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El 31 de octubre de 1997, Sor Marina, fue elegida Priora. A los 41 años, pasó a ser la Madre Marina, Priora de San Calixto. La enfermedad y el Priorato fueron para ella medios privilegiados de la gracia de Dios para estimular su crecimiento espiritual.
(CE 21-22) «Quizá la clave de su altura espiritual estaba en que vivía con toda realidad el misterio de su vida esponsal con Cristo. No perdía ocasión de decirnos que éramos verdaderas esposas y que nuestra alma debía vivir en total entrega al Esposo; pero esto, dicho con tal sencillez y convencimiento, que no cabía duda de que hablaba por propia experiencia. Con ocasión de alguna fiesta, nos dedicaba una estampa, con frecuencia de Cristo Crucificado o mostrando su Corazón y, con pocas palabras, su deseo era que nos dejásemos hacer a gusto del Esposo. El Corazón de Jesús le atraía de manera singular, pero no como una mera devoción sino que vivía en Él».
En ese tiempo, bajo su dirección, se instaló en el convento un ascensor, pensando en las hermanas más ancianas o impedidas, y se hicieron varias obras para disponer de oficinas que habían de dedicarse a varios trabajos nuevos. La M. Marina se movía con dificultad para visitar las obras, aunque no daba mayor importancia a sus dolores. Pero en septiembre de 1998 se conoció la causa de aquella extraña cojera:
(CE 23) «Metástasis ósea. Es en este momento cuando hace uno de los actos más heroicos de su vida: para evitar sufrimiento a los suyos, sobre todo a su madre, decide ocultárselo y prescindir de la cercanía y el apoyo familiar. Al ser Priora, asumía plenamente la responsabilidad y se ponía en manos de Dios, sabiendo que Él nunca falla. Nos pidió a todas guardar el secreto, sin poder decirlo a nadie».
Como ella seguía incansable con sus atenciones a las monjas y sus trabajos, nadie sospechaba que estuviera tan mal de salud; en parte, ni las mismas monjas, fuera de la Supriora y Hermanas enfermeras.
El cuaderno que me envió la M. Marina con un resumen de su vida termina poco después de ser elegida Priora, que es justamente cuando inició conmigo la dirección espiritual. En sus últimas páginas escribe:
(M 43) «A las monjas las quiero muchísimo. Son de lo más majas, como dirían en Navarra. Es una comunidad muy completa en todo, en valores, en calidad y en problemas. Tienen todas muy buena voluntad, y en este momento están en muy buena disposición».
Confiesa también su temperamento personal algo rígido y perfeccionista, que puede dificultarle el ejercicio maternal de su priorato. Pero para algunas cuestiones, es una buena cualidad. Por ejemplo,
(M 49) «el teléfono lo he cortado de plano. Me encomendé mucho a Dios y lo llevaba pensando meses; pero estar de telefonista no es la misión de la Priora. El contestador coge todos los recados, y no se sale de ningún acto de comunidad [para atender al teléfono] (no siendo un caso urgente que se espere)».
En cuestión de visitas y uso del teléfono siguió la Madre normas muy severas, que ella era la primera en cumplir.
(CE 23) «A propósito de las visitas de los suyos, su olvido propio y su caridad hacia todas nosotras era tal que, si llamaba alguna familia para venir y precisamente ese día sabía que tenía a alguien de su familia, los avisaba para que suspendieran el viaje, sin comentar nada en Comunidad. Según nos hemos enterado luego, esto era bastante frecuente. En cuanto al uso del teléfono, nos decía que si nosotras no podíamos hablar con los familiares, ella tampoco, y pedía esta caridad a la M. Supriora, llegando incluso a no coger el teléfono si estaba ella sola en el archivo. Se exigía a sí misma más que a las demás».
Priorato y cruz
Los comienzos de su priorato se le hicieron un tanto difíciles. Desde luego, el oficio de Priora requiere caridad y prudencia, fortaleza y ¡paciencia! en grados que solo Dios puede darlos.
En lo que sigue, iré citando párrafos de las cartas de dirección que me escribió a partir de 1997. Al comienzo me las mandaba por correo, y desde 1999 las enviaba normalmente por fax.
(M 3-I-98) «He pasado unos días malísimos, pues según el aire que una se levante, unido al aire o humos con que se levantan las restantes 18, hay días que a las 8 de la mañana ya se han presentado problemas abundantes... Y a todas hay que atenderlas con la misma suavidad y paciencia. Da la sensación de que una es una Roca en la que se van estrellando las olas una tras otra o todas a la vez, y el día que la Roca verdadera no te sostiene, se queda el alma con la debilidad que te caracteriza y se pasa mal.
«Lo cierto es que pasé unos días que no podía más, y me quejé mucho a la M. Supriora [la M. María Josefa del Sagrado Corazón, la anterior Priora]. Con ella puedo hablar de todo, pero hay modos de exponer las cosas, y el Señor me lo reprendió interiormente, pues al quejarse se puede faltar a la caridad con las ausentes, y también todo ello sirve para mi vencimiento y ya llegará el tiempo, de poco a poco ir corrigiendo excesos, parando los pies y lo que Dios dé a entender...
«Estos días también tengo agobio con la enfermedad; no es agobio psicológico del que hablo, es moral. Cuando... me enfrento con la metástasis que tengo y que no saben las monjas, con la tarea que hay en la comunidad y la carga que puede suponer mi enfermedad y muerte, por dentro me entra un temblor que solo armándome de toda la confianza y abandono [en el Señor] me sosiego...
«Nosotras pedimos licencia para todo, hasta para abrir o cerrar la ventana de la propia celda. Esto se hace una vez al mes, pero hay muchas licencias que se piden [a la Priora] a diario y te hace sentirte muy pobre, convirtiendo todas las obras en obras de obediencia...
«Tener no se tiene ni un minuto, si de veras te das, pero después de los malos días que pasé, me curó el Señor de espanto un día de tantas cosas, que me cambió el corazón, poniéndome en él lo siguiente: me dió a entender quería que le solucionase todo lo que él iba poniéndome delante no con mis fuerzas, sino con su gracia, y aun en la mayor actividad unas veces es un recogimiento sobrecogedor; estoy completamente recogida en Dios y llena de su amor, y él me va poniendo en el alma todo lo que tengo que decir o hacer. Otras veces me deja en mi pobreza, pero aun sin sentimiento, es lo mismo: estoy en sus manos y en su amor, y desde ahí vivo y obro.
«Soy tan feliz, tan feliz, y más si sufro por y para Jesús».
(M 16-I-98) «La comunidad está, me parece, que mejor. Me quieren mucho y me da miedo. Pido al Señor no se detengan en mi persona... Hace falta una Madre, pero no un apego».
Penitencias
La M. Marina, al final del cuaderno de su vida, me escribió una enumeración muy detallada de sus defectos y pecados, y también una referencia de sus penitencias habituales. Y en la misma carta que acabo de citar, para obtener aprobación mía, detalla un plan de penitencias «para después de Navidad hasta Cuaresma»:
(M 16-I-98) «Disciplina todos los días de la corriente.
«Más otra disciplina el viernes de alambre.
«Lunes, martes y jueves, 1 cilicio hasta medio día.
«Miércoles, cinturón hasta la tarde.
«Viernes y sábado, cinturón medio día, cadenilla de brazo todo el día, coronita medio día.
«Dejar el agua a medio día el viernes y sábado.
«Dormir sobre la tabla el jueves».
Y añade otro «plan para Cuaresma», más severo, por supuesto. Pero estas penitencias físicas eran para ella menos penosas que ejercitar su oficio de Priora estando tan mal de salud.
Mala salud y problemas de conciencia
Sufre la M. Marina como Priora los problemas normales que a cualquier religiosa enferma, que quiere ser observante y en todo fiel al Señor, le ocasionan sus limitaciones. Ésa es precisamente una de las razones que le llevan a apoyarse en la dirección espiritual:
(M 28-II-98) «Estoy pasándolo muy mal, pues físicamente no estoy bien... Me ha afectado espiritualmente, porque una de las cosas que me pasan es que al quedarme completamente quieta, como por ejemplo en la oración, se me quedan los pies y manos sin notarlos, y se me va la cabeza».
«Deme duro en la cresta, pues si me conociera, vería cuánto lo necesito y puedo con este orgullo hacer sufrir [a las Hermanas]».
(M 12-III-98) «Según en otras ocasiones me han dicho, el cáncer de huesos se para, pero no se cura... Que el Señor haga de mí en mí lo que mejor sea para su gloria...
«Lo que más me impresiona es que sólo el amor enciende para obrar, mientras que el temor o el saber la muerte más próxima no me hace nada, no me da ni fuerzas ni vencimiento. Solo en el amor del Corazón de Cristo lo encuentro todo. Me lleva ahora el Señor por la sequedad y la fe. La oración sigue siendo durilla, pues al recogerme, aunque menos, se me va la cabeza».
La Priora ha de ser la Madre
(M 28-III-98) «Estoy contenta y con paz... Confío en que Él me sostendrá. Hasta ahora no tengo dolor, pero es un tesoro para mí el estar enferma, pues doma mi cuerpo y alma, como sólo lo puede hacer Dios. Por otro lado, da vergüenza pensar tanto en uno mismo.
«Tengo la sensación de que viviré lo suficiente para acabar los planes que el Señor tenga conmigo, pero que al mismo tiempo, puesto que me ha dado mucho, también me pone muchas dificultades para que resplandezca su gloria y no mi fuerza, sino su poder haga la obra...
«Hay muchas cosas [malas de la comunidad] que son culpa mía, por no hacer las cosas con la humildad debida, y tengo mucho que aprender. He visto al estar con algunas monjas que soy poco maternal con ellas... Por austeridad de mi modo de ser o por vergüenza, no les pregunto o animo, o tengo un detalle de supererogación. Y lo necesitan. En esto tengo que cambiar y esforzarme... Si Dios lo quiere lo haré con su gracia y pidiéndole a la Virgen que ella me enseñe el justo medio».
(M 5-V-98) «Cada vez me siento más unida a las monjas y al mismo tiempo más lejos de ellas... Es don de Dios que le pido a Él y a Ud., que me enseñe a ser madre, y pida al Señor me lo conceda. Las quiero mucho, pero de eso a ser verdaderamente Madre de todas hay un abismo. Antes no tenía luz en esto.
«Atenderlas, estar pendiente de lo que hacen, de sus cosas, viviéndolas con ellas en todo y todas, si no se tiene el corazón con un olvido absoluto de sí y con la gracia de Dios que te asiste, no se puede dar. Cuando el Señor me lo da a entender es porque deseará darme su gracia. ¿No le parece? Al menos, así se lo pido».
Desorden inevitable
Marina de Cristo, con tan mala salud, con las fuerzas tan disminuídas, ve que si se entrega a atender a sus monjas, no le quedan fuerzas para otras observancias que ella quiere fomentar en ellas.
(M 19-V-98) «Hay momentos de agobio en que me brotan las lágrimas (siempre a solas) y que me siento sin fuerzas...
«Me preocupa el desorden de vida espiritual, que es supino, y se lo digo no por agobio, sino porque si usted me tranquiliza y me dice adelante, para mí es una paz total y no dudo más».
La falta de orden en su vida, las ocasionales ausencias al rezo coral, y las impaciencias con sus monjas fueron hasta su muerte una de sus cruces más pesadas. Pero estas cruces le pesaban tanto porque, aún estando habitualmente en situaciones pésimas de salud –sobre todo en los días posteriores a los ciclos de quimioterapia–, hasta muy poco tiempo antes de morir, seguía atendiendo, en cuanto podía, a las monjas, a las visitas, a la dirección de los trabajos de la comunidad, a la correspondencia epistolar, así como a las numerosas obras de construcción en la iglesia y la casa que se realizaron en sus prioratos.
Si ella, por el contrario, en muchas ocasiones, hubiera colocado en su puerta un letrero: ENFERMA - NO LLAMAR –cosa perfectamente normal en sus circunstancias–, habría evitado muchos momentos de irritación mal dominada, y consecuentemente se hubiera librado de muchas de sus penas de conciencia. Pero el Señor no le llevó por ahí.
El Oratorio en la cama
A causa de su enfermedad, muchas veces debía guardar cama y no podía asistir al rezo.
(M 3-VII-98) «Aquí me parece si alguna vez Él quiere algo, lo pone muy en el alma. Hay veces que soy yo la que lo necesito, por angustia o sufrimiento o soledad o problemas o todo junto, y estoy un ratito con el Señor pidiéndole luz, fuerza, amor, paz, no sé, derramando el alma en su Corazón, que es donde únicamente se puede hacer. Cuanto estoy más cansada y más necesitada, como el Señor me lleva como a pobre que soy, es Él quien se amolda a mi miseria y en la celda, en la cama, me invade con su presencia. Me suelo recoger en la postura más digna que encuentro y así me quedo...
«También pasa que hay días que no tengo ratos para estar con Él y como es así su misericordia, se queda conmigo cuando puede, pero ¡cuánto me ayuda y acompaña!
«Al explicar estas cosas, parece que es más de lo que es. Es solo una presencia de Dios amorosa que te llena de amor e invita a más amor de entrega o de silencio amoroso, sin apenas palabras y sí mucho agradecimiento».
Dones grandes de Dios
(M 15-VII-98) «Estoy impresionada, pues veo que hay unas disposiciones habituales en mí, como don de Dios desde siempre, que no son corrientes en las demás, y yo nunca le he agradecido bastante al Señor habérmelas dado, y supongo deberé trabajar con ellas más, pues son don suyo. (Creía yo que esto le pasaba a todo el mundo).
«Me refiero a un deseo de total inmolación muy verdadero, que se hace vivo en los momentos de humillación o de cruz, en los que Dios me hace desear de corazón y amar ese estado, y me quito la razón y puedo olvidar o callar o perdonar totalmente, sin que se me quede herida, aunque sea que te den una puñalada por la espalda, y me hace pedirle y ofrecerme a ello y a su amor y a su voluntad. Buscando su gloria solo, sin existir mi persona, aunque la machaquen».
Cualquier persona que haya de atender espiritualmente a otras personas, esté donde esté –parroquia, noviciado, seminario, monasterio–, necesariamente ha de encontrar en ellas un sinfín de miserias y deficiencias, pues éstas, grandes o pequeñas, no faltan en ninguna parte. Sin embargo, al menos hasta cierto punto, esta experiencia fue para la M. Marina como Priora una sorpresa, pues a veces descubría males que el Señor había quitado de ella casi desde niña.
(M 1-VIII-98) «Al tratar más ahora con las almas, veo lo que [a algunas] les cuesta perdonar, olvidar, tener caridad con quien te ha ofendido...
«A mí no me pasa eso y no es por virtud mía, sino por carácter o don de Dios, y pienso debería darme a Dios mucho más que los demás, pues si a mí me lo hace Él tan fácil y se me muestra Dios mismo con tanto amor en cada cosa ¿qué debería vivir?
«Quizá sea que tengo un desconocimiento absoluto de mí misma... Estoy deseando venga [Ud.] y le digan las monjas mis caídas y defectos y me conozca mejor.
«La cosa es que cuando alguien me hace daño me da Dios a entender tan claro que es permisión Divina que puedo, y lo hago, el volcarme con esa persona, viendo en ella a Dios mismo con mucha paz, y no me cuesta pues es obra de Dios.
«En una oración después de comulgar, me pareció entender “Estás Poseída”, cosa que entonces no entendí. Ahora, cuando el Señor me cubre con su amor, es un recogimiento muy fuerte, pero si bien envuelto en paz y amor, no hay nada particular, pero se nota está Dios en ese vacío que forma en el alma, obrando en ella. ¿Cómo? No se sabe, pero ciertamente está Dios en el interior y obra como Dueño y Señor. Cada vez el vacío de todo es mayor –me refiero al vacío propio; es como si Dios lo poseyera todo–, menos lo que la falta de humildad le quita.
«También es como si el Señor me llenase en la medida en que otras venían a beber lo que Dios ponía, y el alma estuviese sólo atenta a lo que Dios quiere en cada instante. Esto último me pasa mucho sobre todo en el actuar y hablar. No hago nada mientras interiormente no se me impulsa.
«La presencia de Dios se me hace, me la hace el Señor, muy viva, sin verle ni nada, en fe, pero una fe que el amor hace realidad. En Él vivo y me apoyo y todo todo me lo hace el Señor.
«Me debería dar vergüenza decir esto, y no es así. Si dijera lo contrario sería darme importancia. Es según Dios me da a entender todo obra suya. Por eso decirlo sirva para su gloria.
«Soy muy muy feliz. La entrega la vivo solo desde este amor... Me entrego totalmente al amor que me ama y se me da, y por otro lado la entrega quiere ser absoluta. Si me buscase a mí misma, se interrumpe de inmediato. Sólo cuanto tengo alguna salida de amor propio se corta, y más si tardo en pedir perdón...
«Cuando Ud. me pregunta cosas o yo se las digo, noto que al contarlas, no solo no se interrumpe la unión con el Señor, sino que suele el Señor darme al escribirle el modo de vida interior que quiere que refleje.
«Si lo contase a otra persona por gusto, desaparecería todo y me quedaría con el amor propio o vacía por completo».
Abandono santo
La salud de la M. Marina sigue muy mal: infección de riñón, dolores fuertes en los huesos, efectos secundarios muy penosos de las medicinas, etc. Y a todo eso se añaden sus continuos trabajos con las monjas, la comunidad, las visitas, las numerosas obras en el convento...
(M 5-IX-98) «Las noches son lo peor, pues no puedo dormir nada, ni apenas amar, y menos sentir que me uno a Él en el dolor sin más».
Le había indicado yo en una carta que no se hiciera en su conciencia como una obligación el escribir al director espiritual con una cierta periodicidad, teniendo ella tantos trabajos y tan poca fuerza. Y que no aplicara mis indicaciones, sobre todo cuando estaba peor, al pie de la letra. Ella contesta en la que acabo de citar:
«Procuraré escribir cuando buenamente pueda, y no leeré las cartas [suyas] inmediatamente, para mortificarme, que es la costumbre que hay en el convento, y yo no hacía.
«No me pasa lo que me indica Ud. como posible, de sacar las cosas de quicio y darle a sus palabras sentidos de oráculos. Creo yo. Más bien es ver cómo el Señor habla a través de ellas y me va guiando...
«A mí se me representa que ese abandono y ese no buscar ni querer otra cosa que la voluntad de Dios son muy semejantes, pues por el abandono te quita Dios el apego a la propia voluntad y te hace amar solo la de Dios. Y se me pone delante cómo esas almas que de repente, sin saber cómo, se encuentran con esa gracia del abandono y de no tener otra voluntad que la divina son verdaderamente las que alcanzan la unión con Dios. Y que el matrimonio debe ser algo así como tener esa unión de voluntad en amor o en dolor, en quietud profunda y en verdadera humildad, que es total verdad.
«Es fuego que abrasa el alma, pero que la sencillez del abandono le quita importancia a los ojos del alma y hace de todo algo sencillo y natural, porque Dios se acerca mucho al alma sencilla, confiada y pequeña...
«Esto es lo único que me llena, y a pesar de estar todo el día disponiendo y mandando o indicando, me da todo igual. Solo desearía saber siempre con seguridad la voluntad de Dios, pues hay algo muy fuerte que me atrae hacia ella. Tengo que en cierto sentido poner ilusión para vivir. Puede parecer todo lo contrario, pues llevamos hacia adelante un mundo de cosas, pero solo se hace porque crees que es la voluntad de Dios. Lo demás me da todo igual con una apatía terrible. No es por estar ahora mejor o peor [de salud], es una situación permanente hace tiempo, es como una vejez prematura y cansancio de todo fuera de la voluntad de Dios.
«Se mira el futuro, la vida, las circunstancias como adivinando los planes de Dios e intuyendo o pidiendo luz de lo que Él quiere de uno.
«Todo esto cada vez con más sencillez y verdad».
Cuidarse
No es problema chico para una Priora, que en la comunidad quisiera ir siempre delante en la observancia, estar gravemente enferma y tener que cuidarse. Esto implica tantas veces faltar al coro, acostarse antes o levantarse más tarde, ciertos alivios en la comida o en lo que sea. Y con todo esto, otra pena añadida:
(M 27?-IX-98) «Hay veces que cuidarse supone agobiar y preocupar a las monjas, y en este último caso, cuando no es imprescindible, no me cuido.
«Desde luego seguiré su consejo de obedecer a la M. Supriora [en todo lo referente a su salud]. Cuente con ello, pero soy yo muchas veces quien le sugiere el alivio que necesito y quien, sin que me lo pregunte, le digo estoy mala. Puede estar tranquilo.
«Santa no soy, pero sí sé que Dios me quiere hacer santa, y si le abro [a Ud.] el último repliegue de mi alma, no veo en mi voluntad cosas de fundamento que me separen de la voluntad del Señor.
«Me preocupa no poder relajarme del todo espiritualmente por falta de sosiego y tiempo de descanso, y me puedo solo abandonar, callar, mirarle con amor y seguir. Hay momentos de mucho agobio, ganas de llorar, bajarme del tren y desaparecer; pero solo me refugio en el silencio de que será Jesús quien haga su obra.
«Es muy difícil la situación que tengo y hay en la comunidad. Hace falta mucha oración, sosiego y unión con Dios, y esto es justo lo que yo no puedo traer ahora, y por más que se intente el estar sobrepasada se nota y estoy impaciente y con poca mansedumbre. Me da devoción caer y verme tan pobre. Siento hacer daño, no que me vean miserable (algunas veces también la vanidad mete baza, ya lo sabe usted de otras cartas)».
Empeora la salud y mejora el abandono
(M 17-X-98) «Volví ayer del médico y quería decirle que el Señor en su misericordia me regala la cruz de la metástasis. No me gusta llamarle cruz, pues es su voluntad adorable y me abandono en sus manos y en su corazón totalmente.
«Vi reflejada en la pantalla la imagen del esqueleto y pude distinguir perfectamente los puntos dañados, que coinciden con los dolores. Ha habido una extensión rápida de la enfermedad. Tengo cogida parte de la columna, los hombros, costillas y caderas. Son de Dios y Él sabrá lo que más conviene.
«El corazón se encoge en algún momento ante lo que se pueda presentar. Dura el tiempo de alzar los ojos al amor de Dios y saberme amada por Él. No siento una preparación para la muerte, creo más bien será un tratamiento duro y seguir luchando para Su gloria.
«Que la gracia de Dios triunfe en mí y sea todo para gloria de Dios...
«Que la Sma. Virgen me enseñe ese total abandono en el Corazón de su Hijo y me enseñe a hacerme pequeñita para saber y vivir que no puedo nada y que “todo lo puedo en Aquel que me conforta”.
«“Vuestra soy... Qué mandáis hacer de mí?”» (alude la poesía de Sta. Teresa).
Convendrá que lo recuerde yo aquí de vez en cuando: 73 kilómetros desde San Calixto a Córdoba, 71 ciclos de quimioterapia, 44 de radioterapia, a lo largo de doce años... Durante este largo tiempo, la M. Marina sufre pacientemente innumerables y muy penosos viajes y tratamientos. Además, siempre que le es posible, acompaña ella a las religiosas enfermas de la comunidad que han de ir a Córdoba para visitas clínicas, tratamientos o intervenciones. No delega ese servicio de caridad sino cuando es necesario.
(M 30-X-98) «Creo que el cansancio –agotador– que produce la quimio influye mucho en el espíritu, que se limita a abandonarse. El desamparo del otro día no lo tengo ya, pero le aseguro que no hay nada que me pueda consolar tanto como pensar que el Señor obre en mi vida y con mi vida con toda libertad, poniéndola en la cruz o en el desamparo total. Él estará siempre sosteniéndome».
(M 6-XI-98) «Paso muchas horas en la cama y aunque duermo, son muchas las que paso con el Señor, y en ellas, sobre todo al acostarme, era y es como un inflamarse un fuego muy fuerte y muy sereno de amor, de unión profunda con Él, con su voluntad, que permanezco ofrecida totalmente.
«... era ese inflamar Dios la unión, como una fortaleza para lo que vendrá después.
«Permanezco habitualmente en una disposición muy sencilla, pero totalmente ofrecida y dispuesta a lo que Dios quiera. No me gusta llamarlo sacrificio, ni cruz, pues pienso si un marido le dijere a su mujer que le preparase algo agradable para ambos, y ella fuese diciendo “voy a hacer la comida, que es la cruz del matrimonio”, esto no sería agradable ni a su marido ni a ella.
«Si Jesús me regala algo de dolor como don y estoy viendo el bien inmenso que reporta a mi alma, quisiera recibirlo como el don que es, con la alegría de quien con su gracia desea comprender su lenguaje, lo ama, lo agradece y no piensa más que en su voluntad...
«Usted me dice que vea al Señor como un esposo velando a su esposa respecto de mi alma, y así es. Me cuida, mima y no deja sola un instante, pero también sabe Jesús que estoy dispuesta a ir con Él hasta el límite que Él desee. Sé que no sé nada, pero que Él sabe todo.
«Extiendo los brazos del cuerpo y los del alma sobre su Corazón y que obre en mí a su voluntad. No le pido otra cosa, pero no temo nada.
«La infección sigue muy fuerte y tendré que ir a algunas pruebas. Lo que sea, da igual, es como si no fuera conmigo, pues se trata de darle gusto a Él y no hay más.
«Soy felicísima. Me gustaría que las monjas vieran las cosas así...
«Releo [esta carta] y quiero aclarar que al decir que el Señor sabe que con Él deseo llegar hasta donde Él quiera de mí, no me refiero a con Él y su consuelo. Solo deseo que pueda utilizar mi alma y mi cuerpo a su voluntad en todos los campos. No quisiera temer nunca ser amada, ¿y qué otra cosa puede ser el mayor desamparo que amor?».
(M 1-XII-98) «No sé si el Señor me querrá conceder la cruz a la que Ud. me invita a estar dispuesta y preparada, pero sí deseo todo lo que más me una a Él y a su voluntad, y la cruz desoladora también. Nunca la he tenido, no he sufrido nada, pues Jesús siempre me ha hecho dulce todo dolor. Él tendrá que cambiar su sistema con mi alma hasta ahora, para concederme la desolación, el frío helador y la oscuridad completa, y Él me mirará como quien mira a un niño que desea ser de repente grande. Quiera el Corazón de Cristo unirme a Él de ese modo si es su voluntad, que sería un don inmenso».
(M 21-II-99) «Me siento poseída por Él y muy débil, pero obro como fuerte. Cuánto debe Él desear en mí la humildad, si así me la hace a mí, que soy tan soberbia, desearla. Hago pocos actos de humildad y digo cosas que he hecho bien, sin ser necesario».
Mortificación
Le envié a la M. Marina un cuaderno, Sufrir amando, que había compuesto yo recogiendo en antología textos de María Valtorta sobre el sufrimiento –no pudo ser publicado después por falta de autorización–. Se leyó aquel texto en el refectorio, y a ella, según me dice, le hizo mucho bien:
(M 13-III-99) «Tengo un gozo y una felicidad enormes... Presentía que el Señor quería meterme en algún crisol de sufrimiento y quizá así haya sido. Me da como vergüenza llamar cruz a su voluntad, pero es cierto que me ha estrujado un poquito...
«Ha sido una temporada tan llena de cosas, tan falta de salud y tan necesitada de vida espiritual la comunidad, que no podía dar, viéndome incapaz, que solo podía encomendarme a Dios, pero con gran sufrimiento. Le explicaré lo que hacía: me abandonaba, haciendo acopio de todo el abandono y la confianza que el Señor permitía tuviese en cada momento y esperaba que su gracia llegase, sumida en la mayor pobreza y debilidad, pero confiada solo en Él. Momentos de angustia muchos, pero se esfumaban en esta debilidad confiada. No podía más».
El último ciclo de quimioterapia que había recibido le había dejado medio muerta. En situaciones extremas, como éstas, cualquier detalle adverso, aunque solo fuera en la condición de una cierta comida, podía producirle una angustia extrema. Y no sabía ella discernir a veces que sería más del agrado de Dios, quejarse y pedir otra cosa, o callar y sufrir.
«Una de las cosas que más duda he tenido es hasta dónde llegar con la mortificación, pues ha sido muy grande. Le pido me diga lo que le parezca, pero no para paliar, sino para darle al Señor lo más. Solo temo pasarme por falta de santa simplicidad o discreción. Es muy difícil [discernir] en causa propia».
Me expone entonces un caso concreto, que a veces le hace sufrir no poco sin que lo adviertan las monjas.
«¿Está mal callar y sonreir o es mejor sufrir todo lo que el Señor me dé mientras pueda hacerlo en silencio sin que se note? Pienso si se dan cuenta es mejor decirlo con sencillez. Pero si se puede sufrir, es mejor callar y amar. Ud. me dirá. No sé cuántas ocasiones me quedarán de poder sufrir, pero qué pena es perder ninguna, aun cuando quedaran muchas y más si pueden no ser tantas»...
Junto a todo esto, las necesidades de las hermanas, sus problemas personales, los trabajos y asuntos de la comunidad, son sobre la M. Marina, a causa de su agotamiento crónico, un peso abrumador continuo.
«Hay tanto que hacer que Dios sabrá, pues es como quien está nadando y al salir a respirar le hunden muy profundo, para volver a hundirlo a la siguiente respiración. Pero con alegría y gozo inmensos, aunque... apenas estoy con Jesús, si no es con la voluntad de agradarle, ya que no tengo un minuto para descansar en Él. La sensación de que no existo y solo busco su voluntad, aunque muchas veces me confunda. Rezo muy poco y mal, y Dios solo sabe cuantas cosas estaré haciendo mal. La gripe ha sido ya la puntilla, pero como la falta de salud viene de Dios, da consuelo».
Es el Señor el que lo arregla todo
(M 28-III-99) «Estos días pasados, los que estuve mal y baja de leucocitos, los he pasado mal, con una angustia terrible. Había problemas internos debidos a la gripe, ...a malos entendidos y cosas que pasan en los conventos. Había que actuar y no tenía luz. Como esos días no suelo dormir por la enfermedad, los paso pidiendo luz al Señor y a Nª M. Maravillas...
«Las cosas están mejor ahora, pero es el Señor quien lo arregla a través de mucha oración, súplica y sufrimiento, cruz, abandono, en la impotencia más completa.
«Ahora en la oración estoy distinta. Llego al coro o estoy sola y es un recogerme el alma y cerrar los ojos, al tiempo que me siento traspasada por una luz, permaneciendo así en ese recogimiento. Dios obra, no lo siento de modo particular. Solo sé que su luz me traspasa y no hay en mí más que vacío y esa luz. Esto me ha pasado otras veces... Me siento vacía de todo y poseída por Él. Le pido que me invada, posea, ilumine, no ser obstáculo a su gracia y que Él pueda obrar a través mía, como un instrumento suyo.
«Cuando Ud. me escribe y dice estoy gravemente enferma, o lo veo en los informes médicos, recapacito y comprendo es metástasis en fase IV; que estoy invadida [por el cáncer] y estamos luchando con una muerte próxima o un milagro. Sin embargo, yo me siento bien, salvo los días malos. No pienso estoy grave, hago la vida normal, salvo más descanso, y digo que no me voy a morir (esto en la intimidad) a algunas monjas. Soy consciente de lo que tengo, pero estoy convencida de que me voy a poner bien. ¿Hago mal en decirlo o pensarlo?...
«Tampoco estoy convencida de que viviré, estoy abandonada a lo que Dios quiera...
«Le encomiendo mucho y todo su apostolado, aunque aquí la más pecadora soy yo, ¡y cuántos pecados tengo a mi nombre! Pero son mi tesoro, pues están perdonados y por ellos ha muerto por amor Cristo».
«He sido felicísima»...
(M 28-III-99) «Mi madre sigue sin saber nada, gracias a Dios. Pero en la última neutropenia que tuve [grave disminución de leucocitos], me dio por pensar que le diga [Ud.] a ella que he sido felicísima y todo lo que a Ud. le parezca, así como a mis monjas».
Pocos días antes de morir, a través del teléfono móvil, desde la clínica, me recordó la M. Marina el mensaje que debía transmitir a su madre y a la comunidad: he sido felicísima. En San Calixto, el día de su funeral, antes de la Misa, en un rincón de la iglesia, le transmití a su madre aquellas palabras.
La manera como la M. Marina llevaba su cruz era realmente sorprendente, como si no fuera nada. Por eso yo, en una de mis cartas, le dije que fuera consciente de que su cruz era muy grande, pues a veces parecía no advertirlo. Y ella contestó:
(M 20-IV-99) «Debe serlo, Ud. lo dice y todo lo presupone; pero Su gracia me la hace muy llevadera. Cuando me ahoga, no tengo más que abandonarme, esperar que pase y adorar su amor en todo. Nunca me falta Él en oscuridad o luz, en dolor o presencia.
«Algunas veces me dice alguna monja que tengo una capacidad enorme [de sufrir] o cosas así, y pienso la única fortaleza la encuentro en el abandono total y confiado, entregándole [al Señor] mi incapacidad, pidiéndole luz en la intimidad más profunda, y esperándolo todo de su amor, en el que confío y lo espero todo. Si Ud. supiera lo débil que me veo y siento tantas veces... En esos momentos es cuando más necesito entregarme a la oración más a solas o bien rodeada de actividad. También es verdad que Jesús se las arregla para dedicar muchas horas por las noches al trato íntimo con Él».
También le señalaba yo que fuera bien consciente de que la gracia obraba en ella con enorme fuerza.
«Esto sí que es ciertísimo. Tendría que estar totalmente aplastada por las cosas, si no me sostuviera su gracia inmensa y amo-rosísima.
«Ud. me indica que Él me oculta, para mantenerme en humildad, muchas gracias. Le agradezco que me lo diga, para tener más cuidado y ser más agradecida. No se me oculta la obra de Dios en el alma y la transformación que está obrando esa cruz maravillosa y purificadora, que tanto le agradezco y a la que estoy cogiendo un amor tan fuerte que no se puede imaginar. Pero sigo creyendo que Él desea valerse de mí para una obra en que necesita el Señor haber tomado total posesión [de mí] para obrar en el alma, en total vacío propio y total invasión de la Sma. Trinidad, como dueña de todo mi ser. Y que esta enfermedad no es sino un medio bendito de Dios para conseguirlo, ya que yo soy muy dura de doblegar y hay que utilizar conmigo medios más serios que con otras almas».
Le insistía yo siempre, evidentemente, en que cada día su amor al Señor tenía que acrecentarse más y más...
«Esto sí que me gusta, con ardimiento, con prisa, este fuego sí me quema el alma, es muy fuerte, pero muy sereno. La verdad es que no veo nada que si el amor de Dios me lo pida pueda negárselo, o mejor dicho, la naturaleza no apetece nada contrario al amor o voluntad de Dios. No me atrae más que su voluntad, pero es que ni me cuesta lo más costoso, si el Señor me muestra que lo desea.
«No creo se pueda decir que tengo mérito, pues es todo obra de Dios y Él lo hace todo, hasta regalar ese mérito a la Iglesia y del que el alma goza el don de verse cada vez más libre de tantas trabas».
Decir o callar su enfermedad
Su madre le había visitado recientemente, y ella había hecho todo lo posible –hasta ponerse gafas oscuras– para ocultar su enfermedad...
(M 20-IV-99) «...pero ella se fue muy preocupada y yo me quedé con el corazón machacado. Si Dios lo quiere, se la ofrezco y hasta que Él quiera todo, todo. No quisiera dejar de beber ni una gota de su cáliz. Solo se lo cuento como fue. El Señor, como verdadero Señor y esposo, se me hizo más presente al ella marcharse, y me ayudó mucho. Tuve un primer impulso de preguntarle: ¿hasta cuándo? ¿hasta dónde?... Pero no, no quiero saber nada, sino aquello que Él quiera mostrarme; permanecer en silencio a sus pies, hasta que Dios muestre el camino. Lo de mi madre me cuesta como nada... El Señor la ama más que yo, y Él sabrá que es mejor para nuestras almas».
De modo semejante, siempre le atormentaba a la M. Marina decir o callar a sus queridas monjas la gravedad de su enfermedad. Yo le aconsejaba, como podía, que diera respuestas evasivas por elevación, en fe y amor, en entrega y abandono.
(M 9-V-99) «Procuraré hacer como me dice. Tiene gracia, pues ahora, cuando alguna monja me pregunta así confidencialmente y le contesto, por ejemplo: “Estamos en manos de Dios, fíjese que alegría: lo que Él quiera”, se me quedan preocu-padísimas, pensando ya no creo me curaré, y tengo que decir que sí, pero que prefiero solo confiar o algo así. Pero qué bonito es lo que Ud. me dice, de irradiar solo pensamientos divinos, luz de fe y amor».
«Lo que me han entrado son unas ganas enormes de vivir como si fueran los últimos momentos, no con angustia y creyendo que ya, sino como quien de verdad desea con toda el alma dejarse hacer, amar, entregarse, pues el horizonte puede ser más breve y no haber tantas ocasiones de crecer en el amor».
(M 3-VI-99) «...el esfuerzo que he hecho en el mucho trabajo últimamemente me ha llevado a muchas faltas de virtud, de dominio, de serenidad, gravedad, falta de dulzura... Es más fácil imponerse con autoritarismo que con suavidad y dulzura, y eso he hecho con muchas impaciencias. Me daba cuenta de ello, pero no tenía recursos para dominarme. También al tener muy baja la tensión he tomado más Nescafé, y me excitaba más de lo debido. Ha sido una fuente de luz y de humillación. Me veía insoportable y seguía cayendo sin poder dominarme».
Esposa crucificada
(M 3-VI-99) «Estar enamorada. La verdad es que sí [le había escrito yo sobre su vocación a ser esposa enamorada]. Es un fuego que me consume. Quisiera amarle con locura, sobre todo, como cuando Ud. dice, que el amor de Dios es el que inflama el alma y Él ama primero y mucho más.
«No deseo me quite la cruz, que entre otras cosas unas veces me parece hay algo de Cruz, y otras no la veo, pues Él me la tapa con amor y hace todo suave, aunque algunas veces me quejo de cosas y de monjas, en vez de sonreir a eso precisamente.
«Lo de ser Esposa quisiera fuera de verdad, y no un decir. Aun no es de verdad, pero se lo pido con todo el corazón. Amo su Cruz, su Voluntad, creo en verdad; pero hay mucho en mi modo que purificar, sobre todo en el hablar con poca humildad. Me da mucha pena por lo que le quito a Dios de gloria, y a las monjas les da mal ejemplo, pero le agradezco la humillación que supone para mí...
«Me dice Ud. que “el Señor le mira como a Su esposa y que mis sufrimientos son suyos y los suyos míos”. Cómo quisiera que me grabara a fuego en el alma ese amor de Su gloria, de sus intereses, de vivir por encima de las tonterías diarias solo para Él, para amarle.
«Comprendo no soy digna de que Él me haga verdaderamente esposa suya. Pero si espero a ser digna, no lo seré nunca. Sin embargo, Él puede por amor, por su locura de amor, hacer su obra en una miserable, y así le pido la haga, y me dé un corazón semejante al suyo.
«Sobre todo le pido me una a Él como quiera, a través de las purificaciones... que sean, pero ser solo suya y totalmente suya.
«También le debe desagradar que algunas veces me quejo y desahogo, y no debería hacerlo. Pero benditas caídas, que me acercan a Jesús más humillada».
(M 6-VII-99) «Hay una fuerza en mi interior tremenda hacia lo que Dios quiera, que pone el Señor. Lo demás me repugna, no entra ni en el deseo. Solo puedo desear lo que Él quiera».
Amor, cruz y paz
En una de mis visitas a San Calixto, para darles conferencias y hablar con las monjas, pude hablar largamente con la M. Marina, y me pasó una carta.
(12-VII-99) «Dios se lo pague. No sé como decirle, estaba con un gozo tan especial, me duró mucho, y el viernes en la cena, era un sentir que Dios quería buscase solo la voluntad de Dios y me veía como sola y combatida por muchas dificultades, y como si el Señor, con una protección especial, me asegurase su amparo y que no sucumbiría. Al mismo tiempo tenía tanto gozo que no hacía más que recibir amor y la seguridad de que Él me defendería más. Era como si me viese en medio de una tempestad, sin que me rozase un gota de una ola siquiera. Solo buscar su voluntad. A todo esto, no tenía ningún problema, era solo sentirlo en el fondo del alma con un gozo inmenso».
«No sé cómo decirle. Era el Señor el que actuaba en cada instante y sobre todo [tenía yo] una alegría y una fuerza que no pueden venir más que de Él».
A veces su agotamiento es tan extremo, que no tiene fuerzas para cuidarse, y ni siquiera para dejarse cuidar por la enfermera.
(6-VIII-99) «Consecuencias de no darme las pomadas. Para la circulación debe ser malo, siempre que viviera bastantes años más. Si me muero, sería perder el tiempo. Y ahora, la consecuencia de dármelas, serían más cansancio».
Yo le decía que el Priorato, unido a tantos ciclos de quimioterapia, formaban dos cruces santísimas y extremadamente santificantes.
«¡Bendito sea Dios y que siempre sea para su gloria! Pienso, quizá esté equivocada, que esa obra la empezó Él hace años, desde pequeña, pues el amor que puso en mi alma y la presencia de Dios continua han creado un círculo de vivir por amor y para amar, del que no se puede salir, y Dios lo ha hecho todo. Yo solo he gozado del bien que me ha sido dado... o he pecado.
«Ahora necesito Cruz, la veo con alegría, es el tesoro que se me ofrece y en el que se encierra el amor de Dios.
«El Señor no me deja y me rodea con un amor que me sobrecoge y recoge tan dentro, tan sin notarse, y a la vez tan verdadero. No hay apenas palabras, pero sí mucho amor. Me lleva como en volandas».
La Virgen María
Muchas veces, en sus pruebas, yo la remitía a la dulcísima Virgen María, consolatrix aflictorum.
(M 29-VIII-99) «No sé cómo ha sido (serán sus oraciones), pero lo de la intercesión de la Virgen ha sido algo sobrenatural. Sí, le va a dar alegría y por eso le escribo sin acabar de esbozar aún en mi interior todas estas cosas. Lo cierto es que salté al regazo de la Madre a hacer la misma súplica...
«Ahora, bajo la consolación, es todo fácil, pero creí sentir en potencia ese Don –la humildad– que debía seguir pidiendo y confiando en María. Su presencia se ha hecho tan notable como la de Jesús. Está aquí conmigo y en varias ocasiones, sin verla, pero con una certeza y fuerzas solo comparables a la de Cristo, dentro y fuera del alma, cuando está a tu lado.