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Dom Columba Marmion (1858-1923)

Hijo de Irlanda

José Marmion nació el 1 de abril de 1858 en la Isla de los Santos, en un ambiente impregnado de fe cristiana. Su padre era irlandés, y su madre francesa. De esta doble ascendencia parte su naturaleza rica y compleja: muy sensible, exuberante, lleno de jovialidad, pero impresionable; corazón confiado, generoso, comprensivo, tenía el sentido y el gusto de la bondad; inteligencia clara y penetrante, gozaba de la fe inquebrantable de sus padres. En la medida en que Dios le había dotado, así también tendría sus destinos sobre él.



Sacerdote

Hacia el fin de sus estudios secundarios en el Belvedere College, dirigido por los Padres Jesuitas, se siente llamado al sacerdocio. A pesar de sentir fuertemente la aspereza del sacrificio, se da a Dios con alegría y sin reserva. Recibe la formación sacerdotal en el Seminario de Clonliffe, cerca de Dublín, y luego en Roma, donde termina brillantemente sus estudios teológicos. Es ordenado sacerdote en el Colegio Irlandés el 16 de junio de 1881. Reintegrado a su país, ejerce durante algunos años el ministerio pastoral en su diócesis y enseña filosofía en Clonliffe. Dondequiera que va se aprecia vivamente su celo ardiente y su abnegación a toda prueba.



Monje benedictino

Pero Dios le quería en otra parte. Como tantos otros antiguos monjes de su raza, el presbítero José Marmion dejó su amada patria. Recibe el hábito monástico y el nuevo nombre irlandés de Columba, en la abadía de Maredsous (Bélgica). Monje ya, lo será totalmente durante toda su vida.

En la vida religiosa se distinguió por una constante fidelidad a la gracia, una intensa piedad y una admirable solicitud por adquirir la perfecta obediencia. El día de su profesión solemne, escribió en su diario íntimo: «Abandono todas las cosas, todas mis inclinaciones, aún las más santas, dejando enteramente la elección de mis ocupaciones a la obediencia, sacrificando mis gustos y tomando solemnemente la resolución de emplear todo el resto de mi vida, si la obediencia me lo ordena, en las acciones que carecen de gusto para mí y por las que puedo sentir una gran repugnancia».

En 1899 fue enviado a la nueva abadía de Mont-César, en Lovaina; permaneció allí diez años en calidad de prior y profesor de teología de los monjes jóvenes, predicando al mismo tiempo muchos retiros a sacerdotes y a casas religiosas. Entonces es cuando llega a su madurez, en la oración y el ministerio de las almas, su doctrina espiritual tan humana, tan luminosa, tan equilibrada, centrada en Jesucristo y la misericordiosa bondad del Padre celestial: doctrina vivida antes de ser predicada, y predicada para ser vivida. Apóstol lleno de celo, divulga con largueza su palabra tanto entre sus hermanos como en el exterior: en Bélgica, en Francia, en Irlanda y en Inglaterra. En Lovaina encuentra a Mons. Mercier, más tarde Cardenal, que le honró desde entonces con su fiel amistad y le escogió como confesor. La elocuencia de este gran monje, espontánea, simple, cordial, llena de humor y de bondad, brotando de un corazón ardiente por Cristo y sus miembros, arrebataba y elevaba los corazones. El Cardenal Mercier escribía un día de Dom Marmion: «Hace tocar a Dios».



Abad de Maredsous

Elegido el 29 de septiembre de 1909 para la silla abacial de su Monasterio de profesión, Dom Columba lo gobernó hasta su piadosa muerte, el 30 de enero de 1923. Verdadero padre de sus monjes, fue ante todo para ellos un guía de vida interior y doctor de los misterios de Cristo. De salud frágil y de temperamento delicado, sintió vivamente las múltiples pruebas de estos trece años de abadiado que fueron teatro de la guerra de 1914-1918. Gustaba afirmar animosamente: «Trato de ir con una sonrisa al encuentro de todo lo que me contraría».



El hombre de Dios

He aquí algunos pensamientos suyos, proyección de su vida profunda en Cristo: «Creo en el amor del Padre, y deseo que en retorno, vea mi amor por El en Jesucristo». «Siento cada vez más que no puedo nada sino en Dios. Amo esta pobreza, y me apoyo sin temor en la bondad de nuestro Padre Celestial...» «Encuentro a Cristo por todo y en todo... Soy tan pobre, tan miserable en mí mismo y tan rico en El; a El toda la gloria para siempre». «Como todos los días en el altar a Jesucristo, para tener la gracia de dejarme comer también cada día por las almas. Ojalá Cristo sea glorificado en mi destrucción, como lo ha sido por su sacrificio».



Irradiación espiritual

Dios que le había dotado tan ricamente de cualidades naturales, de luces y gracias no quiso que su influencia espiritual se limitara a aquellos a quienes pudiera llegar su palabra. Sus conferencias publicadas a partir del 1917, traducidas a más de diez lenguas, conocieron en seguida a través del mundo un éxito inmenso que ha continuado desde entonces. Así ha podido él revelar a los cristianos la auténtica e integral espiritualidad de la Iglesia que se centra en el Señor Jesús y en sus misterios de salvación. Buenos jueces no han dudado en reconocer en él un maestro de la vida interior y un doctor de la adopción divina. El Papa Benedicto XV que utilizaba personalmente sus libros, declaró en el curso de una audiencia al mismo Dom Marmion, mostrándole sobre el estante de sus libros familiares, Jesucristo, vida del alma... «Habéis escrito un hermoso libro». Y dirigiéndose un día a Mons. Szepticky, arzobispo de Lemberg, le dijo: «Leed esto, es la pura doctrina de la Iglesia». Pío XII, para celebrar el centenario del nacimiento de Dom Marmion, escribía en 1958 en una carta: «Las obras publicadas de este gran hijo de san Benito, tan notables por la justeza de la doctrina, la claridad de su estilo, la profundidad y riqueza del pensamiento, han sido una preciosísima aportación al tesoro de los escritos espirituales de la Iglesia».



Hacia la beatificación

Este carisma de influencia larga y profunda que acompaña a la doctrina de Dom Marmion, la impresión viva que dejó en numerosos testigos de su vida, que proclaman haber encontrado en él un hombre de Dios, «un santo que era un hombre» (según la feliz expresión de un sacerdote oyente de su predicación); numerosos favores espirituales y temporales recibidos por su intercesión, todo esto parecía evidenciar un designio especial de Dios. En consecuencia, de todos los ámbitos del mundo y de todos los ambientes sociales, se ha elevado un llamamiento al juicio oficial de la Iglesia sobre esta reputación de santidad.

Su excelencia Mons. Charue, obispo de Namur, quiso aceptar la misión de instruir la causa de Dom Columba Marmion. Así, los procesos diocesanos para la beatificación del Siervo de Dios comenzaron en Namur el 7 de febrero de 1957, y terminaron en Maredsous el 20 de diciembre de 1961. Actualmente la Causa se halla bajo el juicio de la Santa Sede.

Dígnese el Espíritu Santo, el Espíritu de adopción de los hijos de Dios en Jesucristo, cuyo misterio vivió el Siervo de Dios tan intensamente y del cual habló en forma tan espléndida, manifestar claramente con milagros su valiosa intercesión cerca del Padre de las Misericordias.