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Miércoles, IX semana

Job 32,1-6; 33,1-22

La verdadera enseñanza evita la arrogancia

San Gregorio Magno

Tratados morales sobre Job 23,23-24te

Escucha mis palabras, Job, presta oído a mi discurso. Esta es la característica propia de la manera de enseñar de los arrogantes, que no saben inculcar sus enseñanzas con humildad ni comunicar rectamente las cosas rectas que saben. En su manera de hablar se pone de manifiesto que ellos, al enseñar, se consideran como situados en el lugar más elevado, y miran a los que reciben su enseñan­za como si estuvieran muy por debajo de ellos, y se dig­nan hablarles no en plan de consejo, sino como quien pretende imponerles su dominio.

A estos tales les dice, con razón, el Señor, por boca del profeta: Vosotros los habéis dominado con crueldad y violencia. Con crueldad y con violencia dominan, en efec­to, aquellos que, en vez de corregir a sus súbditos razo­nando reposadamente con ellos, se apresuran a doblegar­los rudamente con su autoridad.

Por el contrario, la verdadera enseñanza evita con su reflexión este vicio de la arrogancia, con tanto más interés cuanto que su intención consiste precisamente en herir con los dardos de sus palabras a aquel que es el maestro de la arrogancia. Procura, en efecto, no ir a obtener, con una manera arrogante de comportarse, el resultado con­trario, es decir: predicar a aquel a quien quiere atacar, con santas enseñanzas, en el corazón de sus oyentes. Y, así, se esfuerza por enseñar de palabra y de obra la humildad, madre y maestra de todas las virtudes, de mane­ra que la explica a los discípulos de la verdad con las ac­ciones, más que con las palabras.

De ahí que Pablo, hablando a los tesalonicenses, como olvidándose de la autoridad que tenía por su condición de apóstol, les dice: Os tratamos con delicadeza. Y, en el mismo sentido, el apóstol Pedro, cuando dice: Estad siem­pre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere, enseña que hay que guardar en ello el modo debido, añadiendo: Pero con mansedumbre y res­peto y en buena conciencia.

Y, cuando Pablo dice a su discípulo: De esto tienes que hablar, animando y reprendiendo con autoridad, no es su intención inculcarle un dominio basado en el poder, sino una autoridad basada en la conducta. En efecto, la manera de enseñar algo con autoridad es practicarlo antes de enseñarlo, ya que la enseñanza pierde toda garantía cuando la conciencia contradice las palabras. Por tanto, lo que le aconseja no es un modo de hablar arrogante y altanero, sino la confianza que infunde una buena con­ducta. Por esto, hallamos escrito también acerca del Se­ñor: Les enseñaba con autoridad, y no como los escribas y fariseos. Él, en efecto, de un modo único y singular, ha­blaba con autoridad, en el sentido verdadero de la pala­bra, ya que nunca cometió mal alguno por debilidad. Él tuvo por el poder de su divinidad aquello que nos comu­nicó a nosotros por la inocencia de su humanidad.