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Viernes, XXI semana

Jeremías 4,5-8.13-28

Convertíos a mí

San Jerónimo

Comentarios sobre el li­bro del profeta Joel

Convertíos a mí de todo corazón, y que vuestra peni­tencia interior se manifieste por medio del ayuno, del llan­to y de las lágrimas; así, ayunando ahora, seréis luego sa­ciados; llorando ahora, podréis luego reír; lamentándoos ahora, seréis luego consolados. Y, ya que la costumbre tie­ne establecido rasgar los vestidos en los momentos tristes y adversos –como nos lo cuenta el Evangelio, al decir que el pontífice rasgó sus vestiduras para significar la magni­tud del crimen del Salvador, o como nos dice el libro de los Hechos que Pablo y Bernabé rasgaron sus túnicas al oír las palabras blasfematorias–, así os digo que no ras­guéis vuestras vestiduras, sino vuestros corazones repletos de pecado; pues el corazón, a la manera de los odres, no se rompe nunca espontáneamente, sino que debe ser rasgado por la voluntad. Cuando, pues, hayáis rasgado de esta manera vuestro corazón, volved al Señor, vuestro Dios, de quien os habíais apartado por vuestros antiguos pecados, y no dudéis del perdón, pues, por grandes que sea vuestras culpas, la magnitud de su misericordia perdonará, sin duda, la vastedad de vuestros muchos pecados.

Pues el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; él no se complace en la muerte del malvado, sino en que el malvado cambie de conducta y viva; él no es impaciente como el hombre, sino que es­pera sin prisas nuestra conversión y sabe retirar su mali­cia de nosotros, de manera que, si nos convertimos de nuestros pecados, él retira de nosotros sus castigos y apar­ta de nosotros sus amenazas, cambiando ante nuestro cambio. Cuando aquí el profeta dice que el Señor sabe re­tirar su malicia, por malicia no debemos entender lo que es contrario a la virtud, sino las desgracias con que nues­tra vida está amenazada, según aquello que leemos en otro lugar: A cada día le bastan sus disgustos, o bien aque­llo otro: ¿Sucede una desgracia en la ciudad que no la mande el Señor?

Y, porque dice, como hemos visto más arriba, que el Se­ñor es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad y que sabe retirar su malicia, a fin de que la magnitud de su clemencia no nos haga negligentes en el bien, añade el profeta: Quizá se arrepienta y nos perdone y nos deje todavía su bendición. Por eso, dice, yo, por mi parte, exhorto a la penitencia y reconozco que Dios es in­finitamente misericordioso, como dice el profeta David: Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa.

Pero, como sea que no podemos conocer hasta dónde llega el abismo de las riquezas y sabiduría de Dios, prefie­ro ser discreto en mis afirmaciones y decir sin presunción: Quizá se arrepienta y nos perdone. Al decir quizá, ya está indicando que se trata de algo o bien imposible o por lo menos muy difícil.

Habla luego el profeta de ofrenda y libación para nues­tro Dios: con ello, quiere significar que, después de haber­nos dado su bendición y perdonado nuestro pecado, noso­tros debemos ofrecer a Dios nuestros dones.