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Jueves, XXVII semana

I Timoteo 5,3-25

Un solo obispo con los presbíteros y diáconos

San Ignacio de Antioquía

Carta a los Filadelfios 1,1-2,1; 3,2-5

Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la Iglesia de Dios Padre y del Señor Jesucristo que habita en Filadelfia del Asia, que ha alcanzado la misericordia y está firmemente asentada en aquella con­cordia que proviene de Dios, y tiene su gozo en la pasión de nuestro Señor y la plena certidumbre de la misericor­dia que Dios ha manifestado en la resurrección de Jesu­cristo: mi saludo en la sangre del Señor Jesús.

Tú, Iglesia de Filadelfia, eres mi gozo permanente y durable, sobre todo cuando te contemplo unida a tu obis­po con los presbíteros y diáconos, designados según la pa­labra de Cristo, y confirmados establemente por su Santo Espíritu, conforme a la propia voluntad del Señor.

Sé muy bien que vuestro obispo no ha recibido el minis­terio de servir a la comunidad ni por propia arrogancia ni de parte de los hombres ni por vana ambición, sino por el amor de Dios Padre y del Señor Jesucristo. Su modestia me ha maravillado en gran manera: este hombre es mas eficaz con su silencio que otros muchos con vanos discursos. Y su vida está tan en consonancia con los preceptos divinos como lo puedan estar las cuerdas con la lira; por eso, me atrevo a decir que su alma es santa y su espíritu feliz; conozco bien sus virtudes y su gran santidad: sus modales, su paz y su mansedumbre son como un reflejo de la misma bondad del Dios vivo.

Vosotros, que sois hijos de la luz y de la verdad, huid de toda división y de toda doctrina perversa; adonde va el pastor allí deben seguirlo las ovejas.

Todos los que son de Dios y de Jesucristo viven unidos al obispo; y los que, arrepentidos, vuelven a la unidad de la Iglesia también serán porción de Dios y vivirán según Jesucristo. No os engañéis, hermanos míos. Si alguno de vosotros sigue a alguien que fomenta los cismas no poseerá el reino de Dios; el que camina con un sentir distinto al de la Iglesia no tiene parte en la pasión del Señor.

Procurad, pues, participar de la única eucaristía porque una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno solo el cáliz que nos une a su sangre; uno solo el altar y uno solo el obispo con el presbiterio y los diáconos, consiervos míos; mirad, pues, de hacerlo todo según Dios.

Hermanos míos, desbordo de amor por vosotros y, lleno de alegría, intento fortaleceros; pero no soy yo quien fortifica, sino Jesucristo, por cuya gracia estoy encadenado, pero cada vez temo más porque todavía no soy perfecto; sin embargo, confío que vuestra oración me ayudará a perfeccionarme, y así podré obtener aquella herencia que Dios me tiene preparada en su misericordia; a mí, que me he refugiado en el Evangelio, como si en él estuviera corporalmente presente el mismo Cristo, y me he fundamentado en los apóstoles, como si se tratara del presbi­terio de la Iglesia.