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Viernes, VIII semana

Job 12,1-25

El testigo interior

San Gregorio Magno

Tratados morales sobre Job 10,47-48

El que es el hazmerreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios, y éste lo escuchará. Muchas veces nuestra débil alma, cuando recibe por sus buenas acciones el ha­lago de los aplausos humanos, se desvía hacia los goces exteriores, posponiendo las apetencias espirituales, y se complace, con un abandono total, en las alabanzas que le llegan de fuera, encontrando así mayor placer en ser llamada dichosa que en serlo realmente. Y así, embe­lesada por las alabanzas que escucha, abandona lo que había comenzado. Y aquello que había de serle un mo­tivo de alabanza en Dios se le convierte en causa de sepa­ración de él.

Otras veces, por el contrario, la voluntad se mantiene firme en el bien obrar, y, sin embargo, sufre el ataque de las burlas de los hombres; hace cosas admirables, y re­cibe a cambio desprecios; de este modo, pudiendo salir fuera de sí misma por las alabanzas, al ser rechazada por la afrenta, vuelve a su interior, y allí se afinca más sólidamente en Dios, al no encontrar descanso fuera. Enton­ces pone toda su esperanza en el Creador y, frente al ataque de las burlas, implora solamente la ayuda del tes­tigo interior; así, el alma afligida, rechazada por el favor de los hombres, se acerca más a Dios; se refugia total­mente en la oración, y las dificultades que halla en lo exterior hacen que se dedique con más pureza a penetrar las cosas del espíritu.

Con razón, pues, se afirma aquí: El que es el hazme­rreír de su vecino, como lo soy yo, llamará a Dios, y éste lo escuchará, porque los malvados, al reprobar a los bue­nos, demuestran con ello cuál es el testigo que buscan de sus actos. En cambio, el alma del hombre recto, al buscar en la oración el remedio a sus heridas, se hace tanto más acreedora a ser escuchada por Dios cuanto más rechazada se ve de la aprobación de los hombres.

Hay que notar, empero, cuán acertadamente se añaden aquellas palabras: Como lo soy yo; porque hay algunos que son oprimidos por las burlas de los hombres y, sin embargo, no por eso Dios los escucha. Pues, cuando la burla tiene por objeto alguna acción culpable, entonces no es ciertamente ninguna fuente de mérito.

El hombre honrado y cabal es el hazmerreír. Lo propio de la sabiduría de este mundo es ocultar con artificios lo que siente el corazón, velar con las palabras lo que uno piensa, presentar lo falso como verdadero, y lo verdadero como falso.

La sabiduría de los hombres honrados, por el contra­rio, consiste en evitar la ostentación y el fingimiento, en manifestar con las palabras su interior, en amar lo verda­dero tal cual es, en evitar lo falso, en hacer el bien gratui­tamente, en tolerar el mal de buena gana, antes que ha­cerlo; en no quererse vengar de las injurias, en tener como ganancia los ultrajes sufridos por causa de la justicia. Pero esta honradez es el hazmerreír, porque los sabios de este mundo consideran una tontería la virtud de la inte­gridad. Ellos tienen por una necedad el obrar con recti­tud, y la sabiduría según la carne juzga una insensatez toda obra conforme a la verdad.