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Madre Marina de Cristo

La familia

Marina, hija de Íñigo Muñoz Muguiro y de Marina Ybarra Mendaro, nació el 7 de diciembre de 1955 y creció en un ambiente profundamente cristiano, tanto por la familia de su padre como por la de su madre.

(M 1) «Francisco Muguiro, mi bisabuelo, era un santo». Un día de labor que fue a misa con sus tres hijos mayores, «no dejó a su hijo [mayor] comulgar por lo distraído que había estado... Y se quedó con sus tres hijos para oir otra misa y que el mayor pudiera comulgar».

No es, pues, raro que una hija suya, fuera carmelita, primera novicia del Cerro de los Angeles, que otra ingresara en las religiosas de La Asunción, y que un sobrino y un nieto suyos fueran jesuitas en el Perú.

(M 6) «Malén Muguiro, mi abuela paterna, era una santa... Tenía el difícil arte de hablar de Dios y meter al Señor en las cosas más pequeñas. Como vivíamos casi siempre con los abuelos, de ella aprendí a tratar al Señor como lo más natural».

(M 6-7) «El abuelo Julio [Muñoz], su marido, era un hombre muy poco corriente. Llegó a ser Jefe de la Casa Civil en tiempos de Franco y tenía el don de piedad». Aunque estuviera en una cena importante, «a las 12 dejaba de tomar nada, para comulgar al día siguiente... No dejaba el Oficio parvo de la Virgen ningún día. Precisamente yo maté mi primer venado con él en el puesto [de caza], mientras él rezaba su Oficio. Casi siempre oía dos misas».

Tampoco es extraño que una hija de Don Julio, la Hermana Teresa-Piedad, fuera carmelita en San Calixto, y que entre sus nietos haya tenido dos carmelitas, la M. Marina y la M. Piedad, cuatro sacerdotes legionarios de Cristo y una consagrada en Regnum Christi.

Marina sentía un amor muy grande por su madre, Dña. Marina, y destacaba su rectitud y veracidad, su religiosidad y generosidad con todos, así como sus extraordinarias cualidades personales (M 5).

(M 4) «Cuando teníamos [ella y su hermano Íñigo] 3 y 4 años, comenzó a trabajar muy en serio en Ybarra y Cía. con los cruceros [empresa de sus familiares]. Llevaba ella el barco como directora de crucero... y la querían mucho».


Niñez de Marina, n. 1955

(CE 5-6) Marina «fue alumna del Colegio de Jesús-María, en Madrid, pues una hermana de su madre, la Madre Nazaret, era religiosa en esta Congregación.

«Una de sus maestras guarda de ella estos recuerdos: “Llegaba muy puntual, perfectamente arreglada en su vestir, con su trenza rubia tan hermosa; limpia y resplandeciente por dentro y por fuera; su mirada clara, sincera y espontánea; sus sentimientos y toda ella te ganaba. Nunca dio problemas y, si había alguna pelea de niñas, sufría y lloraba. Me parece que no le gustaba mucho estudiar”».

Marina tuvo a los 9 años un reúma infeccioso que le obligó a estar un año en reposo total, y otro a medias. De esa enfermedad le quedó una pequeña lesión crónica de corazón.

(M 8) «A los 10 años pasé la primera Navidad con mi madre y mi hermano. Fuimos con ella, con la doncella y la Srta. Inglesa que nos cuidaba a un crucero por Oriente medio. Gozamos una enormidad. Se me grabaron en la memoria los santos lugares de Tierra Santa, Egipto...»


Segundo matrimonio

En 1967, teniendo Marina 11 años, su madre volvió a casarse. Y del nuevo matrimonio nacieron dos hijas y un hijo, Paloma, Julia y José María. La mayor de los cinco, como sabemos, era Marina, que siempre quiso a sus hermanos mucho, con un amor casi maternal: «Somos cinco hermanos muy unidos» (M 9).

También con su segundo padre estuvo siempre muy unida. Una anécdota, valga como una muestra, lo indica. Cuando a la M. Marina le quedaban ya pocas horas de vida, estando en la Cruz Roja de Córdoba,

(CE-9) «se dirigió a su padre, que estaba junto a ella, diciéndole: “Papá, dame la bendición”, y así lo hizo. Y a continuación, él le pidió a ella: “Ahora, dámela tú a mí”... Y se la dió».


Adolescencia

Marina, durante su niñez y adolescencia, se veía muy feliz cuando con su hermano Íñigo se juntaba los fines de semana con sus primos, los diez hijos de sus queridos tíos Ignacio Oriol Urquijo y Malen Muñoz Muguiro.

Marina tenía muy especial amistad con la cuarta de sus primos, Piedad, que era un año mayor que ella. Eran tan inseparables, que les llamaban «las siamesas». Las dos, por otra parte, coincidían ya desde los 6 años en el secreto de una misma vocación: ser carmelitas.

(CE 6) «Allí había diez primos para jugar, la casa era grande, con un buen jardín y sus tíos los acogían y querían como a dos hijos más. Se alternaban juegos, peleas, risas, deporte, vida de familia, etc., en un ambiente sano y cristiano. N. Madre [Marina] era lanzada y valiente, llena de iniciativas que desarrollaba con mucha vitalidad. Dotada de gran fortaleza física, a veces ganaba a sus primos varones “echando un pulso”.

«Estando en San Calixto, era frecuente salir de paseo a caballo y ella solía escoger al más fuerte y nervioso, llevándolo con gran dominio y elegancia. Al exterior, en su vida de piedad, era como todos, obedecía y se comportaba como los demás. Sin embargo, en una cosa sobresalía especialmente: en su sencillez y encanto al hablar y tratar con las personas mayores. Aquí, en la aldea [de San Calixto], se sigue recordando con cariño que, cuando llegaba la familia a pasar las vacaciones, lo primero que hacía ella al saltar del coche era ir casa por casa, saludando a unos y a otros, preguntando por su salud y sus cosas y ofreciéndose para cualquier servicio».

Ella escribe de sí misma:

(M 10) «Era muy deportista. Estaba siempre jugando a algo: tenis, golf, esquí acuático, nieve, caza, caballos, baloncesto. Me daba lo mismo lo que fuera, y me encantaba. Así pasaron los años de la adolescencia. Viajaba mucho. Los veranos de 15 y 16 años los pasé en París y Londres respectivamente. Y el de los 14 en un crucero por el Mediterráneo: Italia, Grecia, Turquía, Yugoslavia, Rumanía, Rusia. Fuimos 5 primas.

«Parecía mucho mayor de lo que era. Una noche, bailando con un señor con motivo de un juego organizado en el crucero, era baile agarrado, y hablando, me preguntó qué estudiaba, y le dije que 4º. Me preguntó de qué carrera, y no pude decirle que de bachillerato». Salió Marina del aprieto como pudo.

(M 10-111) «Siempre me dió el Señor mucho pudor y recato. Con respecto a la pureza tenía algunas cosas equivocadas y no sabía si eran pecado». (12) «Vi películas muy fuertes a la edad de 15 y 16 años». (13) «En la obediencia a mis padres fui muy fiel». (13) «Estudiaba lo justo».

(M 13) «Con todo esto seguía comulgando a diario y con un trato serio con el Señor. También usaba [en penitencia] cadenilla y tenía disciplina, pero era un contrasentido. Me impresiona mucho la paciencia de Dios con las almas, y su humildad, pues me hablaba clarísimo al corazón».

(14) «Era de un carácter muy generoso. Seguía siendo seria y profunda cada vez más, pues el sufrir [sobre todo porque hubo de vivir bastante tiempo más con los abuelos que con su madre] me había madurado».

Cuando Marina tenía 12 años, hubo de irse de Madrid, lo que traía consigo la pena de separarse de sus queridos primos, especialmente de Piedy:

(CE 9-10) «Debido a las ocupaciones de su padre, se trasladaron a vivir a Sevilla. Al no haber allí colegio de Jesús-María, N. Madre fue al de B.V. María (Irlandesas). Se llevaba muy bien con sus nuevas compañeras... Formó parte del equipo de baloncesto del colegio [ya adulta, medía más de 1’80], distinguiéndose por su agilidad, rapidez y puntería al encestar, llegando, incluso, a disputar partidos internacionales. Nos contaba estos triunfos sin la más mínima vanidad y, con su característica sencillez, añadía: “Jugaba todo el partido con el cilicio puesto”. Esto demuestra la seriedad con que tomaba la vida y cuánto se exigía a sí misma, aunque, aparentemente su vida era como la de los demás».

(CE 10) «Su último año de colegiala lo pasó en el internado que las Religiosas de Jesús-María tenían en Jerez de la Frontera. Allí se encontraba su tía, la Madre Nazaret, y con ella tuvo sus confidencias y fraguó su entrada en el Carmelo».


Vocación religiosa precoz

En el ambiente familiar cristiano ya descrito, la precocidad religiosa de Marina resulta muy explicable.

(M 7) «A los 6 años, antes de hacer la primera comunión, recuerdo que me acerqué [en el Carmelo de San Calixto] a la reja del locutorio, para decirle a la Hna. Piedad [tía suya, hermana de su padre, Íñigo], mi confidente, que la noche de Navidad me había entregado al Niño Jesús. Dios obraba en mi alma como dueño y Señor, y con la inocencia de entonces, todo se secundaba. A los 6 años hice la primera comunión, y ya tenía clarísima la vocación de carmelita.

«No sabía lo que era, pero quería ser alma contemplativa, ofrecerme por las almas y amar al Señor. Deseaba sufrir, entregarme. No era juego de niños, era algo muy serio».

(CE 7) «También con su prima de la misma edad, hablaba de su vocación, pues las dos sentían lo mismo. Y en una ocasión le dijo: “Oye, Piedy, y si luego, de mayores, no somos carmelitas ¿qué seremos?, porque después de haberlo asegurado tanto”»...

(M 8): «A los 8 años, en una entrada en clausura [en el Carmelo de San Calixto] con motivo de la visita del Sr. Obispo, le pedí me dejase entrar carmelita. Me contestó que cuando doblase la edad, y lloré en silencio. Dios me daba un atractivo extraordinario».

La Carta de Edificación refiere el mismo hecho:

(CE 7): «Tenía ocho años cuando su hermano Íñigo recibió la Primera Comunión, también en San Calixto, de manos del entonces Obispo de Córdoba D. Manuel Fernández Conde. Tras la ceremonia entró en clausura, y con él un grupo de familiares. N. Madre [Marina], con gran sencillez le preguntó: “¿Puedo entrar ya carmelita?”... a lo que el Sr. Obispo, viendo que la niña hablaba en serio, le contestó: “¿Cuántos años tienes?”, y al responder ella que ocho, le aseguró: “Cuando dobles la edad”. N. Madre no lo entendió hasta que, más adelante, se lo explicaron. El caso es que se cumplió la profecía, pues entró en el convento [de San Calixto, donde estaban enterrados su abuelo y su padre] recién cumplidos los 17 años y, unos meses antes, vestía el Hábito del Carmen su prima Piedy, en el Monasterio de la Encarnación de Ávila».

En medio de una vida familiar y social, al mismo tiempo muy cristiana y bastante mundana, las dos primas seguían muy firmes en su vocación religiosa, que se fortalecía en sus visitas de vacaciones en San Calixto. En una carta de julio de 2006, la M. Piedad del Niño Jesús, desde el Carmelo de El Escorial, me decía:

«La Hna. Piedad de San Calixto –para nosotras la tía Piedy, hermana de su padre [de Marina] y de mi madre– nos ayudaba muchísimo. El uso del cilicio, ajenjos, pequeños vencimientos, etc., ella nos los proponía y nosotras era como sorbitos que bebíamos con verdadera sed».

Y sigue contando Marina:

(M 9) «La vocación seguía clarísima, pero desde los 12 años decidí disimularla, porque la gente no me dejaba en paz... Pedí permiso varias veces, pero mi madre me dijo mientras no fuese mayor no me dejaría. Así que decidí callar y esperar».