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3 de junio

San Carlos Luanga y compañeros mártires

Entre los años 1885 y 1887 muchos cristianos de Uganda fueron condenados a muerte por el rey Muanga; algunos eran funcionarios de la corte o muy allegados a la persona del rey. Entre estos sobresalen Carlos Luanga y sus veintiún compa­ñeros que, firmes en la fe católica, fueron degollados o quemados ­por negarse a satisfacer los impuros deseos del monarca.

La gloria de los mártires, signo de regeneración

De la homilía pronunciada por el papa Pablo VI en la canonización de los mártires de Uganda

Estos mártires africanos vienen a añadir a este catálogo de vencedores, que es el martirologio, una página trági­ca y magnífica, verdaderamente digna de sumarse a aquellas maravillosas de la antigua África, que nosotros, modernos hombres de poca fe, creíamos que no podrían tener jamás adecuada continuación.

¿Quién podría suponer, por ejemplo, que a las emocionantísimas historias de los mártires escilitanos, de los cartagineses, de los mártires de la «blanca multitud» de Útica, de quienes san Agustín y Prudencio nos han dejado el recuerdo, de los mártires de Egipto, cuyo elogio ­trazó san Juan Crisóstomo, de los mártires de la persecuci­ón de los vándalos, hubieran venido a añadirse nuevos ­episodios no menos heroicos, no menos espléndidos, en nuestros días?

¿Quién podía prever que, a las grandes figuras históricas de los santos mártires y confesores africanos, como Cipriano, Felicidad y Perpetua, y al gran Agustín, habríamos de asociar un día los nombres queridos de Carlos Luanga y de Matías Mulumba Kalemba, con sus veinte compañeros? Y no queremos olvidar tampoco a aquellos otros que, perteneciendo a la confesión anglicana, afrontaron la muerte por el nombre de Cristo.

Estos mártires africanos abren una nueva época, quiera Dios que no sea de persecuciones y de luchas religiosas, sino de regeneración cristiana y civil.

El África, bañada por la sangre de estos mártires, los primeros de la nueva era –y Dios quiera que sean los últimos, pues tan precioso y tan grande fue su holocausto–, resurge libre y dueña de sí misma.

La tragedia que los devoró fue tan inaudita y expresiva, que ofrece elementos representativos suficientes para la formación moral de un pueblo nuevo, para la fundación de una nueva tradición espiritual, para simbolizar y promover el paso desde una civilización primitiva –no desprovista de magníficos valores humanos, pero contaminada y enferma, como esclava de sí misma– hacia una civilización abierta a las expresiones superiores del espíritu y a las formas superiores de la vida social.

Oración

Señor, Dios nuestro, tú haces que la sangre de los mártires se convierta en semilla de nuevos cristianos; concédenos que el campo de tu Iglesia, fecundo por la sangre de san Carlos Luanga y de sus compañeros, produzca continuamente, para gloria tuya, abundante cosecha de cristianos. Por nuestro Señor Jesucristo.