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Las vigilias mensuales

Importancia del Manual de la Adoración Nocturna

La AN concentra su identidad en la celebración mensual de las vigilias nocturnas. El adorador se compromete a asistir durante el año a doce vigilias mensuales y a tres extraordinarias: Jueves Santo, Corpus y Difuntos.

Las vigilias, en principio, podrían celebrarse de modos muy diversos: podrían ser más largas, con más lecturas o con silencios mayormente prolongados, o más breves, como una Hora santa, más didácticas o con menos elementos de formación, con más o menos rezos comunitarios, con mayor o menor solemnidad en las formas, etc. Pues bien, las vigilias de la Adoración Nocturnas han de celebrarse siguiendo con fidelidad lo que prescribe su propio Manual, de uso en todos los grupos, aunque ciertas acomodaciones vendrán a veces exigidas por las circunstancias internas del grupo o por condicionamientos externos.

No es raro hoy, con tantos viajes y con calendarios de actividades a veces tan apretados, que los adoradores no puedan asistir una noche a su turno, sino que ese mes deban hacer su vigilia en otro. Es hermoso que en diversos turnos, ciudades e incluso países, hallen una forma común de celebrar las vigilias nocturnas de adoración.

Y esta uniformidad aún tiene otra razón más profunda: la vigilia se ordena con un rito propio, en todas partes el mismo,

y siempre el rito «implica por sí mismo repetición tradicional, serenamente previsible. Así es como el rito sagrado se hace cauce por donde discurre de modo suave y unánime el espíritu de cuantos en él participan. Así se favorece en el corazón de los fieles la concentración y la elevación, sin las distracciones ocasionadas por la atención a lo no acostumbrado» (J. Rivera-J.M. Iraburu, Síntesis de espiritualidad católica, Fund. GRATIS DATE, Pamplona 19944, 96).

Por eso, quienes en sus vigilias, sin razón suficiente, alteran un poco el Manual, alteran un poco la AN. Sin embargo, en algunos casos, ciertas variaciones, vienen obligadas por las circunstancias: muy reducido número de adoradores, carencia de una sala de reunión, frío en la iglesia, etc. Y como se comprende, están justificadas. Hay, pues, que cumplir lo establecido en la AN lo mejor que se pueda. No más.

Pero quienes arbitrariamente configuran sus vigilias en modos diversos a los del Manual, aunque realicen provechosas y bellas celebraciones -sugeridas quizá por un sacerdote bienintencionado, pero que apenas conoce la AN, o propuestas por algún adorador-, abandonan la AN. Ésta es una asociación de fieles, con su propia forma y tradición, a la que los cristianos se afilian libremente, y que se rige por Estatutos aprobados por la Iglesia y por normas concretas de acción y celebración.

La Liturgia de las Horas

La Liturgia de las Horas es la oración de la Iglesia, la oración más sagrada y santificante de todo el pueblo de Dios; es, como dice el Vaticano II, «la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su Cuerpo, al Padre» (SC 84).

Como es sabido, durante muchos siglos fue la oración habitual de las comunidades cristianas. De suyo, pues, las Horas litúrgicas son de los laicos tanto como lo es la Misa. Pero más tarde, por una serie de circunstancias, fue quedando su rezo relegado, en la práctica, a sacerdotes y religiosos.

Por tanto, cuando el concilio Vaticano II recomienda «que los laicos recen el Oficio divino o con los sacerdotes o reunidos entre sí, e incluso en particular» (SC 100), toma una decisión de extraordinaria importancia para la espiritualidad cristiana laical. Así lo han entendido muchas asociaciones seglares y muchos laicos en particular, que en los últimos años han ido asumiendo el rezo de las Horas, sobre todo de Laudes y Vísperas, que son «las Horas principales» (SC 89).

Pues bien, eso es lo que hace mucho tiempo venían haciendo en todas partes los laicos de la Adoración Nocturna. Por eso los adoradores hoy han de seguir recitando o cantando las Horas -Vísperas, el Oficio de lecturas, Laudes- con un fervor renovado, es decir, con una acrecentada conciencia de la maravilla que supone rezar la Liturgia de las Horas en unión con Cristo, su protagonista celestial, y en el nombre de la Iglesia.

Las Horas, en todo caso, han de ser rezadas con pausa, sin prisa, con atención, con toda devoción:

«Por eso se exhorta en el Señor a los sacerdotes y a cuantos participan en dicho Oficio [divino] que, al rezarlo, la mente concuerde con la voz y, para conseguirlo mejor, adquieran una instrucción litúrgica y bíblica más rica, principalmente acerca de los salmos» (SC 90).

Esquema de una vigilia

Pero expongamos ya el orden que el Manual de la Adoración Nocturna de España, en la edición de 1996, establece para la celebración de una vigilia. Señalamos entre paréntesis los tiempos que a cada acto se calculan, aunque son bastante variables, según se hagan pausas más o menos largas, se canten algunas partes, etc.

-(30') Reunión previa, en una sala, normalmente.

-(20') Rosario, en la misma sala o ya en la iglesia.

-(20') Vísperas, en la iglesia.

-(45') Eucaristía, que termina con la exposición del Santísimo.

-(60'+60'+...) Turnos de vela. El número de turnos dependerá del número de adoradores. En cada turno: Oficio de lectura (25') y oración personal (35').

La Eucaristía y los turnos de vela forman el corazón mismo de la vigilia, y deben por tanto celebrarse con la mayor plenitud posible. Es importante tener presente esto cuando la necesidad obligue a suprimir o abreviar alguna otra parte de la vigilia. Durante el turno de vela, unos lo cumplen en la iglesia, mientras los demás están en una sala aparte.

-(30') Laudes y Bendición eucarística, todos reunidos de nuevo.

Se termina con un canto y oración a la Virgen.

Comento brevemente cada parte, ateniéndome a lo que dispone el Manual.

Reunión previa

No es, por supuesto, el centro de la vigilia de la AN, y por eso ha de tenerse cuidado para que no se alargue indebidamente, restando tiempo a las partes más importantes.

Se inicia la reunión previa con la colocación de las insignias y la oración: Señor, tu yugo...

En ella, en seguida, se preparan los detalles de la vigilia; se distribuyen las funciones, según el número de asistentes, procurando que en lo posible actúen varios: salmista, lector, cantor, acólito, etc; se comunican y comentan avisos y noticias, con la ayuda quizá de la hoja o boletín de la AN en la diócesis; se repasa la lista de los asistentes, anotando presencias y ausencias; se distribuye la composición de los turnos; se expone el tema de meditación o formación.

El tema puede ser leído o expuesto por el director espiritual, por uno de los responsables del turno o por alguno de los adoradores. Puede emplearse como base textos ofrecidos por el Consejo Nacional de la AN, por el Consejo Diocesano, elegidos por el director espiritual o por el mismo grupo: números, por ejemplo, del Catecismo de la Iglesia Católica, comentarios litúrgicos a la fiesta del día, una o dos páginas de un libro de espiritualidad eucarística, etc. Un diálogo posterior, aunque no necesario, puede ser sin duda muchas veces provechoso.

El responsable del grupo -jefe de turno, secretario, etc.- debe moderar y conducir la reunión adecuadamente. No conviene, al menos normalmente, que la reunión previa sobrepase la media hora. Ello iría normalmente en detrimento de las partes principales de la vigilia.

Rosario y confesiones

Aunque el Manual no prescribe el rezo en común del Rosario, sí lo recomienda, y de hecho suele rezarse en la gran mayoría de los grupos. La AN es muy mariana: no olvida nunca que el Corpus Christi que adora es el nacido de la Virgen María -«corpus datum, corpus natum ex Maria Virgine»-; y que Ella, con san José y los pastores, fue la primera y la mejor adoradora de Jesús. Es normal, pues, que ya desde el principio los adoradores invoquen para la vigilia la asistencia espiritual de su gloriosa Madre.

El Rosario puede ser rezado al principio, en la sala de reunión, o cuando los adoradores van a la iglesia -suele ser lo más común-; o más tarde en la sala, mientras otros están haciendo en la iglesia el turno de vela. Lo importante es que se rece.

La confesión, durante el Rosario o en otro momento conveniente, es también una parte no obligada, pero muy preciosa. Para muchos adoradores es la manera mejor para asegurar una vez al mes el sacramento de la penitencia. Así lo decía Juan Pablo II a la AN de España:

La piedad eucarística «os acercará cada vez más al Señor. Y os pedirá el oportuno recurso a la confesión sacramental, que lleva a la Eucaristía, como la Eucaristía lleva a la confesión. ¡Cuántas veces la noche de adoración silenciosa podrá ser también el momento propicio del encuentro con el perdón sacramental de Cristo!» (31-X-1982).

Vísperas

En la Liturgia de las Horas la oración de las Vísperas se celebra al terminar el día, «en acción de gracias por cuanto se nos ha concedido en la jornada y por cuanto hemos logrado realizar con acierto» (Ordenación gral. LH 39a).

Tal como suelen celebrarse actualmente las vigilias de la AN, las Vísperas llegan un poco tardías, es cierto; en tanto que, por el contrario, el rezo de Laudes, llega normalmente demasiado temprano. Pero esto no tiene mayor importancia. En efecto, rezar en comunidad litúrgica la oración de la Iglesia, aunque no sea en su momento exacto del día, vale mucho más que hacer otros rezos no litúrgicos, por dignos que éstos puedan ser.

Por lo demás, la Iglesia no manda, sino aconseja «que en lo posible las Horas respondan de verdad al momento del día... Ayuda mucho, tanto para santificar realmente el día como para recitar con fruto espiritual las Horas, que la recitación se tenga en el tiempo más aproximado al verdadero tiempo natural de cada Hora canónica» (Ordenación gral. LH 11).

A ciertos objetantes del tiempo de las Horas en la AN actual convendría recordarles aquello de Cristo: «coláis un mosquito y os tragáis un camello» (Mt 23,24).

Celebración de la Eucaristía

La celebración del Sacrificio eucarístico es, indudablemente, el centro absoluto de toda vigilia de la AN, como es el centro y el culmen de toda existencia cristiana, personal o comunitaria (Vat. II: LG 11a; CD 30F; PO 5bc, 6e; UR 6e). La reunión previa, el Rosario, la confesión penitencial, la acción de gracias de las Vísperas, todo ha de ser una preparación cuidadosa para la Misa; y del mismo modo, la adoración posterior del Sacramento y el rezo final de los Laudes han de ser la prolongación más perfecta de la misma Misa.

El momento ideal de la Misa es, como hemos dicho, al principio de la vigilia, de tal modo que la adoración eucarística derive, incluso sensiblemente, del Sacrificio. Sin embargo, la escasez de sacerdotes u otras circunstancias pueden obligar a celebrar la Misa al final de la vigilia. O quizá incluso antes de la vigilia -por ejemplo, una Misa parroquial de fin de tarde-, para iniciar después, pero partiendo de esa Misa, la celebración de la vigilia. Hágase en cada caso lo que mejor convenga. Pero eso sí, entendiendo bien el sentido y el valor de cada parte de la vigilia y del conjunto total de la misma.

En la celebración misma de la Eucaristía participamos del Sacrificio de Cristo, ofreciéndonos con él al Padre, para la salvación del mundo; adoramos su Presencia real; comulgamos su Cuerpo santísimo, pan vivo bajado del cielo.

Es posible, y a veces será conveniente, celebrar en la vigilia de forma unida las Vísperas y la Eucaristía. Pero otras veces convendrá celebrarlas en forma separada. Así cada una conserva toda su plenitud y armonía. Y por lo demás, la noche es larga... No hay prisa. La prisa es totalmente ajena al espíritu de la AN.

Oración de presentación de adoradores

Para las diversas semanas o los tiempos litúrgicos cambiantes, el Manual ofrece varios modelos de «oración de presentación de adoradores», todos los cuales tienen algo en común: su profundidad teológica y su notable belleza espiritual.

Si alguien quiere enterarse bien de lo que significa y hace la AN, lea y medite con atención estas oraciones en sus diversos modelos. En ellas se confiesan, de maravillosa forma orante, todos los fines de la adoración eucarística, y concretamente de la AN.

Turnos de vela

Con la Oración de presentación y el Invitatorio se inician los turnos de vela. Cuando un cierto grupo de la AN se compone, por ejemplo, de veintiún miembros, lo normal es que se repartan en tres turnos de vela, siete en cada uno. O que se establezcan al menos dos turnos, de diez y once adoradores. No olvidemos que la AN asume como fin velar en la noche prolongadamente ante el Santísimo.

«Cada turno de vela es de una hora». De esa hora, más o menos, una mitad se ocupa en el rezo del Oficio de lecturas, y la otra mitad en la oración personal silenciosa.

-El Oficio de lectura, lo mismo que Laudes y Vísperas, es una parte de la Liturgia de las Horas. En las vigilias de la AN es, en concreto, la parte más directamente heredera de las antiguas vigilias de oración en la noche. De hecho, en la renovada Liturgia de las Horas, el Oficio de lectura conserva su primitivo acento de «alabanza nocturna», aunque está dispuesto de tal modo que pueda rezarse a cualquier hora del día (Ordenación gral. LH 57-59).

La AN -esta vez sí- celebra el Oficio de lectura en la hora nocturna que le es más propia y tradicional. Es ésta una Hora litúrgica bellísima, meditativa, contemplativa, alimentada por los salmos, la Sagrada Escritura y la lectura de «las mejores páginas de los autores espirituales» (ib. 55). En las vigilias, esta Hora, más aún, está alimentada por la presencia real del mismo Cristo, que es Luz y Verdad, Camino y Vida.

El Manual ofrece un buen elenco de elegidas lecturas. Pero puede ser muy conveniente, para aumentar la variación, la riqueza y la adecuación exacta al momento del año litúrgico, hacer aquellas lecturas exactas de la Biblia y de los autores eclesiásticos que la Liturgia de las Horas dispone precisamente para el día en que se celebra la vigilia. Bastará para ello el breviario del sacerdote; o que el turno disponga de un ejemplar de las Horas oficiales; o ayudarse de otros libros, como Sentir con los Padres, que traen esas lecturas oficiales de las Horas (Regina, Barcelona 1998).

-La oración personal silenciosa, una vez rezado el Oficio de lectura, mantiene al adorador en oración callada y prolongada ante la presencia real de Jesucristo, sobre el altar, en la custodia. Para muchos adoradores es éste el momento más precioso de toda la vigilia. Sí, la Misa y el rezo de las Horas son aún más preciosos, de suyo, por supuesto; pero eso quizá ya el adorador lo tiene todos los días a su alcance. Por el contrario, ese tiempo largo, nocturno y silencioso en la presencia real de Cristo, el Amado, oculto y manifiesto en la Eucaristía, es un tiempo sagrado, que ha de ser gozado y guardado celosamente, no permitiendo que en modo alguno sea abreviado sin razón suficiente. De lo contrario, se acabaría matando la AN.

Ya hemos dicho lo que dispone el Manual: «cada turno de vela es de una hora». Si el Señor nos da 24 horas cada día, y unos 30 días todos los meses, ¿será mucho que una vez al mes le entreguemos a Él, inmediata y exclusivamente, una hora, una hora de sesenta minutos? Tanto si en ella estamos gozosos o aburridos, como si estamos despiertos o adormilados, el caso es que, ante la custodia, nos entreguemos al Señor fielmente y con todo amor una hora al mes.

Es cierto que, en determinadas condiciones, quizá convenga reducir ese tiempo. Y esa reducción será buena y conveniente cuando se realiza por razones válidas. Pero no si se hace por falta de amor o de espíritu de sacrificio. Cristo, como hizo con sus más íntimos, Pedro, Santiago y Juan, nos ha llevado consigo en la noche a orar en el Huerto. Que no tenga que reprocharnos como a ellos: «no habéis podido velar conmigo una hora?» (Mt 26,40).

En el turno de vela los adoradores, orando con la Liturgia o en silencio ante el Santísimo, cobran en la noche una especial conciencia de estar representando a la santa Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad. Una vez al mes, es un tiempo prolongado para alabar al Señor y darle gracias por tantos beneficios materiales y espirituales recibidos por nosotros y por los demás hombres. Es un tiempo para pedir por la familia, por la parroquia, por la diócesis, por las personas conocidas más necesitadas, por las vocaciones sacerdotales y religiosas, por las misiones, etc. Y también un tiempo para expiar el pecado del mundo, como claramente se indica en el rezo de las Preces expiatorias.

Laudes

Concluídos los turnos sucesivos, los adoradores que estaban descansando en la sala se unen a quienes terminan su tiempo de vela, y todos juntos, asumiendo de nuevo la oración litúrgica de la Iglesia, rezan los Laudes.

Esta Hora, cuyo tiempo más apropiado es el amanecer, celebra especialmente «la resurrección del Señor Jesús, que es la luz verdadera que ilumina a todos los hombres, y el sol de justicia, que nace de lo alto (Jn 1,9; Mal 4,2; Lc 1,78)» (Ordenación gral. LH 38). En los Laudes suele predominar -y de ahí el nombre- el impulso de la alabanza, especialmente en los salmos.

El Manual ofrece la posibilidad de que en lugar de los Laudes, donde así se estime conveniente, se recen Completas, otra de las Horas litúrgicas.

Bendición final

Si la vigilia ha sido presidida por un sacerdote o un diácono, termina, como la Misa, con una bendición. Cristo mismo, en el signo de la cruz sacrificial, por mano de su ministro, bendice a los adoradores que le han acompañado esa noche con amor.

«Al acabar la adoración, el sacerdote o diácono se acerca al altar, hace genuflexión sencilla, se arrodilla a continuación, y se canta un himno u otro canto eucarístico. Mientras tanto, el ministro arrodillado inciensa el Santísimo Sacramento, cuando la exposición tenga lugar con la custodia» (Ritual 97).

Si no hay sacerdote o diácono, no se da la bendición, y uno de los adoradores recoge sencillamente el Santísimo en el sagrario. La Iglesia le autoriza a hacerlo (Ritual 91).

La vigilia termina con un canto y oración a la Virgen María, de la que nació el Corpus Christi adorado esa noche. Y con el lema propio de la AN:

-Adorado sea el Santísimo Sacramento. Sea por siempre bendito y alabado

-Ave María Purísima. Sin pecado concebida.