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Todos los Santos

1 de Noviembre, solemnidad



Entrada: «Alegrémonos todos en el Señor al celebrar este día en honor de todos los Santos. Los ángeles se alegran en esta solemnidad y alaban a una al Hijos de Dios».

Colecta (del Misal anterior): «Dios todopoderoso y eterno, que nos has otorgado celebrar en una misma fiesta los méritos de todos los Santos, concédenos, por esta multitud de intercesores, la deseada abundancia de tu misericordia y tu perdón».

Ofertorio (tomada del Misal de París de 1738): «Dígnate aceptar, Señor, las ofrendas que te presentamos en honor de todos los Santos, y haz que sintamos interceder por nuestra salvación a todos aquellos que ya gozan de la gloria de la inmortalidad».

Comunión: «Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,8-10).

Postcomunión (del Misal de París de 1738): «Señor, te proclamemos admirable y el solo Santo entre todos los Santos; por eso imploramos de tu misericordia que, realizando nuestra santidad por la participación en la plenitud de tu amor, pasemos de esta mesa de la Iglesia peregrina al banquete del Reino de los cielos».

Hoy la Iglesia en su liturgia nos presenta un cuadro plástico de lo mejor de la humanidad redimida por Cristo: la Iglesia triunfante ya en la Jerusalén celeste. Son los Santos de todos los tiempos. También los Santos que solo Dios conoce. De ellos, algunos han sido proclamados oficialmente por la Iglesia y se les da culto; otros, la mayoría, nos son desconocidos, pero santos también y por eso hoy los veneramos a todos en una misma solemnidad. Son un ejemplo para nosotros y nuestros intercesores.

–Apocalipsis 7,2-4.9-14: Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podía contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas. El destino eterno del hombre se libra a diario en la vida temporal, cualquiera que sea su raza, la condición y estado de cada hombre.

–1 Juan 3,1-3: Veremos a Dios tal cual es. La santidad cristiana es siempre una iniciativa del de Amor de Dios sobre el hombre, aunque queda bajo la responsabilidad de los propios hombres el secundar esa iniciativa y esa elección, respondiendo con amorosa conciencia de hijos de Dios.

–Mateo 5,1-12: Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Las bienaventuranzas evangélicas son el camino auténtico que Cristo nos ha garantizado con su vida y con su gracia para la santidad cristiana. Son la semblanza modélica del propio Corazón de Jesucristo.

La voluntad de Dios es nuestra santificación. «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). Dice San Agustín:

A Cristo «lo han imitado los santos mártires hasta el derramamiento de su sangre, hasta la semejanza con su pasión; lo han imitado los mártires, pero no solo ellos. El puente no se ha derrumbado después de haber pasados ellos; la fuente no se ha secado después de haber bebido ellos. Tenedlo presente, hermanos: en el huerto del Señor no solo hay las rosas de los mártires, sino también los lirios de las vírgenes, y las yedras de los casados, así como las violetas de las viudas. Ningún hombre, cualquiera que sea su género de vida, ha de desestimar su vocación; Cristo ha sufrido por todos. Con toda verdad está escrito de Él: Nuestro Salvador quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (Sermón 304).

Y San Cipriano:

«Pedimos y rogamos que nosotros que fuimos santificados en el bautismo, perseveremos en esta santificación inicial» (Tratado sobre la oración 11-12).