Job 2,1-13
Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?
San Gregorio Magno
Tratados morales sobre Job 3,15-16
El apóstol Pablo, considerando en sí mismo las
riquezas de la sabiduría interior y viendo al mismo tiempo que en lo exterior
no es más que un cuerpo corruptible, dice: Este tesoro lo llevamos en
vasijas de barro. En el bienaventurado Job, la vasija de barro experimenta
exteriormente las desgarraduras de sus úlceras, pero el tesoro interior
permanece intacto. En lo exterior crujen sus heridas, pero del tesoro de
sabiduría que nace sin cesar en su interior emanan estas palabras llenas de
santas enseñanzas: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los
males? Entendiendo por bienes los dones de Dios, tanto temporales como
eternos, y por males las calamidades presentes acerca de las cuales dice el
Señor por boca del profeta: Yo soy el Señor, y no hay otro; artífice de la
luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia.
Artífice de la luz, creador de las tinieblas, porque, cuando por las calamidades exteriores son creadas las tinieblas del sufrimiento, en lo interior se enciende la luz del conocimiento espiritual. Autor de la paz, creador de la desgracia, porque precisamente entonces se nos devuelve la paz con Dios, cuando las cosas creadas, que son buenas en sí, pero que no siempre son rectamente deseadas, se nos convierten en calamidades y causa de desgracia. Por el pecado perdemos la unión con Dios; es justo, por tanto, que volvamos a la paz con él a través de las calamidades; de este modo, cuando cualquier cosa creada, buena en sí misma, se nos convierte en causa de sufrimiento, ello nos sirve de corrección, para que volvamos humildemente al autor de la paz.
Pero,
en estas palabras de Job, con las que responde a las imprecaciones de su
esposa, debemos considerar principalmente lo llenas que están de buen sentido.
Dice, en efecto: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los
males? Es un gran consuelo en medio de la tribulación acordarnos, cuando
llega la adversidad, de los dones recibidos de nuestro Creador. Si acude en
seguida a nuestra mente el recuerdo reconfortante de los dones divinos, no nos
dejaremos doblegar por el dolor. Por esto, dice la Escritura: En el día
dichoso no te olvides de la desgracia, en el día desgraciado no te olvides de
la dicha.
En efecto, aquel que en el tiempo de los favores se olvida del temor de la calamidad cae en la arrogancia por su actual satisfacción. Y el que en el tiempo de la calamidad no se consuela con el recuerdo de los favores recibidos es llevado a la más completa desesperación por su estado mental.
Hay
que juntar, pues, lo uno y lo otro, para que se apoyen mutuamente; así, el
recuerdo de los favores templará el sufrimiento de la calamidad, y la previsión
y temor de la calamidad moderará la alegría de los favores. Por esto, aquel
santo varón, en medio de los sufrimientos causados por sus calamidades,
calmaba su mente angustiada por tantas heridas con el recuerdo de los favores
pasados, diciendo: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los
males?