I Samuel 21,1-10; 22,15
Dios es como una roca inaccesible
San Gregorio de Nisa
Homilía 6 sobre las bienaventuranzas
Lo mismo que suele acontecer al que desde la cumbre de un alto monte mira algún dilatado mar, esto mismo le sucede a mi mente cuando desde las alturas de la voz divina, como desde la cima de un monte, mira la inefable profundidad de su contenido.
Sucede, en efecto, lo mismo que en muchos
lugares marítimos, en los cuales, al contemplar un monte por el lado que mira
al mar, lo vemos como cortado por la mitad y completamente liso desde su cima
hasta la base, y como si su cumbre estuviera suspendida sobre el abismo; la
misma impresión que causa al que mira desde tan elevada altura a lo profundo
del mar, la misma sensación de vértigo experimento yo al quedar como en suspenso
por la grandeza de esta afirmación del Señor: Dichosos los limpios de
corazón, porque ellos verán a Dios.
Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón purificado. A
Dios nadie lo ha visto jamás, dice san Juan; y Pablo confirma esta sentencia
con aquellas palabras tan elevadas: A quien ningún hombre ha visto ni puede
ver. Ésta es aquella piedra leve, lisa y escarpada, que aparece como
privada de todo sustentáculo y aguante intelectual; de ella afirmó también
Moisés en sus decretos que era inaccesible, de manera que nuestra mente nunca
puede acercarse a ella por más que se esfuerce en alcanzarla, ni puede nadie
subir por sus laderas escarpadas, según aquella sentencia: Nadie puede ver
al Señor y quedar con vida.
Y, sin embargo, la vida eterna consiste en ver a Dios. Y que esta visión es imposible lo afirman las columnas de la fe, Juan, Pablo y Moisés. ¿Te das cuenta del vértigo que produce en el alma la consideración de las profundidades que contemplamos en estas palabras? Si Dios es la vida, el que no ve a Dios no ve la vida. Y que Dios no puede ser visto lo atestiguan, movidos por el Espíritu divino, tanto los profetas como los apóstoles. ¿En qué angustias, pues, no se debate la esperanza del hombre?
Pero el Señor levanta y sustenta esta esperanza que vacila. Como hizo en la persona de Pedro cuando estaba a punto de hundirse, al volver a consolidar sus pies sobre las aguas.
Por lo
tanto, si también a nosotros nos da la mano aquel que es la Palabra, si,
viéndonos vacilar en el abismo de nuestras especulaciones, nos otorga la
estabilidad, iluminando un poco nuestra inteligencia, entonces ya no
temeremos, si caminamos cogidos de su mano. Porque dice: Dichosos los
limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.