Miércoles, I semana de
Adviento
Isaías 5,1-7
Vendrá a nosotros la Palabra
de Dios
San Bernardo
Sermón en el Adviento del Señor 5,1-3
Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la
primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero
ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los
hombres, cuando, como atestigua él mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última,
todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron. La intermedia, en
cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de
sí mismos, y así sus almas se salvan. De manera que, en la primera venida, el
Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder; y, en la
última, en gloria y majestad.
Esta
venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la
última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá
como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo.
Y
para que nadie piense que es pura invención lo que estamos diciendo de esta
venida intermedia, oídle a él mismo: El que me ama –nos dice– guardará mi
palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él. He leído en otra parte: El que
teme a Dios obrará el bien; pero pienso que se dice algo más del que ama, porque
éste guardará su palabra. ¿Y dónde va a guardarla? En el corazón sin duda
alguna, como dice el profeta: En mi corazón escondo tus consignas, así no
pecaré contra ti.
Así
es cómo has de cumplir la palabra de Dios, porque son dichosos los que la
cumplen. Es como si la palabra de Dios tuviera que pasar a las entrañas de tu
alma, a tus afectos y a tu conducta. Haz del bien tu comida, y tu alma
disfrutará con este alimento sustancioso. Y no te olvides de comer tu pan, no
sea que tu corazón se vuelva árido: por el contrario, que tu alma rebose
completamente satisfecha.
Si
es así cómo guardas la palabra de Dios, no cabe duda que ella te guardará a ti.
El Hijo vendrá a ti en compañía del Padre, vendrá el gran Profeta, que renovará
Jerusalén, el que lo hace todo nuevo. Tal será la eficacia de esta venida, que
nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del
hombre celestial. Y así como el viejo Adán se difundió por toda la humanidad y
ocupó al hombre entero, así es ahora preciso que Cristo lo posea todo, porque
él lo creó todo, lo redimió todo, y lo glorificará todo.