Jeremías 26,1-15
Cristo hablaba del templo de su cuerpo
Orígenes
Comentario sobre el evangelio de san Juan, tomo 10,20
Destruid este templo, y en tres días lo
levantaré. Los amadores de su propio cuerpo y de los
bienes materiales –se deja entender que hablamos aquí de los judíos–, los que
no aguantaban que Cristo hubiera expulsado a los que convertían en mercado la
casa de su Padre, exigen que Ies muestre un signo para obrar como obra. Así
podrán juzgar si obra bien o no el Hijo de Dios, a quien se niegan a recibir.
El Salvador, como si hablara en realidad del templo, pero hablando de su propio
cuerpo, a la pregunta: ¿Qué signos nos muestras para obrar así?», responde:
Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Sin embargo, creo que ambos, el templo y el cuerpo de Jesús, según una interpretación unitaria, pueden considerarse figuras de la Iglesia, ya que ésta se halla construida de piedras vivas, hecha templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, construido sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular el mismo Cristo Jesús que, a su vez, también es templo. En cambio, si tenemos en cuenta aquel otro pasaje: Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro, parece que la unión y conveniente disposición de las piedras en el templo se destruye y descoyunta, como sugiere el salmo veintiuno, al decir en nombre de Cristo: Tengo los huesos descoyuntados. Descoyuntados por los continuos golpes de las persecuciones y tribulaciones, y por la guerra que levantan los que rasgan la unidad del templo; pero el templo será restaurado, y el cuerpo resucitará el d tercero; tercero, porque viene después del amenaza te día de la maldad, y del día de la consumación que seguirá.
Porque
llegará ciertamente un tercer día, y en él nace un cielo nuevo y una tierra
nueva, cuando estos huesos, decir, la casa toda de Israel, resucitarán en aquel
solemne y gran domingo en el que la muerte será definitivamente aniquilada. Por
ello, podemos afirmar que la resurrección de Cristo, que pone fin a su cruz y a
su muerte, contiene y encierra ya en sí la resurrección de todos los que
formamos el cuerpo de Cristo. Pues, de la misma forma que el cuerpo visible de
Cristo, después de crucificado y sepultado, resucitó, así también acontecerá
con el cuerpo total de Cristo formado por todos sus santos: crucificado y
muerto con Cristo, resucitará también como él. Cada uno de los santos dice, pues,
como Pablo: Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz
de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo
para el mundo.
Por ello, de cada uno de los cristianos puede no sólo afirmarse que ha sido crucificado con Cristo para el mundo, sino también que con Cristo ha sido sepultado, pues, si por nuestro bautismo fuimos sepultados con Cristo, como dice san Pablo, con él también resucitaremos, añade, como para insinuarnos ya las arras de nuestra futura resurrección.