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Sábado, XII semana

I Samuel 26,5-25

Dios puede ser hallado en el corazón del hombre

San Gregorio de Nisa

Homilía 6 sobre las bienaventuranzas

La salud corporal es un bien para el hombre; pero lo que interesa no es saber el porqué de la salud, sino el po­seerla realmente. En efecto, si uno explica los beneficios de la salud, mas luego toma un alimento que produce en su cuerpo humores malignos y enfermedades, ¿de qué le habrá servido aquella explicación, si se ve aquejado por la enfermedad? En este mismo sentido hemos de enten­der las palabras que comentamos, o sea, que el Señor llama dichosos no a los que conocen algo de Dios, sino a los que lo poseen en sí mismos. Dichosos, pues, los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Y no creo que esta manera de ver a Dios, la del que tie­ne el corazón limpio, sea una visión externa, por así de­cirlo, sino que más bien me inclino a creer que lo que nos sugiere la magnificencia de esta afirmación es lo mismo que, de un modo más claro, dice en otra ocasión: El reino de Dios está dentro de vosotros; para enseñarnos que el que tiene el corazón limpio de todo afecto desorde­nado a las criaturas contempla, en su misma belleza in­terna, la imagen de la naturaleza divina.

Yo diría que esta concisa expresión de aquel que es la Palabra equivale a decir: «Oh vosotros, los hombres en quienes se halla algún deseo de contemplar el bien ver­dadero, cuando oigáis que la majestad divina está eleva­da y ensalzada por encima de los cielos, que su gloria es inexplicable, que su belleza es inefable, que su natu­raleza es incomprensible, no caigáis en la desesperación, pensando que no podéis ver aquello que deseáis».

Si os esmeráis con una actividad diligente en limpiar vuestro corazón de la suciedad con que lo habéis emba­durnado y ensombrecido, volverá a resplandecer en voso­tros la hermosura divina. Cuando un hierro está ennegrecido, si con un pedernal se le quita la herrumbre, en se­guida vuelve a reflejar los resplandores del sol; de mane­ra semejante, la parte interior del hombre, lo que el Señor llama el corazón, cuando ha sido limpiado de las manchas de herrumbre contraídas por su reprobable abandono, recupera la semejanza con su forma original y primitiva y así, por esta semejanza con la bondad divi­na, se hace él mismo enteramente bueno

Por tanto, el que se ve a sí mismo ve en sí mismo aque­llo que desea, y de este modo es dichoso el limpio de cora­zón, porque al contemplar su propia limpieza ve, como a través de una imagen, la forma primitiva. Del mismo modo, en efecto, que el que contempla el sol en un espejo, aunque no fije sus ojos en el cielo, ve reflejado el sol en el espejo, no menos que el que lo mira directamente, así también vosotros –es como si dijera el Señor–, aunque vuestras fuerzas no alcancen a contemplar la luz inacce­sible, Si retornáis a la dignidad y belleza de la imagen que fue creada en vosotros desde el principio, hallaréis aquello que buscáis dentro de vosotros mismos.

La divinidad es pureza, es carencia de toda inclinación viciosa, es apartamiento de todo mal. Por tanto, si hay en ti estas disposiciones, Dios está en ti. Si tu espíritu pues, está limpio de toda mala inclinación, libre de toda afición desordenada y alejado de todo lo que mancha eres dichoso por la agudeza y claridad de tu mirada, ya que, por tu limpieza de corazón, puedes contemplar lo que escapa a la mirada de los que no tienen esta limpieza, y, habiendo quitado de los ojos de tu alma la niebla que los envolvía, puedes ver claramente, con un corazón sere­no, un bello espectáculo. Resumiremos todo esto dicien­do que la santidad, la pureza, la rectitud son el claro resplandor de la naturaleza divina, por medio del cual vemos a Dios.