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Sábado, XXVIII semana

Malaquías 3,1-24

Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último

Vaticano II

Gaudium et spes 40.45

La compenetración de la ciudad terrestre con la ciudad celeste sólo es perceptible por la fe: más aún, es el misterio permanente de la historia humana, que, hasta el día de la plena revelación de la gloria de los hijos de Dios, seguirá perturbada por el pecado.

La Iglesia, persiguiendo la finalidad salvífica que es propia de ella, no sólo comunica al hombre la participa­ción en la vida divina, sino que también difunde, de algu­na manera, sobre el mundo entero la luz que irradia esta vida divina, principalmente sanando y elevando la digni­dad de la persona humana, afianzando la cohesión de la sociedad y procurando a la actividad cotidiana del hom­bre un sentido más profundo, al impregnarla de una sig­nificación más elevada. Así la Iglesia, por cada uno de sus miembros y por toda su comunidad, cree poder con­tribuir ampliamente a humanizar cada vez más la familia humana y toda su historia.

Tanto si ayuda al mundo como si recibe ayuda de él, la Iglesia no tiene más que una sola finalidad: que venga reino de Dios y que se establezca la salvación de todo género humano. Por otra parte, todo el bien que el pue­blo de Dios, durante su peregrinación terrena, puede procurar a la familia humana procede del hecho de que la Iglesia es el sacramento universal de la salvación, mani­festando y actualizando, al mismo tiempo, el misterio del amor de Dios hacia el hombre.

Pues el Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se en­carnó, a fin de salvar, siendo él mismo hombre perfecto, a todos los hombres y para hacer que todas las cosas tuviesen a él por cabeza. El Señor es el término de la historia humana, el punto hacia el cual convergen los de­seos de la historia y de la civilización, el centro del gé­nero humano, el gozo de todos los corazones y la plena satisfacción de todos sus deseos. Él es aquel a quien el Padre resucitó de entre los muertos, ensalzó e hizo sen­tar a su derecha, constituyéndolo juez de los vivos y de los muertos. Vivificados y congregados en su Espíritu, peregrinamos hacia la consumación de la historia huma­na, que corresponde plenamente a su designio de amor: Recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.

El mismo Señor ha dicho: Mira, llego en seguida y trai­go conmigo mi salario, para pagar a cada uno su propio trabajo. Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin.