Hermanitos del Sagrado Corazón de Jesús, como por entonces se llamaban –o los «Hermanos de la Soledad», según eran denominados por los árabes–, comenzarán su aventura religiosa en tierra islámica, en medio de un cuadro de vida claramente monástico. La influencia del Carmelo y de la Cartuja fue significativa en esta etapa.

La espiritualidad carmelitana había sido conocida por todos con anterioridad a la fundación. En el Seminario habían sido formados en la oración teniendo a San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús por maestros, así como a Santa Teresa del Niño Jesús. Y una vez en El-Abiodh, el conocimiento de los «desiertos» carmelitanos no dejaría de tener influencia sobre la decisión de equilibrar la vida comunitaria con períodos de vida eremítica.

Durante la etapa preparatoria a su instalación en el desierto, fueron frecuentes los contactos con la Cartuja de Montrieux. A esto se sumó que en los años siguientes a la fundación, la relación con los cartujos se hizo más estrecha, hasta convertirse éstos en sus consejeros, y aceptar ocuparse de la formación del que sería el primer maestro de novicios de los Hermanitos.

Esto no impedirá a la Fraternidad guardar una fisonomía original y desarrollarse en su línea propia. En este sentido, es muy elocuente lo que Frère André escribía al respecto en 1936, comentando, en nombre de todos los Hermanitos, las Constituciones que en ese año habían redactado:

«Se puede decir que el contemplativo tiene realmente a su cargo cada alma del universo. Nada es excluido de una oración que debe ser, continuada en nosotros, la oración misma que el Verbo Encarnado, por su santa Humanidad, no cesa de elevar hacia su Padre.

«Para el Hermanito del Sagrado Corazón, una misión más particular se añade a la universalidad de esta intercesión. No se contenta, en efecto, con rezar por los infieles que lo rodean; se convierte en uno de ellos. Se solidariza con ellos. En el día de su profesión, pide a Dios que acoja esta substitución, esta naturalización espiritual, a fin que, delante de El, sea realmente el hermano mayor de los infieles a los cuales es enviado, el cristiano primogénito entre ellos, su garante por derecho de consanguinidad espiritual. [...] Una tal vocación no se puede comprender sino en la perspectiva de la doctrina del Cuerpo Místico. [...] Los Hermanitos del Sagrado Corazón tienen el sentimiento profundo de que en ese papel de intercesión reside lo esencial de su vocación.

«Jesús les ofrece, como un inagotable tesoro de gracia, los sufrimientos de su Corazón crucificado, y por esto mismo les pide asumir delante de Dios, los pueblos a los cuales él los envía. [...] Es así como habrán de ser sus garantes, es decir, en la sangre de Cristo, sus hermanos de raza...» (X.Z. –así fue firmado el artículo–, Les Frères de la Solitude, «Contemplation et Apostolat», Abbaye St-André, Lophem-les-Bruges, 1, 1936, 256-258).

Entre los rasgos más característicos de la identidad propia de los Hermanitos, estaban su esfuerzo de adaptación, y el lugar relevante que el misterio eucarístico ocupaba en sus vidas:

«Esta misión silenciosa deberá desarrollarse en una adaptación tal, que sus hermanos infieles y ellos mismos, no hagan realmente sino uno. Ellos se transformarán en hermanos de raza no solamente por la lengua, la cultura, las costumbres, el arte religioso, sino más profundamente por todo aquello que estos signos exteriores contienen, en la caridad de Cristo, de verdadera adaptación de alma» (Ib., 258).

«Para el Hermanito del Sagrado Corazón, la Eucaristía es el único medio, el modelo y la razón de ser de su vida... El culto del sacrificio eucarístico se concreta por el lugar dado, en [la] vida [de los Hermanitos], a la misa y a las horas de adoración del Smo. Sacramento expuesto; y su adoración está en total dependencia del acto mismo del Sacrificio. [...] Y está allí, para él, la vida que debe llevar a sus hermanos infieles: ser redentor con Jesús Sacerdote y, con él, hostia y víctima. La Eucaristía es como el testimonio supremo de la gloria divina entre los hombres; en la comunión de los santos y en la dilatación del Cuerpo místico, los Hermanitos deberán hacerse, como Jesús, alimento de las almas, dejándose, como Jesús, devorar por ellas en el silencio de la oblación, haciéndose «todo a todos», como contemplativos y como misioneros» (Ib., 258-259).

Estos rasgos característicos de la Fraternidad habrán de explicitarse, durante más de diez años, a través de una forma de vida auténticamente monástica. Las observancias clásicas de la clausura, el silencio y la oración de día y de noche, constituían lo esencial de su testimonio exterior, tanto frente a la población musulmana, como para aquellos cristianos con quienes estaban espiritualmente vinculados o que iban a hacer retiro a la Fraternidad. Las observancias constituían, pues, para ellos, la trama cotidiana de la vida y, sin confundirlas con lo esencial, las consideraban formando el cuerpo en el que lo esencial se encarnaba.

Este carácter monástico que había asumido la Fraternidad desde su fundación está vinculado a la concepción que el Padre de Foucauld tenía para su Congregación durante su estancia en Tierra Santa: fue allí donde redactó la llamada Regla de 1899, que los Hermanitos eligieron desde un comienzo como base de su proyecto fundador.

Los años de guerra y de dispersión: la identidad de la Fraternidad se profundiza

La llegada de la Segunda Guerra Mundial habrá de modificar la vida de la Fraternidad, al ser movilizados la mayor parte de los hermanitos. Un par de ellos quedará, sin embargo, en El-Abiodh, posibilitando el regreso periódico del resto; pero aun así, la vida de la comunidad entrará en un paréntesis que habrá de prolongarse hasta el final de la guerra.

René Voillaume había sido destinado a Orán y luego a Touggourt como personal militar no combatiente. Esto lo mantendrá alejado durante varios años del gobierno físico de la comunidad de El-Abiodh.

Se abre así un período en el que distintas circunstancias y hechos providenciales llevarán a la Fraternidad a una transformación hasta entonces imprevista.

Cabe comenzar recordando que la Regla de 1899, a partir de la cual se proyectó la fundación, había sido en muchos aspectos modificada, en razón de haber sido considerada por algunos superiores de San Sulpicio como impracticable y «escrita no para hombres sino para ángeles» (cf. HIST, 1, 268).

Esto hizo que, exceptuando al grupo fundador, el resto de los hermanitos no tuviera un conocimiento directo de ella; es más, se evitó expresamente que llegara a manos de los más jóvenes, para preservarlos de engañosas ilusiones.

Así fue como, tras la lectura de dicha regla por parte de los hermanitos que habían permanecido en El-Abiodh, le plantearan éstos a Voillaume, en mayo de 1943, la exigencia de volver a una más perfecta observancia de la misma, a fin de seguir con mayor fidelidad al Hermano Carlos de Jesús. Esto suponía, fundamentalmente: una vida de mayor pobreza y austeridad (reaccionando de modo particular contra la importancia material del monasterio que habitaban), un cumplimiento más estricto de la clausura y del silencio, dar más importancia al trabajo, y alcanzar una mayor simplicidad en el trato.

La irreductibilidad con que se presentó inicialmente el planteamiento fue superada en virtud del espíritu abierto y paciente del P. Voillaume, así como por la intervención del Prefecto Apostólico del Sahara, Mons. Mercier.

De este modo, las observancias señaladas encontrarán eco y sintonía en René Voillaume y, mientras la vida en El-Abiodh iba evolucionando en tal sentido, él se retirará en junio de 1944 a la ermita de Djebel-Aïssa, comenzando un trabajo de investigación, a fin de compenetrarse mejor con el espíritu del Hno. Carlos de Jesús. Esto, que habrá de llevarle un año entero, supuso la lectura de los escritos del P. de Foucauld –incluso los inéditos, a los que tenía acceso por vía de la postulación de la causa de beatificación–, intercambio de opiniones con los hermanitos, y tiempo de reflexión en la oración.

«Experimentamos, ante todo, la necesidad de ponernos en contacto con el espíritu del padre de Foucauld y el conjunto de su vida, lo que habíamos omitido hacer desde el momento en que elegimos, como base de nuestra fundación, las constituciones y el reglamento escritos por el Hno. Carlos en 1899. Nosotros queríamos, a la luz de la espiritualidad del padre y de su concepción de la vida de Jesús en Nazaret, releer no solamente la Regla de 1899 –que conservábamos siempre, en tanto definía netamente una vocación contemplativa misionera–sino también repensar la manera concreta en que habíamos realizado este ideal. Es en esta línea, y liberados de toda tendencia a una interpretación literal, como yo me puse a trabajar» (HIST, 8, 126).

Expresa así Voillaume, en pocas líneas, la base sobre la cual evolucionará, en adelante, la Fraternidad, y el principio que posibilitará la futura dilatación de su misión: Ya no se busca definir la vocación y misión de los Hermanitos por referencia a la sola Regla de 1899 (que no representaba el pensamiento del Hno. Carlos sino parcialmente y, en más de un aspecto, de modo germinal), sino a partir del conjunto de la vida y de los escritos del padre de Foucauld, lo cual aseguraba una mayor fidelidad a la integridad de su mensaje.

Como fruto de aquel período de investigación y reflexión, Voillaume escribirá unas 200 páginas que titulará La mission providentielle du Père Charles de Foucauld et la réalisation de ses projets de fondation; subtitulado: Etude sur l’esprit et le règlement des Fraternités.

Parece oportuno destacar el decisivo papel que jugara uno de los hermanitos que permaneció en El-Abiodh durante la guerra, quien, contagiado del radicalismo evangélico del padre de Foucauld, impulsará la transformación de la Fraternidad en dirección a una mayor pureza de ideal: Frère Noël, posteriormente conocido por Milad. Nombrado poco después maestro de novicios, él será el formador de los hermanitos durante los años de mayor afluencia de vocaciones. Es preciso, pues, destacar su figura, tanto por la importancia de su participación en el período que acabamos de narrar –verdaderamente determinante para la futura orientación de la Fraternidad–, como por lo que significó como formador en la Congregación*.

*[Onésime Retailleau ingresó en la Fraternidad en 1935. Teniendo una hermana religiosa, intercambiarán sus nombres, llamándose ella en religión Soeur Onésime, en tanto él sería llamado Frère Noël. Este nombre, arabizado, se convertirá en «Milad Aïssa», que significa «el nacimiento [de] Jesús». A él corresponde el libro que firmará como Un petit frère de Jésus, Ce que croyait Charles de Foucauld, Tours 1971].

Se cierra así la crisis desencadenada en 1943, de la que la Fraternidad, profundizando su ideal, sale más firmemente enraizada en el espíritu del Padre de Foucauld. Lo que había faltado, según Voillaume, era «una presencia suficiente del alma y del espíritu del Padre de Foucauld –un cierto sentido de la pobreza y del trabajo–, una profundización mayor del misterio de la vida oculta de Nazaret» (La mission providentielle du Père Charles de Foucauld et les règlements des Fraternités, «Les Petits Frères de Jesús» 24, 1983, nn. 95-96, 21).

Del Islam al mundo obrero: la misión de la Fraternidad se dilata

Si los años de guerra resultaron una ocasión providencial para que la Fraternidad se afirmara en su espíritu propio, el tiempo inmediatamente posterior no habrá de ser menos importante en orden a revelar su futura orientación.

Poco después de acabada la guerra, el P. Voillaume emprenderá un viaje a Francia (1945), al que seguirá, entre abril y julio de 1946, otro a Roma y Francia, resultando ambos decisivos para el futuro de la Fraternidad.

Parece conveniente aclarar aquí que Fr. André había permanecido durante la guerra, por razones de salud, con los Padres Blancos, en Maison-Carrée.

Antes de ir a Francia en 1945, Voillaume encuentra, pues, a Fr. André; por él conocerá en Argel a militantes obreros cristianos con quienes éste se había relacionado en esos años. Como consecuencia de ese encuentro, comienzan a entrever la posibilidad de estar presentes en el mundo obrero. El posterior viaje a Francia y los contactos que allí tendrá, confirmarán a Voillaume en esta idea, que anuncia a los hermanitos a su vuelta a El-Abiodh, en diciembre de ese mismo año.

De este modo, las nuevas Constituciones, redactadas por entonces y aprobadas en 1947, considerarán como destinatarios de la misión de la Fraternidad no sólo el Islam sino toda tierra de misión –siendo en esto fieles al pensamiento del padre de Foucauld–, en la que incluían al mundo obrero, en razón de su descristianización. También se subraya la importancia del trabajo, aunque no se contemplara aún la posibilidad del trabajo asalariado en el exterior: también la fraternidad obrera se la concebía por entonces como monástica, aunque inserta en el medio obrero y en intercambio de relaciones y adaptación al mismo. Cambian, además, su nombre; al existir ya una Congregación con la misma denominación que utilizaban, serán desde entonces los «Hermanitos de Jesús».

Entre las personas que Voillaume encontró en Francia y que habrían de confirmarlo en el proyecto de las fraternidades obreras, es preciso destacar a Soeur Magdeleine de Jésus, fundadora de las Hermanitas de Jesús, con quien ya por entonces tenía una importante relación, y que orientaba en tal sentido la misión de su Congregación (cf. ibid., 9, 6)*.

Se habían encontrado por vez primera en El-Golea, peregrinando ambos, en 1939, a la tumba del padre de Foucauld. Hubo siempre entre ellos una profunda comunión en la manera de concebir el ideal de las Fraternidades, y no es fácil delimitar las respectivas influencias, que fueron recíprocas.

*[ Elisabeth Hutin, en religión Petite Soeur Magdeleine de Jésus, deseosa de seguir el camino trazado por el Hermano Carlos de Jesús, parte con una compañera (Anne Cadoret) para África del Norte en 1936, permaneciendo en Boghari hasta 1938; allí harán una experiencia de asistencia indígena. Marcharán posteriormente hacia el Sahara, después de hacer un año de noviciado con las Hermanas Blancas en Birmandreis (Argelia), a petición expresa del Prefecto Apostólico, Mons. Nouet. En 1939 fundan en Touggourt la primera fraternidad. En 1946, unos meses antes que lo hicieran los Hermanitos de Jesús, fundan la primera fraternidad obrera en Aix-en-Provence. Con el paso de los años alcanzarán un rápido crecimiento, a la vez que se iban esparciendo por todo el mundo. En 1980 la Congregación contaba con 230 fraternidades, 880 religiosas de votos perpetuos, 186 de votos temporales y 80 novicias (cf. G. Rocca, Piccole Sorelle di Gesù (Fraternità delle), en Dizionario degli Istituti di perfezione, 6, Roma 1973 ss., 1620-1622)].

Sostiene Voillaume, por otra parte, que «el período que se extiende de marzo a octubre de 1946 será, para las Fraternidades, extraordinariamente fecundo y rico en acontecimientos o decisiones que contribuirán a dar, tanto a los hermanitos como a las hermanitas de Jesús, su fisonomía definitiva» (HIST, 9, 21).

Lo más relevante dentro de este período fue, sin duda, el viaje que el P. Voillaume hizo con Fr. André entre abril y junio de ese año. El principal cometido del mismo era organizar una fraternidad de estudios en Roma. Frère André acompañaba al P. Voillaume para aconsejarlo en esto y para reencontrarse en Roma con su amigo Jacques Maritain –por entonces embajador de su país ante la Santa Sede–, a quien no veía desde hacía trece años. Milad quedaba, mientras tanto, como responsable en El-Abiodh.

El primer hecho destacable es el encuentro que tienen en Argel, antes de cruzar hacia Europa, con dirigentes de la J.O.C. De lo conversado con ellos surge la posibilidad de una fraternidad obrera con trabajo en el exterior, pues los jocistas objetan el proyecto de un trabajo artesanal independiente, en orden a evitar el riesgo capitalista de otras órdenes o congregaciones religiosas.

Así nace, pues, unido al deseo de una pobreza real y efectiva, la idea del trabajo asalariado en el exterior de la fraternidad. Pero es necesario tener en cuenta aquí que en ningún momento había sido puesta en duda la naturaleza contemplativa de la vocación de las Fraternidades.

Esto no será siempre comprendido por todos los que compartían con ellos en Francia la preocupación por evangelizar el mundo obrero; tal el caso de los sacerdotes de la «Misión de París». Encontraron, por el contrario, una profunda comprensión en Jacques Loew y su equipo, en el abate Guerin, y en Margherite Tarride*. Estos fueron, por otra parte, algunos de los múltiples contactos que tuvieron durante ese viaje.

*[Margherite Tarride, habiendo cedido todos sus bienes, llevaba a cabo una vida contemplativa en medio de una gran pobreza, trabajando como obrera y habitando en un barrio gitano de los suburbios de Toulouse. Era dirigida espiritualmente por el padre Marie-Joseph Nicolas, del convento de los dominicos, en donde ella había recibido, también, formación teológica y espiritual (cf. HIST, 9, 300, nota 163)].

En Roma fueron numerosos los encuentros de Fr. André con los Maritain. También Voillaume tendrá oportunidad de estar con ellos. Pero ahora quisiéramos detenernos un momento sobre el particular vínculo que existió entre Jacques y Raïssa Maritain y la Fraternidad.

El total acuerdo que hubo entre ellos respecto de la posibilidad y la importancia de una vida contemplativa en el mundo –la «contemplation sur les chemins», para tomar la conocida expresión de Raïssa–, parece indicar que los Maritain no habrían sido ajenos, aun sin proponérselo, al modo de vida que desde 1947 adoptarían las Fraternidades. Hay que tener en cuenta, por lo demás, que ellos habían reflexionado en torno a aquel tema, mucho antes de que los Hermanitos dejasen la clausura de El-Abiodh.

Creemos que Voillaume no aceptaría sino parcialmente –de acuerdo a lo conversado con él– estas afirmaciones que acabamos de realizar*.

*[Voillaume, si bien acepta que Maritain les dio «el testimonio personal de una vida de oración vivida en el mundo», afirma, sin embargo, que «eso no cambió nada», pues la influencia de Maritain se dio más bien en el plano de la expresión, y en él encontraron bien expresado «aquello que ya vivían» (cf. J.M. Recondo, La oración en René Voillaume, Burgos 1989, 303)].

Sin embargo, en el prefacio al Journal de Raïssa, al comentar un texto escrito por ella en 1919, él mismo expresa lo siguiente:

«He dicho más arriba que Raïssa tenía total consciencia de su vocación de contemplación en pleno mundo. "Es un error –escribe ella– aislarse de los hombres porque uno posea una visión más clara de la verdad. Si Dios no llama a la soledad, es preciso vivir con Dios en la multitud; hacerlo conocer allí y hacerlo amar" (10-3-1919)» (R. Voillaume, Prefacio a Journal de Raïssa, publicado por J. Maritain, París 1963, XVI).

Es de particular elocuencia, por otro lado, la carta que frère André recibe en 1928 de Jacques Maritain, cuando buscaba una forma de vida totalmente consagrada a Dios, pero dentro del mundo:

«¿Una vida contemplativa en el mundo? ¿Y que incluso no implicara el cuidado directo del apostolado, de la vida mixta dominicana? Aun eso. Sin embargo, aquélla no se justificaría en el mundo sino por el deseo de servir a las almas y de estar por tanto, de una manera o de otra, entregados a ellas, y de soportar animosamente por ellas todo el tráfago, las amarguras, y las idas y venidas inútiles que son inseparables del trato con los hombres, no siendo esto sino para dar testimonio, en medio de ellos, de la contemplación misma y del amor eucarístico de Nuestro Señor.

«Si usted debe permanecer en el mundo, yo creo que es por la voluntad de dejarse devorar por los otros, no preservando sino la parte (muy grande) de soledad necesaria para que Dios haga de usted algo útilmente devorable...

«¿Qué queda después de esto? Esa impresión, esa idea, esa esperanza de que el Espíritu Santo prepara algo en el mundo, una obra de amor y de contemplación que querrá almas totalmente entregadas e inmoladas en medio mismo del mundo...» (Del folleto editado por los Hermanitos de Jesús en memoria de Maritain, tras su muerte, bajo el único título de Jacques Maritain, s.l., s.a., pero Marsella 1973, 10).

Como se puede fácilmente apreciar, este texto, escrito veinte años antes de la fundación de la primera fraternidad obrera, expresa admirablemente la espiritualidad en la que habrían de iniciarse las Fraternidades.

Sobre el conocimiento de esta carta por parte del padre Voillaume durante el período de El-Abiodh no cabe duda, si tenemos en cuenta que en su primer libro, llevado a imprenta a fines de 1946 –es decir, cuando la Fraternidad preparaba su salida de la clausura–, aparece, entrecomillada, la expresión «útilmente devorable» que Maritain utilizara en su carta (cf. FPF, 105).

Cabe señalar, además, que en El-Abiodh, todos los hermanitos habían leído los textos espirituales de Maritain, habiendo sido Fr. André, desde 1936, el responsable de su formación doctrinal.

Aun prescindiendo de lo escrito por Maritain sobre la contemplación en varias de sus obras –De la vie d’oraison (1922), Les degrés du savoir (1932), Action et contemplation, en Questions de conscience (1938)–, es preciso destacar lo que escribió sobre «la contemplación por los caminos» en Le paysan de la Garonne (1966) y, antes, con Raïssa, en Liturgie et contemplation (1959) (cf. J. Maritain, Le paysan de la Garonne, París 1966, 283-370; J. y R. Maritain, Liturgie et contemplation, Brujas 1959, 76-78). El mismo Voillaume, tras la lectura de éste último, escribe así a los hermanitos:

«Confieso que no pude dejar de escribirle, en nombre de todos nosotros, a Jacques Maritain, para comunicarle mi alegría y darle las gracias porque supo expresar con tanta exactitud lo esencial de la vocación de los Hermanitos en el capítulo La contemplación por los caminos. Es exactamente eso» (L/III, 20-21).

Por último, es importante recordar que tras la muerte de Raïssa, en 1960, Maritain se instalará en la fraternidad de los Hermanitos de Toulouse, donde vivirá hasta 1970, año en que pide ser admitido en la Congregación, para morir, formando parte de ella, en 1973. Poco después de su instalación en Toulouse, Voillaume se referirá a

«ese parentesco espiritual que existía ya desde hace mucho tiempo con nuestra forma de vida religiosa, que lo ha conducido a venir a vivir entre nosotros, como un hermano mayor del que tenemos mucho que esperar. [...] Estoy contento de que tengáis la posibilidad, un día u otro, de encontrar a quien ha estado asociado más de lo que tal vez pensáis, a la fundación espiritual de la Fraternidad» (L/III, 74-75).*

*[Frère André, en este mismo sentido, hablará de la unidad entre la vida y la obra de J. Maritain y de la «profunda consonancia de ambas con la vocación de los religiosos que lo habían acogido» –el subrayado es nuestro– (L. Gardet, Temoignage, «Cahiers Jacques Maritain» 10, 1984,31). Ver también la carta que el P. Voillaume escribió desde Kolbsheim tras la muerte de Maritain: L/IV (En souvenir de Jacques Maritain), 162-165].

Resumiendo, consideramos que sería superficial reducir a una sola causa lo que en la acción providente de Dios –según lo que antes hemos podido ver– tuvo un curso manifiestamente más complejo. No podríamos prescindir, por ejemplo, en este análisis, del contexto histórico-pastoral de la Iglesia en Francia durante aquellos años: la preocupación misionera por evangelizar el mundo obrero como tema dominante. Eran los años de Francia, país de misión, según el título del célebre libro del abbé Godin. Todo esto no puede haber sido ajeno a la transformación que por entonces sufría la Fraternidad. Pero no queríamos dejar inadvertido el peculiar papel que tocó a los Maritain, fundamentalmente a través de Fr. André, en esta nueva dimensión que se abría para la vida contemplativa de las Fraternidades.

Finalmente, cabe señalar que a comienzos de 1947 aparecerá el primer libro del padre Voillaume: Les Fraternités du Père de Foucauld. Mission et esprit. Sintetizaba allí el estudio que realizó, entre 1944 y 1945, en torno a la misión del P. de Foucauld y sus Fraternidades. Esta obra refleja, por otra parte, la concepción que en el momento de su publicación tenía Voillaume, sobre la vocación de los Hermanitos.

La hora de la expansión

El amor y la imitación de Jesús de Nazaret inspiraron y animaron siempre el andar del padre de Foucauld en la realización de su vocación. Fue esto lo que lo condujo a la Trapa, y esto mismo lo que lo hizo salir de ella para avanzar solo, por caminos singulares, no por deseo de singularidad sino por fidelidad a un llamado que, de hecho, le obligaría a innovar. Guardando todas las proporciones, ocurrirá otro tanto con la Fraternidad cuando, después de haber hecho de un modo monástico sus primeros pasos en la vida de Nazaret, comenzará la fundación de fraternidades con un cuadro de vida diverso al que hasta entonces le había sido característico.

En mayo de 1946 se funda en Aix-en-Provence la primera fraternidad obrera. Voillaume formará parte del grupo, trabajando de pintor, y si bien las responsabilidades del priorato no le permitirán permanecer demasiado tiempo en ello, deseaba participar personalmente en la nueva experiencia que comenzaban a vivir los hermanitos.

A partir de aquí se abre un período particularmente fecundo para la Fraternidad. En tanto se iba consolidando y confirmando en su nueva orientación, la abundancia de vocaciones y la consecuente multiplicación y dispersión de las fraternidades caracterizarán los años siguientes.

El conocimiento de algunas cifras puede ser significativo en este sentido: A fines de 1946, doce hermanitos habían hecho la profesión perpetua, otros tantos entraron al noviciado, y cinco pronunciaban sus primeros votos. A comienzos de 1951, el número de profesos se había triplicado y estaban distribuidos en dieciséis fraternidades.

Es durante esos mismos años cuando el P. Voillaume escribirá las cartas y conferencias que en 1949 serán policopiadas y al año siguiente publicadas bajo el título En el corazón de las masas. En estos escritos del prior de los Hermanitos de Jesús, se hallará la base de la espiritualidad futura de las Fraternidades. El libro conocerá más de una docena de traducciones y numerosas reediciones, manifestando así que su interés superaba ampliamente los límites de las Fraternidades.

Por aquella misma época aparecen las nuevas Constituciones de los Hermanitos de Jesús (1951), donde se expresa en su nueva fisonomía la identidad de las Fraternidades:

«Los Hermanitos de Jesús imitan, ante todo, la vida laboriosa de Jesús obrero en Nazaret, llevando a cabo en la pobreza una vida de trabajo, en contacto íntimo con los hombres, mezclados con ellos como la levadura en la masa, a fin de contribuir por el testimonio de sus vidas más que por sus palabras, a hacer conocer y amar a Jesús, Hijo de Dios, y a establecer entre los hombres, por encima de todas las divisiones de clases, razas y naciones, la unidad fraternal del amor del Salvador» (art. 3).

La década del 50 confirmará el crecimiento y el afianzamiento de la Fraternidad. Merced a la afluencia de vocaciones, el número de fraternidades prácticamente se triplicará durante este período: en mayo de 1959 ya serán cincuenta. Igualmente significativo resulta el hecho de su implantación en medios muy variados, no obstante verificarse siempre elementos comunes en aquellos entre los cuales fundaban, tanto en el plano religioso –la ignorancia de Cristo o el alejamiento de la Iglesia–, como en el sociológico –«aquellos que no tienen nombre ni influencia en el mundo»–. Este rasgo de universalidad, en el que el P. Voillaume insistirá por influencia de Soeur Magdeleine, habrá de caracterizar, desde entonces, la vida misma de la Fraternidad (cf. HIST, 9, 287-292)*.

*[Algo más adelante Voillaume afirma: «Yo razonaba, era sensible a las objeciones y más previsor, mientras que ella veía a lo lejos, e iba hacia adelante» (p.293)].

Ante este hecho de la multiplicación de las fraternidades, y, sea para visitarlas o para preparar nuevas fundaciones, el padre Voillaume se verá obligado a viajar constantemente y por todos los continentes, utilizando con frecuencia la vía epistolar para seguir en contacto con los hermanitos. Como fruto de este período aparecerán sus Cartas a las Fraternidades. El primer volumen –Testigos silenciosos de la amistad divina– recogerá escritos dados a luz entre 1954 y 1959. El segundo –A causa de Jesús y del Evangelio–, abarca otros, surgidos entre 1949 y 1960. El tercero –Por los caminos del mundo–, recopila cartas escritas entre 1959 y 1964. Si bien durante estos años serán publicados numerosos artículos suyos en medios diversos, lo contenido en estas cartas viene a continuar y a completar, desde el contacto con la experiencia de las fraternidades, lo que Voillaume expusiera en En el corazón de las masas. De aquí que constituyan la expresión medular de su pensamiento en estos años.

Surgirán también, en aquel tiempo, la Fraternidad «Jesus-Caritas» (Instituto Secular Femenino) y la Fraternidad Sacerdotal «Jesus-Caritas», desarrollándose, asimismo, la Fraternidad Secular Charles de Foucauld. La palabra del P. Voillaume será requerida por unos y otros, así como por las Hermanitas de Jesús. Esto hizo que la transmisión del mensaje del Padre de Foucauld por parte de René Voillaume, fuera trascendiendo progresivamente las fronteras de su Congregación.

Por otra parte, en 1956, permaneciendo Voillaume como prior de los Hermanitos de Jesús, fundará los Hermanitos del Evangelio. Estos, en el mismo espíritu de contemplación, pobreza y humilde caridad fraterna propio de Ch. de Foucauld, tendrán por misión la evangelización de los ambientes pobres y más alejados de Dios, a través de un apostolado directo.

La inserción y presencia de los Hermanitos y Hermanitas de Jesús en lugares diversos, fue generando, con el paso del tiempo, la necesidad de ofrecer una evangelización directa y explícita. Como complemento y continuación de los Hermanitos de Jesús, surgían, pues, los del Evangelio. Razones análogas llevarán a Voillaume a fundar, en 1963, las Hermanitas del Evangelio.

En 1965 el padre Voillaume dimitirá como prior de los Hermanitos de Jesús –cargo que ejercía desde la fundación, en 1933–, para poder dedicarse con mayor libertad a las Congregaciones más jóvenes. Será elegido René Page para sucederlo (1966), quien, reelegido en 1972, será prior de la Fraternidad hasta 1978. Lo seguirán Michel Sainte-Beuve (1978-1990), Carlo Fries (1990-1996), y el actual prior, Marc Hayet.

La Fraternidad de los Hermanitos de Jesús fue elevada, en 1968, a Congregación de derecho pontificio. En 1983, cincuenta años después de su fundación en El-Abiodh, contaba con 253 profesos –de los cuales, algo más de un cuarto son sacerdotes–, distribuidos en más de 90 fraternidades establecidas en 45 países.

Los Hermanitos del Evangelio, en 1979, contaban con 90 religiosos, en tanto las Hermanitas del Evangelio eran, en 1980, 60 religiosas distribuidas en 17 fraternidades.

Conclusión

Este recorrido a través de la vida del padre Voillaume, en el que hemos podido también apreciar la progresiva constitución de la actual fisonomía de las Fraternidades, nos permitirá, en adelante, adentrarnos con mayor rigor en su pensamiento. Consideramos que sin el presente estudio histórico, hubiéramos carecido del marco existencial en referencia al cual la reflexión del padre Voillaume en torno a la oración fue dándose y formulándose. En el caso de un espiritual, en quien su enseñanza se caracteriza por partir no sólo de los datos objetivos de la fe sino también de su experiencia cristiana personal –en tanto fuente genuina de la teología espiritual–, esto parece particularmente necesario.