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4ª Semana de Adviento

Domingo

El cuarto Domingo de Adviento está polarizado en la cercana solemnidad de Navidad. En la entrada alzamos un cántico de esperanza: «Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria: ábrase la tierra y brote la salvación» (Is 40,8). En la colecta (Gregoriano), pedimos al Señor que derrame su gracia sobre nosotros, que hemos conocido por el anuncio del ángel la encarnación de su Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección.

En la oración sobre las ofrendas (Bérgamo), se pide que el mismo Espíritu, que cubrió con su sombra y fecundó con su poder las entrañas de María, la Virgen Madre, santifique los dones que se han colocado sobre el altar. En la comunión se proclama que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel (Mt 1,23; Is 7,14). La postcomunión (Gregoriano) pide que el pueblo que acaba de recibir la prenda de su salvación, sienta el deseo de celebrar dignamente el nacimiento del Hijo de Dios, al acercarse la fiesta de Navidad.

Ciclo A

Inminencia de Navidad, del Emmanuel, «Dios con nosotros». Dios hecho hombre, para hacer a los hombres hijos de Dios. Es una liturgia eminentemente mariana.

–Isaías 7,10-14: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo. Cuando el profeta Isaías pretende proclamarnos el misterio del Emmanuel, el Espíritu le hace anunciar justamente la maternidad virginal de María. Dios es el dueño absoluto de los acontecimientos. La confianza en Dios es siempre el medio más seguro de salvación.

El rey Acaz procura obtener la salvación fuera del plan divino, que es un plan de salvación universal, y es castigado. La Casa de David, en cambio, va a ser en las manos de Yavé un instrumento para obtener un bien universal a todos los hombres. Dentro de ella, la misión de la Virgen-Madre es misteriosa, pero realísima. Comenta San Agustín:

«No te resulte extraño, alma incrédula, quienquiera que seas; no te parezca imposible que una Virgen dé a luz y permanezca Virgen. Comprende que es Dios quien ha nacido, y no te extrañará el parto de una Virgen» (Sermón 370,2, en el día de Navidad).

–Con el Salmo 23 decimos: «Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes. Él la fundó sobre los mares, Él la afianzó sobre los ríos. ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón… Va a entrar el Señor. Él es el Rey de la gloria».

–Romanos 1,1-7: Jesucristo, de la estirpe de David, es el Hijo de Dios. Jesucristo, en su doble naturaleza, divina y humana, constituye el centro de la historia de la salvación y la garantía de la redención para todos los hombres. Todo cristiano debe sentirse unido con un vínculo especial a Cristo.

La vocación al apostolado es general, pero alguno viene elegido de modo particular para ser un instrumento especial. No existen apóstoles a título personal. Los apóstoles lo son porque existe un Evangelio, un Salvador que les ha elegido, llamado y enviado, y que con ellos desarrolla el plan divino, ya anunciado en el Antiguo Testamento. El fin de toda la redención es llamar al hombre a la santidad. El cristiano no abandona el mundo, pero vive en él, siguiendo el impuso de la gracia, e iluminándolo todo con la paz de Dios.

–Mateo 1,18-24: Jesús nacerá de la Virgen María. El hecho más claro de toda la historia de la salvación es que el Redentor nos ha venido por María. Él ha sido, en su condición humana, el ser más íntegramente mariano que ha existido. Comenta San Agustín:

«¿Cómo aparece en una Virgen tal Palabra?… Los ángeles son algo realmente grande, no algo sin importancia. Y sin embargo, ellos adoran la carne de Cristo, sentada a la derecha del Padre. Ésta es obra, sobre todo, del Espíritu Santo. En relación a esta obra, su nombre aparece cuando el ángel anunció a la santa Virgen el Hijo que iba a nacer. Ella se había propuesto guardar virginidad, y su marido era el guardián de su pudor, antes que destructor del mismo; mejor, no era guardián, puesto que esto quedaba para Dios, sino testigo de su pudor virginal, para que su embarazo no se atribuyese a adulterio.

«Cuando el ángel le dio el anuncio, dijo: “¿Cómo puede ser esto, si yo no conozco varón?” Si hubiese tenido intención de conocerlo, no le hubiera causado extrañeza. Tal extrañeza es la prueba de su propósito… Y el ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti”» (Sermón 225,2, en Hipona, el día de Pascua).

Ciclo B

En este último Domingo de Adviento la Iglesia nos invita encarecidamente a abrir nuestras conciencias al acontecimiento clave de la Historia de la Salvación, y de la historia de la humanidad: la Encarnación del Verbo de Dios, el nacimiento del Redentor. Hemos de abrir nuestros corazones a este gran acontecimiento y vivirlo con fe y amor, bajo la acción interior de la gracia.

–2 Samuel 7,1-5.8.12.14.16: El reino de David durará para siempre en la presencia del Señor. Y ahora ha llegado la plenitud de los tiempos (Gál 4,4). Aquella antigua promesa, reiterada a David y vinculada a su descendencia, se convierte, al fin, en una realidad definitiva: Dios se hace presencia viva en Jesús, Hijo de David por la Virgen María.

La salvación tiene su itinerario, pero avanza con instituciones humanas y sobre ellas. Dios no forja un modelo y lo impone a los hombres, sino que se asocia a sus actuaciones, haciendo prevalecer siempre su plan de salvación. Su mensaje alcanza a sus oyentes a través de palabras humanas. Hay que escuchar lo que Dios dice a través de sus mensajes escritos, pero también es importante entender lo que se revela en el transcurso histórico del hombre y de los pueblos.

Pero al mismo tiempo Dios, la Verdad, la Salvación, transciende cualquier forma o institución histórica. La salvación no camina más que sobre las bases señaladas por el Espíritu Santo, animador de toda la historia. Y siempre «el Señor está cerca de todos los que lo invocan» (Sal 144,18).

Nosotros, pues, sacrifiquemos todo lo caduco y transitorio, y volvámonos hacia el Señor, hacia el Redentor. Seamos como la Iglesia y como María, vírgenes y esclavos. Vírgenes: apartados de todo lo que no sea Dios o no conduzca a Él. Esclavos: entregados abnegadamente y de modo total a Dios y a su gracia. Solo Él puede hacernos completamente felices.

–Con el Salmo 88 digamos: «Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades… Sellé una alianza con mi elegido, jurando a David, mi siervo: “Te fundaré un linaje perpetuo, edificaré tu trono para todas las edades”. Él me invocará: “Tú eres mi Padre, mi Dios, mi Roca salvadora”. Le mantendré eternamente mi favor y mi alianza con Él será estable».

–Romanos 16,25-27: Revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos. En Cristo se nos revela toda la plenitud del Misterio de Salvación, escondido durante siglos en los designios divinos, oculto en su promesa de Redención para todos los hombres.

Para San Pablo, el mensaje fundamental de Cristo es la revelación del Misterio. Es el plan secreto que recapitula todos los momentos dispersos de la historia. El hombre vive en un contexto demasiado limitado y no puede abarcar la dimensión de la que forma parte. La revelación cristiana viene continuamente a su encuentro: le recuerda el punto de partida y la meta de su llegada. Pero siempre permanece el misterio que hemos de acoger con una fe inmensa, abandonados enteramente al beneplácito divino. «El Señor está cerca de todos los que lo invocan sinceramente». Reconozcamos con humildad la propia nada y apartémonos de todo lo que no sea Dios.

–Lucas 1,26-28: Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo. María es el punto final del Adviento, porque nos convierte en realidad y nos da definitivamente al que había de venir, al Dios con nosotros. El Evangelio no es tanto un texto de historia o un tratado de Teología, cuanto un memorial de fe. San Lucas nos refiere la experiencia de la Virgen María y de los primeros creyentes no solo para informar, sino también y, sobre todo, para animar a sus oyentes y lectores. Escribe San Ambrosio:

«Sin duda, los misterios divinos son ocultos y, como ha dicho el profeta, no es fácil al hombre, cualquiera que sea, llegar a conocer los designios de Dios (Is 40,13). Por eso el conjunto de acciones y enseñanzas de nuestro Señor y Salvador nos dan a entender que un designio bien pensado ha hecho elegir con preferencia para Madre del Señor a la que había sido desposada con un varón. Pero ¿por qué no fue hecha Madre antes de sus esponsales? Posiblemente para que nadie dijera que había concebido pecaminosamente.

«Con razón, pues, ha indicado la Escritura las dos cosas: que ella era esposa y que era virgen; Virgen, para que apareciera limpia de toda relación con un varón; desposada, para sustraerla al estigma infamante de una virginidad perdida, en la que su embarazo hubiera sido signo de su caída. El Señor ha querido mejor permitir que algunos dudasen de su origen, antes que de la pureza de la Madre. Sabía Él qué delicado es el honor de una virgen, qué frágil la fama del pudor; y no juzgó conveniente establecer la verdad de su origen a expensas de su Madre» (Comentario Evang. Lucas II,1).

Los Santos Padres nos aseguran que la Virgen María concibió primeramente a Cristo de un modo espiritual, es decir, con su fe, con su pureza virginal, con su humildad, con su entera sumisión a Dios, con su obediencia, con el reconocimiento de su pequeñez y de su indignidad. Primero tuvo que ser virgen, tuvo que estar desprendida de todo lo que no era Dios. Después tuvo que ser esclava, es decir, tuvo que entregarse humilde y totalmente a Dios, a su divina voluntad.

Permanecer como Sagrario viviente entre los hombres, portadora de Cristo y partícipe eficaz de su Vida y de su Obra, constituye la responsabilidad profunda de la Virgen María en su divina Maternidad. Ésa es una maravillosa comunión de vida con Cristo, a la que también nosotros hemos de aspirar a diario por nuestra comunión eucarística.

Ciclo C

Histórica y teológicamente el Adviento se resuelve en la realidad maternal de la Virgen María. Ella señala, en la historia de la salvación, el paso de la profecía mesiánica a la realidad evangélica, de la esperanza a la presencia real y palpitante del Verbo encarnado. Por todo esto, el cuarto Domingo de Adviento es sumamente mariano. Solo de la mano maternal de la Virgen María podemos llegar al conocimiento exacto del misterio de Cristo, pues de hecho, a través de Ella, determinó Dios ofrecernos la realidad exacta del Emmanuel, el «Dios con nosotros». Hemos de prepararnos, pues, ayudados por la Virgen, para vivir lo más plenamente posible la celebración litúrgica del Nacimiento del Salvador.

–Miqueas 5,2-5: De ti saldrá el Jefe de Israel. He aquí otro profeta que nos adelanta el misterio mariano del Dios en medio de su pueblo: de Belén, de la Mujer bendita, surgirá el Redentor. El texto de Miqueas es mesiánico no solo en el sentido literal de la palabra, porque mira al nacimiento del Mesías, esto es, de un Rey de la estirpe de David, sino también en el sentido cristiano, porque la realización histórica del sentido pleno de la profecía la deja abierta para su realización en Cristo.

El texto se refiere también al tema teológico cristiano. La Iglesia vuelve siempre en el memorial de la celebración litúrgica a su origen. Toda la humanidad debe recuperar la imagen del mundo verdadero, creado bueno por Dios. Pero esto requiere una renuncia al pasado de pecado, una conversión: exige la cruz. La paz y la salvación del mundo dependen de uno que ha de venir con el poder de Dios, y no van a conseguirse por las leyes o instituciones históricas. Éste es el fundamento de la naturaleza personalista de la salvación cristiana.

–Con el Salmo 79 pedimos: «Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Pastor de Israel, escucha. Tú, que te sientas sobre querubines, resplandece. Despierta tu poder y ven a salvarnos. Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que Tú hiciste vigorosa… Danos vida para que invoquemos tu nombre».

–Hebreos 10,5-10: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad. La Encarnación no es solo el Misterio del Hijo de Dios en consanguinidad con nosotros, los hombres. Es también el Misterio del Verbo en condición victimal, solidaria y redentora ante el Padre por todos nosotros. Éste es el sentido de la segunda lectura de hoy.

El antiguo sistema sacrificial no era malo, y tuvo validez como signo, como aspiración e invocación de la realidad. Pero era necesario otra cosa: la victimación del Verbo encarnado, que una consigo a todos los hombres. Y éstos han de compartir su victimación con Él, sometiéndose totalmente a la voluntad de Dios, siendo esclavos de una humilde y constante fidelidad a la gracia divina.

–Lucas 1,39-45: ¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor? La Virgen María, la Mujer bendita, la primera creyente y realizadora del Misterio de Cristo, es el punto final del Adviento. Ella misma fue el signo viviente, que hizo presente en el mundo la realidad del Verbo encarnado. Isabel es con Juan el Bautista el símbolo de la espera del judaísmo e, indirectamente, el símbolo de toda la humanidad. Y es también el prototipo del modo ideal de acoger al Mesías salvador.

Pero se notará cómo la capacidad de reconocer al Salvador está unida a la fe, y ésta solo es posible por la gracia de Dios. El hombre aspira humanamente a la salvación, pero los caminos del Señor no son nuestros caminos y, consiguientemente, solo el Espíritu Santo puede hacer que reconozcamos y aceptemos la salvación. Dios salvador se hizo presente en la naturaleza humana y solo en la relación personal y vital con el Dios encarnado está la salvación.

De aquí se deriva el carácter personal del cristianismo. Navidad es la fiesta del amor misericordioso de Dios: «Tanto amó Dios al mundo, que le envió a su mismo Hijo Unigénito, para que, creyendo en Él, no perezca, antes alcance la vida eterna» (Jn 3,16). Esto es lo que ha realizado Dios por nosotros, por nuestra redención y salvación eterna. Vivir en hondura, sin intermitencias, sin separación existencial alguna, su comunión total con Cristo constituyó la identidad perfecta de María y el testimonio evangelizador de su vida temporal entre los hombres. Una comunión total de vida con Cristo que también nosotros hemos de procurar a diario con la gracia de Dios.